Sara MenkerRajiv  Shah

El desastre humanitario producido por la invasión innecesaria de a conmociona la consciencia: diez millones de ucranianos desplazados e innumerables ucranianos asesinados. Pero debido a que Ucrania y Rusia son grandes exportadores de alimentos, el costo humano crecerá mucho más lejos de las fronteras de Ucrania.

A medida que las granjas de Ucrania se han convertido en campos de batalla, la incertidumbre en torno a las exportaciones agrícolas del país, así como a las de Rusia, ha creado una emergencia alimentaria mundial al hacer subir los precios del trigo, el maíz, la soya, los fertilizantes y el aceite de girasol.

Los precios de materias primas, como el trigo y el maíz, son globales, pero sus impactos no son equitativos. Los países y las personas más ricas pueden tolerar fuertes aumentos de precios. Mientras tanto, a la gente de los países más pobres, como Sudán y Afganistán, les resulta mucho más caro comer.

Mediante el seguimiento de los aumentos de precios de los que importa cada nación, junto con el modelo de las necesidades de importación de los países, podemos estimar qué países tienen más probabilidades de tener dificultades para llenar el vacío dejado por las deficiencias internas y alimentar a su población en los próximos meses. Además de Sudán y Afganistán, Egipto se enfrenta a un año difícil. El país es el mayor importador mundial de trigo, que ya es un 33% más caro que a fines del año pasado.

Lamentablemente, muchos de estos países se enfrentan a otras crisis. Las redes de seguridad social se han desgastado por el COVID-19. Los precios del petróleo siguen altos. Y más de la mitad de los países de bajos ingresos tienen o corren un alto riesgo de sobreendeudamiento a medida que aumentan las tasas de interés, lo que limita su capacidad de pedir dinero prestado para pagar por los alimentos.

Las muchas implicaciones de la guerra son angustiosas. Las crisis alimentarias a menudo conducen a disturbios sociales, conflictos, gobiernos fallidos y migraciones masivas.

Pero la historia, especialmente las crisis de los precios de los alimentos alrededor del 2008 y el 2010, nos recuerda que, al utilizar los datos y la ciencia más recientes, el mundo puede montar una respuesta integral contra el hambre.

Primero, las naciones y las instituciones deben moverse rápidamente para salvar vidas. Eso comienza con la financiación total del Programa Mundial de Alimentos y el aprovechamiento de las reservas de alimentos existentes para ayudar a los países en dificultades. Las Naciones Unidas, la Organización Mundial del Comercio y otras deben trabajar con los países para evitar las prohibiciones a la exportación de alimentos.

En segundo lugar, el Grupo de los Siete y China deben liderar una nueva ronda de alivio de emergencia de la deuda oficial para permitir que los países vulnerables respondan al hambre. El alivio de la deuda fue una bendición para el desarrollo a principios de la década del 2000 y hoy podría liberar recursos.

Tercero, a largo plazo, el mundo debe ayudar a que las economías vulnerables tengan más seguridad alimentaria. Las nuevas inversiones en la transformación de sistemas alimentarios similares, especialmente en la agricultura regenerativa, podrían hacer que las naciones sean más resistentes a los choques energéticos, climáticos, de salud y geopolíticos.

Con una estrategia integral, el mundo puede limitar el alcance de la emergencia de hambre de la guerra. En un momento de conflicto y cambio climático, también comenzará el proceso largamente esperado de crear un sistema alimentario mundial más estable y sostenible que pueda nutrir a todos en una era cargada de crisis.


–Glosado, editado y traducido–

© The New York Times