Desde tiempos inmemoriales se pensó que el aire sucio o contaminado era causa de enfermedad y muerte. Dicha creencia, llamada teoría miasmática, aseguraba que el ‘mal aire’ (que dio origen al nombre de la enfermedad malaria), transmitía enfermedades como la tifoidea, el cólera y la peste.
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Las miasmas (del griego ‘miasma’ que significa polución) eran consideradas un aire impuro, mal oliente, generalmente asociado a humedad y neblina, y que en las ciudades emanaba de lugares sucios y hacinados, y en la naturaleza, de pantanos y basurales. Florence Nightingale, creadora de la carrera de enfermería, era una profunda creyente en la teoría de las miasmas y predicaba que la ventilación de casas y salas de hospital debía ser la norma, argumentando que el aire que salía de la nariz del paciente debía ser tan puro y limpio como el aire del exterior.
De intensa vigencia hasta mediados del siglo XIX, fueron los experimentos de Roberto Koch, recién en 1876, los que se trajeron abajo la teoría miasmática de la enfermedad. Koch demostró científicamente que las bacterias eran causantes de enfermedad, y la ciencia abrazó la teoría microbiana de la enfermedad.
“A diferencia de las gotas gruesas [...], los aerosoles son gotitas microscópicas que se esparcen en el aire”.
—Teoría de las gotas gruesas—
En 1910, uno de los pioneros de la salud pública, el médico estadounidense Charles V. Chapin, publicó su seminal libro “Fuentes y modos de infección”, el cual tuvo una influencia extraordinaria en la explicación del modo de contagio y la prevención de las infecciones respiratorias.
En su libro, el Dr. Chapin, un fiero opositor a la teoría miasmática, postuló que las infecciones respiratorias solo eran transmitidas de persona a persona y a corta distancia, a través de las gotas gruesas de secreciones que se despedían al toser o estornudar. Esas gotas gruesas, escribió también el Dr. Chapin, se depositaban en superficies, donde podían ser tocadas por personas, quienes las llevaban a las membranas mucosas de sus ojos, nariz o boca (fómites).
Finalmente, el libro postulaba que esas gruesas gotas solo llegaban a uno o dos metros de distancia de la persona infectada, punto que fue usado por la mayor parte de agencias de salud pública del mundo para recomendar una distancia segura de personas infectadas por enfermedades respiratorias. Obviamente, al desconocerse su existencia, no hubo ninguna mención a los aerosoles.
—Los aerosoles—
A diferencia de las gotas gruesas de moco y secreciones que se expulsan al toser o estornudar, los aerosoles son gotitas microscópicas líquidas, sólidas o semisólidas, que se esparcen en el aire y que, de acuerdo a su tamaño, pueden evaporarse rápidamente. Justamente por su tamaño y casi nulo peso, los aerosoles quedan suspendidos en el aire de un lugar cerrado y poco ventilado y pueden por tanto ser respirados por una persona sin que se dé cuenta.
Los aerosoles respiratorios se producen durante la espiración –es decir al respirar, hablar, cantar, gritar, toser y estornudar–, tanto de individuos sanos como de aquellos con infecciones respiratorias.
—No aceptada—
Pese a múltiples estudios que indicaban que los aerosoles eran una importante ruta de transmisión del COVID-19, influyentes grupos, como la Organización Mundial de la Salud (OMS) y los Centros para el Control y Prevención de Enfermedades de Estados Unidos (CDC), se negaban tercamente a aceptar que los aerosoles tenían un rol importante en el contagio del SARS-CoV-2. En opinión del Dr. José Luis Jiménez, profesor de la Universidad de Colorado, y uno de los propulsores del concepto de aerosoles, esa negativa se debía a la miopía de esos grupos, que creían que el contagio por aerosoles, si bien es cierto podía ocurrir, era un hecho raro, de excepción y no importante.
Solo después de que 239 científicos de 32 países emplazaran públicamente a la OMS en abril del 2020, esa organización aceptó, a regañadientes, que los aerosoles cumplían un importante rol en el contagio de COVID-19. Los CDC demoraron más,y se informó recién en setiembre que esa posibilidad era cierta.
“Es fundamental que, además de acelerar el programa de vacunación, se convenza al público de vacunarse”.
—Implicancias prácticas—
En un importante artículo de revisión, publicado en “Science” del 26 de agosto, se describe que, además del COVID-19, los aerosoles son la principal ruta de transmisión en la gripe, resfríos, sarampión, virus sincicial humano, adenovirus o virus respiratorios, enterovirus o virus que afectan el aparato digestivo, SARS y MERS. Por ejemplo, una enfermedad bacteriana transmitida por aerosoles es la tuberculosis.
Las implicancias prácticas de saber que los aerosoles pueden contagiar múltiples enfermedades respiratorias son enormes, pues además de la limpieza de superficies y el uso de un respirador N95 o de una doble mascarilla, la ventilación de espacios cerrados adquiere una vital importancia.
Eso porque en espacios cerrados los aerosoles infecciosos pueden permanecer suspendidos durante varias horas en el aire, constituyendo una fuente de contagio muy importante para los que se encuentran dentro de ellos sin protección.
—Corolario—
De acuerdo con autoridades del Instituto Nacional de Salud, el Perú (INS) está en un momento muy especial de su pandemia, pues la disminución de infecciones y muertes ha abierto una ventana de oportunidad para prevenir la tercera ola.
Ante un peligroso aumento de la variante delta, y notándose que muchos vacunatorios se encuentran vacíos, es fundamental que, además de acelerar el programa de vacunación, se convenza al público de vacunarse y de que complete su segunda dosis.
Y sabiendo ahora que los aerosoles constituyen el principal modo de contagio, las medidas de ventilación en vehículos de transporte público y espacios cerrados –públicos y privados– deben ser mandatorias.
Lo peor que podría pasar es que, confiados en las estadísticas, pensemos que la pandemia está pasando, y abramos la sociedad sin ningún criterio, solo para lamentar después la resurgencia de la enfermedad. Eso ya ha sucedido en múltiples países.
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