Los últimos días en la vida de Lucha Reyes fueron una sucesión de despedidas simbólicas. A sus fans, que la elevaron al estatus de ídolo de la canción criolla, les dijo adiós como mejor supo, cantando. Ahí está Mi última canción, acaso el vals peruano más triste, firmado por Pedro Pacheco, en donde rompe en llanto justo al momento del clímax. Ese mismo año, 1973, Lucha llamó a su amiga, la compositora Pilar Quenés, y le pidió que acudiera a su casa en Balconcillo, con urgencia. La diabetes que le habían diagnosticado a los 18 años había empeorado a sus 37, y ya no veía. “Llévate mis pelucas, el equipo, la ropa. Nada me sirve porque yo ya estoy mal, pronto voy a morir”. Pilar la consoló como pudo, le dijo que exageraba, que cómo podía ella llevarse algo suyo. Reyes insistió.
— Al menos llévate mis muñecas.
De la casa de Lucha Reyes salió Pilar Quenés esa tarde, derrotada en la negociación y con un grupo de muñecas de plástico a cuestas. Se fue triste. Pensó que las custodiaría solo de forma temporal, no que iba a terminar siendo su dueña definitiva. Cuarenta y cinco años después, sentada en su casa de San Juan de Miraflores, en la misma sala en que Lucha bailaba de contenta para divertir a su amiga, Pilar Quenés nos enseña su invaluable colección de muñecas, protegida en sencillas bolsas de plástico, “para que no se me malogren”. Piensa en la cantante y habla con emoción sobre ella mientras les arregla los cabellos, como si quisiera proyectar esas caricias hacia el más allá.
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Reyes es descrita por quienes la conocieron como una persona alegre y bromista, de temperamento jaranero que le permitió sortear el ambiente bohemio de la época, muy cargado de machismo. Si alguien la molestaba, ella se la devolvía y todo acababa en risas. Pero cuando recordaba sus primeros años, todo su ánimo cambiaba. Se ponía sombría. “Su infancia fue muy triste porque nació pobre. Su mamá lavaba ropa y su padre se murió cuando era niña. Su padrastro nunca la quiso y por eso la mandaron al internado El Buen Pastor”, recuerda Quenés. Era en esa época, de niña, cuando Lucha veía que todas sus amigas jugaban con muñecas, una felicidad que veía pasar de costado. Años después, cuando la fama le sonreía y el dinero llegaba, empezó a comprarse las muñecas que nunca tuvo, la colección que siempre soñó.
Historia de una amistad
Pilar Quenés Torres, nacida en 1942, sigue haciendo música hasta el día de hoy. Hace menos de un mes ha firmado un vals, Tu piel y la mía, cantado por Rosa Elvira Aramburú. La compositora cree haber tenido 16 cuando conoció a Lucila Justina Sarcines Reyes, o Lucha, que ya empezaba a destacarse en el ambiente criollo. Era imposible entonces no hablar de esa voz prodigiosa que solía embellecer las frecuencias de algunas estaciones, como Radio Unión o Victoria. Fue casi un atrevimiento de su parte lo que la hizo buscarla en la peña El Sentir de los Barrios, del Centro de Lima, para presentarse y preguntarle si no quería cantar una canción que había compuesto. La respaldaba entonces haber hecho el himno de su colegio y otras canciones que la menor tenía en carpeta.
Lucha, que era mayor que ella por cinco años, fue muy gentil ese día: “Alcánzame tu canción”, le dijo antes de despedirse. Cual final de Casablanca, presintió que podía ser el inicio de una bonita amistad, y no se equivocó. Con el tiempo llegó a grabar varias canciones de Pilar, como Busco ternura, entre otras.
En casa de la compositora, las muñecas de Lucha están todas ya fuera de su bolsa, como si respiraran al fin de su encierro. Algunas de ellas tienen una historia especial, como la que está vestida de monja, que a Lucha le recordaba a las hermanas franciscanas que le enseñaron en el colegio. Ella misma se encargó de confeccionarle el hábito, una de las habilidades que le enseñaron las religiosas. Si no se hubiera dedicado al canto, lo más probable es que se hubiese abocado a coser, como lo muestran los delicados diseños que les cosió a todas sus engreídas.
Lucha Reyes escogió el canto, porque era lo que mejor hacía desde niña para ganarse unos centavos. El mundo de la música le abrió los brazos ni bien salió del internado, pero no fue un camino sencillo. Conoció la explotación laboral, el tener que dormir en plazas de provincias cuando el empresario se desaparecía con el dinero. Su carrera discográfica fue breve, de tres años desde la aparición de su primer LP, La Morena de Oro del Perú (1970), que incluía el éxito Regresa, la canción de Augusto Polo Campos que la llevó a un nivel de popularidad del que no habría retorno. El suceso trastocó su vida. Hasta salir a almorzar se convirtió en un deporte de aventura. “Con Lucha salíamos a comer siempre. Pollo a la brasa era lo que más le gustaba, pero donde íbamos la gente no dejaba de saludarla, no te imaginas”, recuerda Quenés. En esas circunstancias, ella debía pararse y conversar con los fans, decirles que por favor la dejaran comer tranquila, que después les iba a firmar autógrafos. Estos aguardaban y ahí sí firmaba todo, papeles, polos, hasta piernas y brazos.
La despedida de Lucha de este mundo fue lenta. Una vez, mientras estaba con Pilar yendo a la farmacia para una inyección, se desvaneció y su amiga la llevó con prisa hasta el hospital Hipólito Unanue, ex Bravo Chico. El médico ahí anotó que se trataba del corazón, que estaba demasiado débil. Fue una clarinada de alerta que pudo librar con fortuna. La siguiente vez, en 1973, la suerte no fue igual. Estaba retirada de la música desde hacía algunos meses y se dirigía a la procesión del Señor de los Milagros en carro cuando un infarto acabó con ella. La fecha era 31 de octubre, Día de la Canción Criolla.
Su sepelio fue multitudinario y su féretro fue cargado en hombros –desde la iglesia de San Francisco hasta el Cementerio El Ángel– por sus colegas Jesús Vásquez, Alicia Lizárraga, Martha ‘La Peruanísima’ Chávez y la propia Quenés, entre otras. La gente cantaba sus canciones y lloraba al escuchar aquello de En cada nota triste de esta mi canción habrá un recuerdo /por todos los aplausos que en algún momento me hicieron feliz. Se fue Reyes sin resentimiento y con la satisfacción de dejar una memoria en el corazón de sus amigos. Unas muñecas, algunos halagos, muchas sonrisas. //
ESTA NOTA FUE PUBLICADA EN LA EDICIÓN IMPRESA DE SOMOS DE OCTUBRE DEL 2018