Un hombre recibe dinero de su madre para que le compre un regalo a su nieta. La intención detrás es recordarle el cumpleaños de su hija, con la que no vive y no ve hace mucho. Pero ese dinero les hace mucha falta. Viven en casas subterráneas (llamadas “banjiha” en Corea del Sur, como las que mostró la película Parasite) donde no se sabe si es de día o noche, simplemente es un espacio donde los sueños descansan… o desaparecen. En vez de ir por el obsequio, el sujeto va a un cajero para retirar billetes de la cuenta de su madre: su destino es un centro de apuestas de carrera de caballos. Gana, pero le roban. La vida no ha sido amable con él. Su negocio fracasó; es tan adicto a los juegos que le roba a su mamá, y ha acumulado una incontable deuda con bancos e inversores privados. Su suerte parece estar por cambiar en una noche. Puede ganar ₩ 100 000 (84 dólares) si gana un juego para niños contra un bien vestido señor. Luego de perder varias rondas, Gi-hun, nuestro protagonista, finalmente abraza la victoria. Antes de irse, el misterioso hombre le entrega una tarjeta con un número de teléfono. La “solución” a sus problemas está a una timbrada. Impulsado por las deudas y para no perder (más) a su hija, llama.
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Intrigante y sin rodeos. Así arranca El juego del Calamar, la serie escrita y dirigida por Dong-hyuk Hwang. Estrenada hace poco en Netflix, está a puertas de convertirse en la producción más vista en la plataforma. A muestra un botón: la web Sarandos confirmó que es la primera serie coreana en alcanzar el primer puesto de los rankings en Estados Unidos. Ya lo había adelantado Alexander Huerta Mercado, antropólogo de la PUCP, al referirse al impacto del halluy (ola coreana) en occidente y explicar que “los coreanos han sido muy hábiles porque han creado un producto cultural con elementos que funcionan en otras latitudes”. El ingrediente final, en este caso, fue la experiencia personal. “Cuando comencé, yo mismo estaba en apuros económicos y pasaba mucho tiempo en cafés leyendo cómics como ‘Battle Royale’ y ‘Liar Game’. Llegué a preguntarme cómo me sentiría si participara yo mismo en los juegos. Pero encontré los juegos demasiado complejos, y para mi propio trabajo me enfoqué en usar juegos de niños”, contó el director a Variety.
Gi-hun llega a lo que parece un campamento. Hay otras personas -como él- que visten un buzo verde con números en la parte superior izquierda y en la espalda. Reciben buenas raciones de comida. Todos congregados por “decisión propia”. Libertad que no existe cuando se habla de supervivencia. A esas situaciones que enfrentan en el día a día: no tienen acceso al trabajo, a la salud, al crédito. Ninguna oportunidad. Para el sistema, son solo números que poco importan si desaparecen. Bien lo muestra la serie en cada juego, que va subiendo de dificultad. Los pocos que logran salir, lo hacen con una soga atada al pie. El amigo de la infancia del protagonista fue el único en su familia que pudo ir a la universidad. Soñar con convertirse en un profesional. Ser alguien. Los estudios superiores no garantizan estabilidad económica, sí, pero ¿qué hacer para tener una vida tranquila, decente? Muchos de los jugadores lo intentaron. Lo único que incrementaba eran las deudas.
Inspirado por los juegos de supervivencia, Dong-hyuk Hwang desarrolló la idea en 2008. “Quería escribir una historia que fuera una alegoría o una fábula sobre la sociedad capitalista moderna, algo que representara una competencia extrema, algo así como la competencia extrema de la vida”. Por eso el foco no debe ponerlo sobre quién va a ganar los ₩ 45,6 mil millones (40 millones de dólares), hay personajes como los operarios que ocultan su identidad en máscaras con símbolos (círculos, triángulos y cuadrados) que identifican sus labores (trabajadores, militares y líderes) a los que no hay que perderlos de vista. La peor parte de lo llevan los que portan la máscara con el círculo porque son los que “limpian” a los derrotados. Lo más impactante -y triste- es cuando se descubre que uno de ellos es un muchacho que no pasa de los 30 años. ¿Cómo alguien tan joven terminó ahí? ¿Qué hace el gobierno de nombre del lugar donde vive para garantizar un mejor futuro a las próximas generaciones?
Por último, están los inversionistas que promueven estos “juegos” para su diversión. Es inevitable no relacionarlo con los abusos y delitos cometidos en la ‘isla tortura’ de Jeffrey Epstein para otros magnates. El mismo grupo que reafirma su poder con la miseria de otros. El creador de la serie explica “que la sociedad surcoreana también es muy competitiva y estresante. Tenemos 50 millones de personas en un lugar pequeño. Y, separados del continente asiático por Corea del Norte, hemos desarrollado una mentalidad de isla”. El juego del Calamar también una llamada de atención para una sociedad que poco a poco va apagando sus emociones, su humanidad. Resulta irónico cómo luego de haber presenciado masacres una tras otra, el/la ganador(a) -por si aún no termina la serie- aún confía en el prójimo. Puede ser visto como un punto débil y quizás le juegue en contra en una eventual segunda temporada, pero también es lo más valioso que tiene. Es, finalmente, lo que lo/la humaniza. //
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BONUS
Si le gustó la serie, no se pierda la ficción japonesa (y más gore) Alice in Borderland, también en Netflix.
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