El día del accidente el reloj marcaba la 1:23.45 am. La central nuclear de Chernobyl era para la Unión Soviética uno de los orgullos de su sistema socialista de desarrollo planificado. La propaganda de los años setenta la hacía ver como otro triunfo más del modelo comunista, un lugar tan de avanzada que a Pripyat, la urbe de al lado, la conocían como “la ciudad del futuro”. Toda su electricidad dependía de ella. Después del accidente, la pujante metrópoli se volvería una ciudad fantasma.
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A la hora señalada, las 50 mil personas que vivían en Pripyat despertaron con un sacudón. Algunos cayeron de sus camas. Solo los más insomnes alcanzaron a ver por sus ventanas el destello. Para muchos, esa visión iba a significar su lenta muerte en los próximos días, meses o años. Es un misterio la cantidad de fallecidos que produjo la explosión del reactor cuatro ese 26 de abril de 1986. Es un baile de cifras que hasta ahora no se aclara del todo.
Los números oscilan de 31 muertos, los que reportaba la URSS (en su mayor parte bomberos expuestos a la radiación directa), hasta 200 mil que estimó Greenpeace, al contar la cantidad de muertes por cáncer o tumores. En total se estima que alrededor de 600 mil fueron afectados por la radiación. Hasta los animales se vieron afectados y muchos fueron sacrificados en masa para prevenir la expansión de la contaminación.
Ese mismo lugar que sería un poema a la desolación y un lugar para el turismo negro, fue otra vez víctima de la estupidez humana. El ejército invasor ruso tomó las instalaciones de la planta, que Ucrania resguarda tras su separación de la Unión Soviética. La acción bélica fue repelida con valentía y se contaron muertos. Según lo reportado por Ucrania, la batalla por Chernobyl fue intensa y su guarda nacional ofreció pelea hasta que terminaron cayendo por la superioridad del ejército de Putin. Una asesor de defensa ucraniano calificó la maniobra rusa como “absolutamente absurda”. ¿Qué quieren los rusos con el esqueleto de un gigante?
Desactivada desde el 2000, cuando su último reactor se apagó, Chernobyl no representa ningún provecho estratégico en un conflicto armado. Es cierto que el uranio que aún contiene encerrado en un gigantesco domo tiene el poder de contaminar el planeta por 24 mil años, pero su poder destructor es, al mismo tiempo, suicida para quien intente manipularlo. Ucrania denunció ese día que proyectiles rusos habían caído cerca a una zona con desechos nucleares.
Chernobyl fue, después del desastre, una mancha negra en la reputación de la Unión Soviética y algunos creen que fue uno de los responsables del derrumbe de esta, pocos años después. El aparato estatal comunista buscó en todo momento minimizar el impacto del desastre con mentiras y desinformación, y hasta ahora persiste mucho misterio en torno a lo que ocurrió.
El desastre ha inspirado desde canciones de Arjona hasta cosas todavía más espantosas como Terror en Chernobyl, una película del tipo found footage (metraje encontrado) sobre un grupo de turistas que llegan a Prypiat y son diezmados por hordas de mutantes, sobrevivientes de la explosión. En la planta nuclear ocurre también la olvidable escena climática de Duro de Matar 5, con un Bruce Willis venido a menos trtaando de resucitar los viejos temores de la Guerra Fría.
La escritora bielorrusa Svetlana Alexiévich publicó en 1997 un libro vibrante que funciona hasta hoy como lo mejor que se ha hecho sobre la tragedia. Se llama Voces de Chernobyl y recoge varios testimonios de los sobrevivientes de ese 26 de abril de 1986. Hace tres años le contaba a El País que su agenda de contactos de víctimas había menguado con los años. Los que vieron la magnitud de lo ocurrido y le contaron sus experiencias ya no están con nosotros. El libro de Svetlana fue una de las fuentes para Chernobyl, la serie de HBO del 2019, que barrió con varios premios y sigue siendo a la fecha el mejor producto audiovisual que se ha hecho de lo ocurrido. //