Esta es una crónica de viaje en tiempos de pandemia: un periodista viajó 20 kilómetros en bicicleta a la hacienda Punchauca, donde hace 200 años se reunió el Libertador José de San Martín y el Virrey La Serna. Esta es la historia de su recorrido y la tristeza probada de cómo luce, en abandono
Es 30 de mayo de 2021, 11 de la mañana. Cielo nublado. Donde ahora hay paredones pintarrajeados y mucho polvo, hace 200 años, el 2 de junio de 1821, el general José de San Martín y el virrey español José de la Serna se reunieron diplomáticamente para negociar la independencia del Perú entre pinturas impecables, muebles, pórticos relucientes y comisionados atentísimos, junto a una capilla y salones que hoy sirven más de baños improvisados. Era la casa Hacienda Punchauca.
Para llegar a este patrimonio nacional que se cae a pedazos, ubicado en el distrito Carabayllo, al norte de Lima, se puede ir en bicicleta —como lo hice yo—, auto o transporte público por toda la Av. Túpac Amaru hasta un cruce cerca al kilómetro 25 hacia Canta, pasando innumerables talleres de mecánica, carpinterías, tienditas de abarrotes, restaurantes, pollerías, centros poblados, algunas comisarías, puestos de serenazgo distritales de Comas, montones de basura y el caótico mercado El Progreso, lleno de ávidos ambulantes vendedores, gritos de cobradores de combis y mototaxistas y decenas de compradores que se empujan, rozan y piden permiso entre los olores de fruta y verdura. Todos con sus protectores faciales y mascarillas para evitar el coronavirus.
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La Av. Túpac Amaru está asfaltada y en ascenso constante con vías auxiliares. En una de estas lomas está el mercado El Progreso, cuya dinámica aturde tanto que parece un griterío eterno. De pronto aparecen más personas sobre sus bicicletas, vienen desde Lima hasta la casona Punchauca, como punto técnico para descansar, o hacia la piscina de Trapiche, ubicada unos kilómetros más al norte. Sin embargo, y debido a la cantidad de ciclistas que usan esta vía para hacer turismo y deporte, no se han implementado ciclovías o señalización, contexto que refleja un riesgo innegable.
Al llegar a la casa hacienda Punchauca (cuya construcción se pierde la Historia del siglo XVI) después de 20 kilómetros en bicicleta desde Los Olivos, esta se erige alta y distinta como un gran muro marrón de la guerra, apenas si las columnas sostienen parte del techo y la capilla aún conserva parte de la bóveda de cañón. Frente a este patrimonio hay paraderos de mototaxis y buses que van a Lima. Todo es grisáceo, triste por la neblina. Los cerros que nos rodean están coloridos por los asentamientos de viviendas y letrinas sobre bases de rocas. Converso con varios vecinos, no quieren brindar su nombre, quizás se avergüenzan por no saber los datos exactos sobre la casona. Le pregunto a una señora, quien lleva a una pequeña en sus brazos:
—Aquí se reunió San Martín y el virrey, ¿verdad?
—Esa es la casona Punchauca, joven.
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De acuerdo con el Proyecto Especial Bicentenario, la reunión entre José de San Martín y José de la Serna es considerada como la primera cumbre diplomática intercontinental en suelo peruano, suelo que 200 años después está cubierto de maleza y ostenta una humedad que poco a poco liquida los adobes de las paredes aún en pie.
“La casa hacienda de Santiago Punchauca, entonces uno de los puntos agrícolas más importantes de la Lima colonial, fue el escenario de uno de los mejores ejemplos de relaciones diplomáticas en el conflicto bélico entre las tropas patriotas y el ejército realista”, indica el Proyecto Especial Bicentenario, aunque en realidad las negociaciones fracasaron y semanas después, ya con las fuerzas del Rey español Fernando VII desplegadas, el libertador San Martín declaró la independencia el 28 de julio y todos se preparaban para las batallas finales.
Al recorrer la entrada, los salones y la capilla de Punchauca únicamente veo escombros amarillentos, heces, papelitos, palabras y figuras extrañas en las paredes y ventanales sin marcos y uno que otro visitante que entra, toma fotos y se va. El sitio es rodeado por una posta médica, una pequeña placita, viviendas de cemento y ladrillo, y varios perímetros de sembríos. Me pregunté: “¿En realidad aquí se celebró uno de los momentos históricos en el marco de la guerra por la independencia del Perú?”.
Como uno más: tomo fotos y videos, hago apuntes. Y no me quiero ir: necesito saber qué pasó realmente allí entre dos personalidades. Una: José de San Martín, un general nacido en el entonces Virreinato del Río de la Plata, meses antes había desembarcado en Pisco con su expedición libertadora, sin saber que moriría en agosto de 1850 en Boulogne Sur Mer, Francia, rodeado de su familia. Otra: un virrey que seguía órdenes de la corona española y que tiempo después fue felicitado por Simón Bolívar, falleciendo en julio de 1832 con honores en Cádiz, España, con las heridas de la guerra y como el primer Conde de los Andes.
Antes de regresar —otros 20 kilómetros hasta mi casa de Los Olivos—, le consulto a un grupo de jóvenes que entraba a la casona derruida si sabían quién se reunió allí para buscar la Independencia del Perú. Uno contestó:
—Dicen que abajo hay túneles.