Es mediodía y el sol de Doima, en el departamento de Tolima, golpea sobre nuestras cabezas luego de seis horas de viaje por carretera desde Bogotá. Hemos llegado a los campos de cultivo de cannabis de la compañía Khiron, que exporta frascos con aceite extraído de esta planta hacia el Perú y otros países de Europa.
Para ingresar a este lugar, vigilado por la policía colombiana, hay que pasar un estricto control de seguridad. Damos unos pasos y nos topamos con unos inmensos domos invernadero color blanco, que acogen en su interior extensos mantos verdes de plantas de cannabis. Un intenso aroma entre cítrico y terroso traspasa la doble mascarilla que llevamos puesta.
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“Nuestra operación nos permite producir un promedio de hasta 10 toneladas de cannabis al año. Sin embargo, solo del 8% al 10% de esa tonelada se puede convertir en extracto. Es un número general en la industria”, nos cuenta Álvaro Torres, CEO y fundador de Khiron Life Sciences, la primera compañía en obtener una licencia para la comercialización de cannabis medicinal en Colombia. “En estos momentos trabajamos con cultivo propio en Colombia y Uruguay. Nos gustaría ir en algún momento al Perú para que los agricultores sean parte de nuestra cadena de suministro”, añade.
Los agricultores colombianos que aquí laboran son jóvenes especialistas en el cuidado esta planta que viven a pocos kilómetros de este complejo. “Los cultivos en invernadero permiten proteger las plantas de afecciones producidas por el clima, comenzar antes y acabar más tarde la temporada de siembra”, explica Alejandra Henao, estudiante de agronomía y operaria de este cultivo. “Yo soy de Ibagué y esta industria está transformando la vida de muchas personas pues genera más fuentes de trabajo en la zona”.
El cannabis, así como otras especies vegetales, puede multiplicarse sexual o asexualmente. En los campos de Khiron utilizan la técnica de propagación asexual mediante esquejes (clones) lo cual permite reproducir plantas en las que su descendencia no cambiará. Al empezar la cosecha se debe prestar especial atención a lo tricomas, la capa azucarada que cubre las flores. De acuerdo al color que presentan, este nos dice cuál es el efecto principal que tienen. Si es blanco-lechoso la planta tendrá un mayor efecto energizante y eufórico. Si es ámbar, por el contrario, presentará un mayor efecto relajante.
A estas alturas vale contar que el cultivo de cannabis no es ajeno a la historia de la humanidad. Según se sabe, esta planta originaria de Asia central se comenzó a cultivar desde el periodo neolítico (7000 a.C.-3000 a.C.). Los hombres primitivos fueron descubriendo las plantas comestibles y las que tenían propiedades terapéuticas, empezaron a sembrarlas. Los análisis polínicos indican que desde el Neolítico existe cannabis en el norte de Grecia y también en el norte de Italia, así como en el Mediterráneo occidental.
Hoy, con técnicas de cultivo de vanguardia, se pueden producir aceites y derivados de esta planta a gran escala.
DESDE LA FÁBRICA
El pasado mes de julio, el gobierno colombiano dio luz verde a la fabricación de textiles, alimentos o bebidas a base de cannabis y a la exportación de la planta con fines medicinales. El decreto “elimina la prohibición de exportación de flor seca” y así “el país entra a jugar en grande en el mercado internacional”, comentó el presidente Iván Duque. Un gran avance a nivel regional que contribuye a que más personas sean beneficiadas con las propiedades terapéuticas de la planta.
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“Utilizamos 1300 m2 donde tenemos las áreas de cultivo, producción, servicios complementarios y administrativa. En el área de cultivo están los invernaderos de plantas madre de cannabis y en el área de producción o poscosecha es donde se surte todo el proceso de producción del cannabis medicinal, desde la recepción del material vegetal hasta su almacenamiento”, nos cuenta Manuel Buendía, vicepresidente de operaciones de la compañía colombiana, mientras nos hace un recorrido.
Este complejo productivo cuenta además con un laboratorio, al cual se ingresa con un mameluco blanco que nos hace ver como astronautas. Para obtener aceite de cannabis, utilizan máquinas con sistemas de extracción de CO2 supercrítico.
“El CO2 es un gas inocuo que en condiciones supercríticas se convierte en un disolvente muy potente y sirve como elemento separador”, comenta Buendía. Sometido a bajas temperaturas y alta presión, el CO2 separa los componentes orgánicos como terpenos y cannabinoides de las hojas y cogollos de la planta.
Una vez que se han eliminado los residuos vegetales, el gas se evapora en el ambiente y deja un líquido pegajoso de puro aceite de cannabis que, antes de ser enfrascado y distribuido, pasa por un proceso de destilación. Luego sigue una ruta que incluye controles sanitarios y de aduanas, para finalmente llegar a manos de pacientes que tanto lo necesitan. //