El último gran campeón que se evoca en la 'U', el equipo del 2009, tenía un Solano pero también un Galván. Incluso el de Comizzo, hace siete años: Ruidíaz hacía los goles y Galliquio atrás los aplaudía. Ya cuando es más grande la nostalgia, y se abre el cajón de los VHS, al inolvidable bicampeón sobre el que crecimos miles de cuarentones le sobraban líderes tipo Nunes o Martínez, pero también se protegía atrás con ese gran jefe que era Asteggiano. Cada vez que la 'U' acertó en el extranjero y trajo un defensa central fiable, sólido, un patrón, las buenas noticias llegaron. Es un sello: no en vano el único hombre que hoy tiene todos los permisos de caminar por el club con parsimonia, guapo y elegante, difícil de igualar, es Héctor Chumpitaz. El mejor defensa central de la historia.
Dicho esto, es bueno que sepan que lo primero que se le dijo a un defensa como Federico Alonso (Montevideo, 1991), es que no venía a jugar por la 'U'. La viene a defender. Y en eso está.
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EL DEFENSA QUE ATACA
Ya sabemos cómo se llama y ahora que sabemos lo que miden sus chimpunes entendemos por qué llegó. Nacido hace 29 años, Federico Damián Alonso fue otro de esos hallazgos que, me explican, solo se concretan a partir de un ojo sabio y las suficientes palabras para convencer de sumarse a un proyecto en crisis como siempre es la 'U'. Otra vez hay que darle las gracias a Gregorio Pérez y Edgardo Adinolfi, que lo conocían de River y Cerro Largo en la liga uruguaya, un campeonato que prepara defensas como ninguno a partir de una máxima que alguna vez explicó alguien que sabe, Diego Lugano: “Desde chicos nos enseñan que la pelota no se defiende, se ataca”. O sea, lo que hace Alonso.
Sobre su juego, más allá de esa sobriedad para quitar una pelota y la confianza que transmite cuando pisa ambas áreas, hay que decir un par de cosas. Entendió lo que es la 'U' desde el primer día en Campo Mar, es decir, este equipo que elogia el sacrificio por sobre las pataditas. Para eso, solo había un camino: entrenarse como nadie, dormir bien, y comer mejor. Cuando le dijeron que había que volver a Lima, post cuarentena, estaba en el mismo peso que cuando se fue, seis meses antes. Se entrenaba con unos bidones de agua para no moverse de los 78 kilos en sus 186 centímetros.
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Lo otro tiene que ver con su nivel de influencia en el vestuario desde antes de conocerlo: aceptó que era una 'U' que no tenía plata ni para el gatorade, firmó donde había que firmar y solo dejó como mensaje que, a finales de año, su nivel en el campo sería el mejor argumento a la hora de las renovaciones. Ahora cuesta el doble, muy probablemente y ni así es una millonada. Toca, como a Jonathan Dos Santos -10 goles en el campeonato-, disfrutarlo, nada más.
Federico Damián Alonso. El muchacho que caminaba por la Rambla soñando ser como su ídolo, Paolo Montero. El extranjero que el primer día de la pretemporada ya sabía los apellidos del vínculo irrompible de la 'U’ con Uruguay; de Rubén Techera a Tomás Silva, del Conejo Cedrés a Diego Guastavino. Es la otra gran noticia de este plantel de la 'U' líder del campeonato. Pelito corto, chimpunes negros clásicos, sangre uruguaya. Y una espectacular forma de gritar los goles (3) que ya tiene este año. La boca abierta, los brazos arriba llamando a los compañeros. El gesto del que quiere comerse el mundo que, en otro idioma, es salir campeón. Que no es fácil y tampoco es para todos.
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