Desde siempre, la iconografía religiosa ha desempeñado un papel importante en la expresión del fervor popular, así como en los propósitos de propaganda de los distintos cultos. Las imágenes de santos, por ejemplo, se utilizaban en la conquista con fines pedagógicos, como en los cajones de San Marcos, precursores de los retablos, que permitían a los evangelizadores ilustrar con figuras sus historias sagradas durante los viajes que hacían por los pueblos del Perú. Pero la iconografía de este tipo suele alcanzar su expresión más impactante en los templos, donde se ve cómo, a través del éxtasis del arte (pictórico, escultórico, vitral), se busca crear una sensación de sobrecogimiento místico. La belleza del arte se convierte así en una forma de transmitir la idea de un Dios o una conciencia superior.
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El fervor del pueblo muchas veces necesita de imágenes para comprender algunos aspectos del plano espiritual que pueden ser demasiado abstractos o que requieran una dosis de dramatismo para impactar mejor. “En el caso de América Latina, y específicamente en el Perú, la iconografía religiosa tiene hasta ahora una relevancia significativa debido a la historia del cristianismo en la región. Mientras que en Europa predominó un cristianismo protestante que no valoraba tanto las imágenes religiosas, en América Latina llegó un cristianismo de contrarreforma que sí las utilizaba como medio de expresión y transmisión de la fe”, apunta el Dr. José Manuel Sánchez Paredes, docente de Antropología Religiosa en la Pontificia Universidad Católica del Perú.
Todo esto ha generado una arraigada tradición de representaciones iconográficas en las calles y vía pública, desde el ‘Cristo del Pacífico”, también llamado Cristo de Odebrecht’, en Chorrillos, hasta la multitud de estatuas que pueblan nuestros parques. Pero hay otras representaciones religiosas más informales que están en las paredes de las calles, en las combis y los camiones, e incluso que se llevan en la piel.
Un ejemplo de ello son todas las cuadras del jirón Mendocita, en La Victoria, que están adornadas con representaciones del Cristo Morado. Lo mismo ocurre en otras calles de Lima, donde se pueden encontrar murales como el del Señor de las Ánimas, en Magdalena, y hasta el rostro de un Cristo tallado en el parque Castilla, en Lince. Y desde luego, no se puede dejar de mencionar que el Señor de los Milagros, la principal imagen de veneración en el Perú, fue originalmente un mural pintado por un humilde afroperuano en la zona de Pachacamilla, en Lima.
En un mundo cada vez más tribalizado, la religión es un tema de identidad. Que aparezcan pintas religiosas o tatuajes, como los que ostenta nuestro delantero Paolo Guerrero, sería muestra de ello. “La expresión religiosa en el arte urbano, como los grafitis y murales, es una manifestación de la identidad de los individuos y de sus comunidades de procedencia. Los artistas reflejan en sus obras su mundo interior y su pertenencia a un determinado contexto social, ya sea un barrio, un grupo étnico o una generación. Al plasmar imágenes religiosas en el espacio público, están comunicando aspectos de su identidad y compartiendo su visión del mundo con los demás”, señala Sánchez.
Aunque las formas institucionales de la religión puedan estar experimentando cambios o pérdidas de influencia, el sentimiento religioso sigue siendo relevante en la sociedad contemporánea, asegura el experto. En el caso del Perú, vemos cómo, a pesar de la disminución de la asistencia a las iglesias tradicionales, hay un resurgimiento de movimientos religiosos más individualizados y espiritualidades personalizadas. La necesidad de dar sentido religioso a la vida persiste, y las expresiones religiosas en el arte urbano son un reflejo de esta realidad. //