Por increíble que parezca, en estos días, la situación de la pandemia en Hong Kong es muy parecida a la que tenía el Perú durante la peor parte de la primera ola en el 2020: altísimo número de casos y muertes, y colapso del sistema de salud.
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Revisar lo que está pasando allá, una Región Administrativa Especial de la República Popular China, nos dará la oportunidad de evaluar las políticas de cero COVID-19 adoptadas por algunos países, además de apreciar la enorme importancia que tienen las vacunas en prevenir la enfermedad grave y la muerte por esta pandemia.
En las últimas dos semanas de marzo, se registraron 312.000 casos de COVID-19 (casi todas por ómicron), y es tal el número de muertes que las autoridades usan camiones frigoríficos para almacenar los cadáveres, pues las morgues se han desbordado. En la semana del 3 de marzo, Hong Kong tuvo el número más alto de muertes por millón de habitantes del planeta.
Como referencia, hasta el 31 de enero del 2021, se habían registrado 213 muertes en Taiwán. Ese número aumentó a 1.554 la primera semana de marzo. Es decir, en poco más de 12 semanas, ha habido seis veces más muertes que durante los dos primeros años de pandemia.
“Al llegar la variante ómicron a esa región, encontró un número desproporcionado de personas indefensas”.
¿Qué ha sucedido para que ocurra semejante calamidad sanitaria? Lo primero es entender que Hong Kong, bajo la dirección de China continental, adoptó la política cero COVID-19: cerrar fronteras, restringir la entrada y salida de personas, implementar un agresivo sistema de vigilancia de la infección y cerrar ciudades enteras si se encuentra un solo caso.
Lamentablemente, esa política no estuvo aparejada con un agresivo programa de vacunación. Al respecto, en la primera semana de marzo, solo el 48% de la población mayor de 70 años había recibido dos dosis de vacuna y, a comienzos de año, solo el 25% de la población mayor de 80 años había recibido una dosis de vacuna.
Al llegar la variante ómicron a esa región, encontró un número desproporcionado de personas indefensas. Esa variante, que suele ocasionar enfermedad leve en personas con un vigoroso sistema de defensa, encontró una población muy susceptible y causó enfermedad grave y muerte. La gran mayoría de las muertes son en adultos mayores.
Por contraste –y para demostrar el valor de la vacunación-, países como Nueva Zelanda y Singapur, que también apostaron por la política cero COVID-19, no han tenido un exceso de muertes a pesar de presentar récords en el número de casos por ómicron. En estos países, la variante encontró una población protegida.
La situación de Hong Kong vuelve a poner en el tapete la política cero COVID-19 de China, el país más poblado del planeta que ha enarbolado esa única política como bandera de lucha contra la pandemia. Al respecto, de los 214 nuevos casos registrados en China el 6 de marzo –una de las cifras más altas desde el comienzo de la pandemia–, casi un tercio ocurrió en Guangdong, la provincia fronteriza con Hong Kong.
Como habíamos adelantado en una columna previa, las estadísticas relacionadas a la pandemia en China son sorprendentes. Al momento de escribir este artículo, el número de muertos en ese país es de 4.636, citándose que en el 2021, se presentaron menos de 17.000 casos y solo una muerte por COVID-19 en ese país de 1.400 millones de habitantes. En más de dos años de pandemia, China registra solo 112.940 casos.
Desde el comienzo de la pandemia, China desarrolló una app para smartphones que debía mostrar un código verde para que una persona pueda circular en la sociedad, habiendo llegado a poner en cuarentena a ciudades de millones de habitantes por encontrar un solo caso.
Ese control tan vertical y severo de la pandemia ha hecho que en un reciente índice de regreso a la normalidad –publicado por “The Economist”– China, Vietnam y Nueva Zelanda sean los únicos países que prácticamente han regresado a la vida normal.
Por otro lado, China es uno de los pocos países el mundo que han usado casi exclusivamente sus propias vacunas Sinopharm y CoronaVac para proteger a su población, con lo que logró vacunar al 85,5% de su población, y no se tienen datos sobre la proporción de la población que ha recibido una dosis de refuerzo. El problema es que las vacunas chinas, aunque relativamente efectivas para impedir la enfermedad grave y la muerte, han demostrado ser mucho menos efectivas para proteger de infecciones, especialmente de ómicron.
China se encuentra entonces –gracias a su política de cero COVID-19– en la particular situación de tener a miles de millones de personas sin inmunidad natural, pero inmunizadas con vacunas no altamente efectivas.
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Esa aparente fortaleza puede ser una enorme debilidad, pues modelos desarrollados por investigadores chinos proyectan que, de ocurrir un brote descontrolado, cientos de millones de infecciones se propagarían por todo el país, lo que resultaría en al menos tres millones de muertes. Dado su sistema de salud irregular y su número críticamente bajo de camas UCI, la ruptura de defensas contra el COVID-19 podría significar un desastre.
La gran pregunta es: ¿cuánto durará? ¿Será posible mantener ese draconiano sistema de control y aislamiento geográfico durante los próximos meses? ¿Qué pasará cuando aparezca una nueva variante? Algunos opinan que China está ganando tiempo, observando de cerca la virulencia de las variantes y confiando en la inmunidad de memoria celular que dan las vacunas.
Es posible que China esté apostando a que el COVID-19 se convierta en un simple resfriado, y que cuando ese momento llegue, puedan permitir que su población se infecte. Lamentablemente, no hay ninguna garantía de que ese plan funcione.
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