El hombre más buscado del Perú no es Yoshimar Yotún o Vladimir Cerrón: se trata de Francesco de la Cruz, el campeón peruano del Mundial de Globos 2012, tendencia mundial luego de una competencia inesperada, que produjo tantos dejavú, que activó tantas adolescencias dormidas. Lo encontró el periodista de DT Christian Cruz, allá en Barcelona, y entre tantas cosas que le dijo, le confesó algo que fue sello de cuarentones: “Normalmente de pequeño en Perú, alguna que otra vez jugaba con los globos. Pero no había jugado globos desde pequeño hasta la competición”.
Jugar con un globo sin que este caiga al piso, esquivando los floreros de la sala con los movimientos de una bailarina, o la destreza de un elefante, era sencillo, práctico y muy económico. Que el campeón del mundo sea peruano es una reivindicación.
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¿Cómo éramos hace algunos años nada más? En los 70, la calle servía para correr. En los 80, para huir de los cochebombas. En los 90, los jardines, los pasajes, las esquinas fueron enrejados, como cárcel. Ahora, la calle ya no es la calle: es el área común del condominio, las escaleras del edificio, el ascensor hasta el piso 16. Los tiempos han cambiado.
Quienes fuimos niños en el Perú en esos años pudimos conocer la audacia que era ir caminando por otros barrios, cruzar esas fronteras, ir al jugar al fútbol hasta las 7 de la noche con la solitaria compañía de dos o tres postes de luz. Jugar en la calle con los amigos permitía desarrollar una inventiva que hoy se ha reducido a los mandos de la Play: una zanja abandonada podía ser una trinchera, cuatro piedras una cancha de fútbol y un solo columpio, el Play Land Park.
Esta es solo una breve antología de lo que nos pasó. Nuestra suerte.
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Yaxes
En otros patios de Hispanoamérica se llama El juego de matatenas o Jacks, o más cerca Payaya (Chile) pero aquí se dice Yaxes, o Yaces, y es —o era— un juego de destreza para niñas de los 70, 80 y 90 que las obligaba a jugar en una superficie lisa, unas frente a las otras, utilizando las manos: una para lanzar al aire una pelota de goma, la otra para recoger la mayor cantidad de yaxes posibles antes que esta caiga. Eran unas tachuelas inofensivas que vendía en los mercados por 0.20 céntimos. Yo era terriblemente malo, y mi hermana una maestra. Hoy se encuentran en las inmediaciones del Mercado Central, de colores que superan el Pantone, por 5 soles.
Trompo
Colegio particular o GUE, no hubo escolar que no recitara de memoria estos versos: “¡Campeón en lingo y bolero! / ¡Rey del trompo con huaraca! / ¡Mago haciéndome “la vaca” / y en bolitas, el primero…! / En Aritmética, Cero. / En Geografía, igual. / Doce en examen oral / Trece en examen escrito. / Si no me “soplan” repito / en el Colegio Fiscal”. Era A Cocachos Aprendí, de nuestro decimista mayor Nicomedes Santa Cruz y aunque hoy podría pasar por abusiva, violenta, era un signo de ese tiempo. En esos años, finales de los 70 e inicios de los 90, ser el rey del trompo, un adminículo de madera pulida con una punta de acero que, movilizada por una cuerda, daba vueltas y se enfrentaba a otros trompos en lo que se llamaba cocina, era un ascenso en la tribu, un premio que elevaba de categoría: un don. El castigo final para el trompo era el ajusticiamiento: luego de perder en el mano a mano, se enterraba en la arena al trompo perdedor y con la punta acerada se le propinaba una docena de quiñes.
Canicas
El campo de batalla era una terreno baldío, donde se hundía una chapa vieja o un trozo de madera hasta hacer un hoyuelo que servía de punto de partida. Un ñoco: Martha Hildebrandt lo explica aquí mejor. Jugar a las bolitas o canicas consistía en arrojar una cantidad equis lo más cercano al hoyo o a un dibujo en la tierra bastante parecido a un ojo, donde ganaba el que se sacaba más esferas de cristal de sus márgenes. Yo era muy bueno. Tenía mucha puntería. Una vez dejé muca a mi querido amigo Anthony, hoy un próspero empresario gastronómico en Chile, y lo recuerdo como si hubiera ganado el mundial de globos organizado por Piqué e Ibai. Lo hice sin langas ni cuartas, con mi canica de lecha ganadora, a puro pulso. Y sigo estando orgulloso.
Botella Borracha
Luego de jugar Mundo o Siete Pecados o Bata o Kiwi —cuatros juegos de niños/púberes que se permitían hasta las seis de la tarde—, los más intrépidos adolescentes de la cuadra se reunían alrededor y a distancia de los mayores para jugar el célebre Botella Borracha. Un descubrimiento. Un salto con garrocha a la adultez. Alguien conseguía un botella vieja, se aguantaba los nervios y se establecían las reglas: base manda, pico obedece. ¿Beso o no medialuna? ¿Aquí o más allá, donde el poste de luz no funciona? ¿Vale repetir? Memorables tardes noches recuerdo en la esquina de mi pasaje, José Segundo Roca, a donde voy todavía, cada 15, y es como si escuchara el silbido de mis amigos o los pasos de las chicas que ya llegan.
Sobre todo, ella.
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