Octavio Santa Cruz no se cansa de contar anécdotas de su famosa tía Victoria. La narrativa que domina sobre ella, sin embargo, no culmina con los maravillosos relatos familiares. Él, magíster en Literatura y doctor en Historia del Arte, es hoy el más importante investigador de la obra y legado de quien fue pionera en mostrar en público y con orgullo la historia y las manifestaciones artísticas y culturales de la comunidad afroperuana en el Perú. De ahí su autoridad para esgrimir, por ejemplo, nuevas luces sobre ella. “Después de haber analizado tanto sus canciones, obras de teatro, su pensamiento y las últimas entrevistas que dio, debo decir que hay en su trabajo una dimensión mucho mayor de la que se conoce. Victoria, hacia el final de sus días, tuvo un mensaje de unión y fraternidad para todos los seres humanos”.
MIRA TAMBIÉN: El Buenos Aires que no conoces: un recorrido alternativo en la capital de Argentina por la escritora peruana Katya Adaui
El sobrino académico se ha dedicado con mayor ahínco al recuerdo de Victoria Santa Cruz al cumplirse, el 27 de octubre, un siglo de su nacimiento. Y no es para menos. Como autora teatral, directora escénica, coreógrafa, diseñadora y realizadora de vestuarios, compositora musical e investigadora, su obra fue determinante en el devenir del folclore afroperuano, aquel que continuó estudiando por años como profesora de la Facultad de Drama de la Universidad Carnegie Mellon (Pittsburg, EE.UU.). A ella le debemos, por ejemplo, los pasos del alcatraz y el festejo. También la creación del vals Callejón de un solo caño, junto a su no menos célebre hermano Nicomedes, el decimista, así como otras 55 canciones solo de su autoría, un libro y decenas de poemas. El más conocido: “Me gritaron negra”.
“En la foto grupal —que se puede ver en este artículo — estoy yo de nueve años, mi abuela Victoria Gamarra y mi tío Rafael Santa Cruz Gamarra, el torero que llegaba de España. Y, claro, mi tía. Esa ropita que llevo puesta, y muchas más, me las cosió ella. Así era nuestra relación: cercana, afectiva, cariñosa”, relata Octavio, quien convivió con ambas mujeres desde los cuatro años, luego de que sus padres fueron apresados por ser dirigentes políticos del APRA. “Ya mayor la veía ensayar en casa con el grupo Cumaná. Apenas volvió de Francia, convocaba ahí a su nueva compañía, Teatro y Danzas Negras del Perú, por lo que siempre parecíamos estar rodeados de fiesta”, señala. Otra memoria nítida: cocinaba extraordinariamente bien.
Victoria, continúa el hombre de 79 años, era muy curiosa, inquisitiva. Siempre quería saber más de lo que le interesara. Eso explica cómo, por ejemplo, ella logró rescatar en los años 60 el casi extinto baile de la zamacueca.
“Ella recreó los pasos. Ya nadie los bailaba, entonces buscó en los registros. Uno de ellos eran las pinturas al respecto de Pancho Fierro. Como también era costurera, conocía la tela, la ropa. Y decía: ‘El vuelo de la falda solo puede verse así si se le gira o levanta la pierna de esta manera’. Apelaba, además, a su memoria, cuando siendo ‘un pedacito de negrita’, como decía, escuchaba desde su cama la jarana de sus padres y amigos viejos en la sala, gente del siglo XIX. Lo que ella oía eran zamacuecas porque no existía aún la marinera. Eso se le quedó para siempre”, dice.
PENSAMIENTO FRATERNO
La figura de Victoria ha cobrado mayor relevancia en los últimos años gracias a los colectivos de activistas afroperuanos, explica Octavio. “Eso es grato, claro. Pero su mensaje es más universalista. En las últimas entrevistas que concedió señaló que las composiciones de su juventud se concentraron en el aspecto de la negritud y la reivindicación, pero para los años 80 su voz ya era otra. Luchaba por ‘la familia humana a la que todos pertenecemos’. Hay una canción suya que dice: ‘Basta ya de destrozarnos, de luchar entre nosotros. Hermano amarillo, hermano negro…’. Ella trascendió. Hay aún mucho por saber ella, así que en eso estamos trabajando”. //