Isabel Allende (Lima, 1942) prende la cámara y aparece al lado de un ventanal por el que entra una tenue luz. La saludamos y lo primero que nos dice es que la tuteemos con confianza. Es su manera de romper el hielo para adentrarnos en su mundo. La escritora vive en una casa con suelos de madera y paredes de color blanco en la ciudad costera de Sausalito, a treinta minutos de San Francisco, California. En este lugar, ha escrito la mayoría de sus novelas, cuentos y memorias. Su última publicación es un relato que cuenta la historia de un niño y su perrita, de nombre Perla, en la que Isabel retrata la natural predisposición de nuestras mascotas para protegernos ante cualquier amenaza.
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—¿Qué te lleva a acercarte nuevamente a la literatura infantil?
Lo que pasa es que cuando escribí un par de libritos para niños chicos, yo tenía niños chicos en Chile. De pronto, pasó casi medio siglo y no lo volví a hacer. Mi agente llevaba mucho tiempo diciéndome que tenía que volver a enfrentar el desafío de escribir para niños, porque ya había escrito de todo: novelas, memorias, cuentos, e incluso una trilogía para adolescentes. Pero no tenía un niño cerca para saber cómo piensan ahora. Hasta que la nieta de una vecina, de tres años, empezó a venir a mi casa para leer juntas, los martes y los jueves. Entonces, teniéndola a ella cerca, fue más fácil para mí tomar ese desafío.
—La historia se inspira en Perla, tu propia perrita. ¿Qué has podido aprender de ella?
Nuestras mascotas nos enseñan a querer sin condiciones. Yo me crié con perros desde que era una bebe. Mi mamá me metía a la cama con una perrita bulldog francesa, con la idea que había en aquella época de que, si tú te crías con animales, vas a tener un buen sistema inmunológico. Pero más allá de esa creencia, siento que yo he sido supersana gracias a los perros que he tenido, por el afecto que me han brindado.
—El principal tema del libro es el bullying en la niñez. ¿Por qué decides abordar esta problemática?
Con este libro, lo que me interesa es contar una realidad a la que siguen expuestos muchos niños, quienes muchas veces no cuentan lo que les pasa por temor o vergüenza. Yo soy consciente de que no voy a resolver este problema con mi libro. Pero sí creo que puede ayudar a darle voz a todo aquel que atraviesa una situación así.
—¿A qué otros problemas están expuestos los niños de hoy?
Lo primero que tengo que decirte, Jorge, es que el mundo ha sido hostil con las mujeres y los niños siempre. Vivimos en un patriarcado. Y el patriarcado se sostiene en la violencia, el poder y la codicia. También existe una violencia virtual, que ven los chicos en las redes y en la televisión. Y la otra cosa terrible que también vivimos es la desigualdad. Entonces, no hay seguridad para los niños en general, excepto para unos privilegiados.
—Una de tus luchas es por los derechos de la mujer. ¿Cuáles son esas conquistas que se han logrado y que ahora están en peligro?
En los años 50, éramos muy pocas las que podíamos estudiar una carrera y ejercer una profesión. Se esperaba que una criara hijos e hiciera todas las tareas domésticas. En ese contexto, lo primero que se consiguió fue adquirir conciencia y reclamar los mismos derechos que tenían los hombres. Lamentablemente, los derechos se pierden con la misma facilidad con que se pierde casi todo en la vida. Cuesta mucho adquirirlos y no cuesta nada perderlos. El terrorismo, las guerras o un régimen autoritario pueden hacer que la mujer pierda los derechos que ha obtenido con tanta lucha.
—Este es un año electoral en Estados Unidos. Como migrante, ¿te sientes representada con las propuestas de los dos posibles candidatos?
Los políticos que buscan el poder usan el tema de la migración como parte de su campaña, pero la realidad es que la mayor parte de la población americana cree que sería muy adecuado deportar masivamente a los inmigrantes ilegales. Esa es la retórica. El sentimiento antiinmigrante se ha exacerbado en Europa y en los Estados Unidos. Culpan al inmigrante de todos los problemas locales. Para mí, ambos candidatos [Biden y Trump] están con la soga al cuello respecto de la inmigración.
—Si bien naciste en el Perú y viviste acá solo hasta los tres años, ¿guardas algún recuerdo de aquella época?
Mis recuerdos son muy vagos. Todo lo que se me viene a la mente de esa época son por cosas que mi madre me contó. Fue una época difícil para ella. Mi mamá se casó muy jovencita con un hombre mucho mayor que la abandonó. Él era diplomático y la dejó allá con dos niños. Luego he vivido en Argentina, Chile y Venezuela. Siento que, en general, tengo una conexión muy profunda con Latinoamérica.
—¿Y sientes nostalgia por el pasado?
Yo no creo que los tiempos pasados necesariamente fueran mejores. Yo creo en progreso, en un futuro mejor. El pasado idealizado es mejor para algunos, pero para la gran mayoría, no es así. En unos años la inteligencia artificial va a estar al alcance de todo el mundo y vamos a ser unos supergenios. Ese es un tema que me fascina, pero me da pena saber que no voy a vivir lo suficiente para verlo.
—Diversos creadores se han pronunciado en contra de la inteligencia artificial. ¿No te percibes amenazada por esta tecnología?
¿Amenazada, en qué sentido? ¿En que va a escribir libros mejor que yo? ¡En buena hora! Si la inteligencia artificial va a producir mejores libros para que más gente lea, yo feliz. Hace poco hicimos un experimento con mi hijo Nicolás. Le dijimos a la inteligencia artificial que escriba la historia de una perrita muy valiente y un niño de cinco o seis años. En menos de treinta segundos, me escupió un libro casi igual al mío, pero más plano. Pero estoy segura que dentro de poco lo va a poder escupir con la misma emoción que la de un autor.
—Eres la escritora con más ventas en lengua española. ¿Cómo tomas el éxito en esta etapa de tu carrera?
Mi vida no ha cambiado mucho los últimos años. Me sigo levantando a las seis de la mañana a trabajar, sigo lavando los platos. Lo único que ha cambiado es la sensación de seguridad que me da el éxito. Saber que lo que escribo se va a publicar. Y que, gracias a mi trabajo, estoy conectada con el mundo. Eso es muy lindo.
—¿Dirías que has alcanzado la plenitud profesional y personal?
Mira, tengo 81 años y aún estoy sana. No estoy demente. Supongo que me voy a poner demente pronto, pero todavía no. Y no tengo que hacerme cargo de nadie. Yo he vivido siendo responsable por otra gente: por mis hijos, mis nietos, mis padres. En fin. Y ahora no tengo que hacerme cargo de nadie. Tengo una relación de pareja tranquila. Sin sobresaltos. Con un hombre que es fundamentalmente amable y cariñoso. Yo no necesito pasión. Ni colgarme del techo para hacer el amor. No, no. Nada de eso. Lo que yo necesito ya lo tengo a manos llenas. //
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