“La desigualdad educativa es, a la vez, una de las más fuertes y aceptadas [en nuestro país]”. (Foto: Anthony Niño de Guzmán).
“La desigualdad educativa es, a la vez, una de las más fuertes y aceptadas [en nuestro país]”. (Foto: Anthony Niño de Guzmán).
/ ANTHONY NIÑO DE GUZMAN
Richard Webb

Al Perú lo conocemos como un país de desigualdades tan extremas que cualquier propuesta redistributiva llega con presunción de validez. Pero toda redistribución mueve el piso e interrumpe el avance. Además, algunas desigualdades son más ofensivas que otras. Su fealdad es reducida, y puede hasta desaparecer, cuando la desigualdad es el efecto de un premio al mérito educativo, o cuando es producido por circunstancias accidentales, como algunos recursos u oportunidades de mercado que aparecen o desaparecen.

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Hace falta, entonces, una guía para orientar al que quiere postular de “revolucionario consciente”; o sea, sin parar la economía. La tarea es más complicada que la guía que se usa para acelerar el crecimiento económico. La economía tiene múltiples actividades, pero todas se miden con una sola vara: el valor económico. Pero la igualdad no se presta a una misma aritmética general. Cada aspecto o forma de igualdad tiene su propia métrica subjetiva, según la valoración de los afectados. Se necesita conocer no solo el nivel de una desigualdad, sino las causas que, en algún grado, la justifican.

Sorprende, por ejemplo, el alto nivel de desigualdad a la que se acostumbra dentro de las comunidades en la Sierra. Un estudio de cuatro comunidades realizado por el economista Efraín González de Olarte reveló niveles de desigualdad interna similares al del conjunto de toda la economía peruana, según . Otro estudio de comunidades en Puno, realizado por Christian Bertholet hace medio siglo, encontró un patrón similar, con grandes diferencias internas en cuanto a la propiedad de terrenos y animales, y acceso a negocios o trabajos fuera de la comunidad. Todas estas diferencias no impedían altos niveles de solidaridad, reciprocidad y sentido comunitario.

La desigualdad educativa es, a la vez, una de las más fuertes y aceptadas. Completar la secundaria hoy significa la probabilidad de un ingreso 60 o 70% más alto que el de alguien que no ha completado la primaria. Pero, antes que crear rechazo, la posibilidad de salir de la a través de la escuela es una poderosa fuente de esperanza para pobladores que no han completado la primaria pero que identifican la educación como el camino de salida más viable para sus hijos. Paradójicamente, la ventaja salarial que trae la secundaria completa, por encima del que solo tiene primaria completa, se viene reduciendo rápidamente durante el milenio, desde un adicional del 50% a solo el 39%. No obstante la alta aceptación que tienen las diferencias educativas, el gobierno de creó una opción de escuelas élite para un pequeño número de jóvenes de excepcional capacidad que asisten becados a los Colegios de Alto Rendimiento; iniciativa que, de hecho, crea desigualdad pero en aras de una incorporación de base más amplia a una élite tecnocrática nacional.

Otra desigualdad que está llegando al terreno político es la de género y, en este caso, la dinámica va en otra dirección: hacia un creciente rechazo. Esa dinámica se produce a pesar de una tendencia ligeramente favorable en la brecha durante el milenio, que se ha reducido del 31% a favor del ingreso masculino en el 2004 al 27% en el 2019.

Otra forma de desigualdad muy comentada es la regional. La dominación de las regiones por Lima es una de las “verdades” continuamente repetidas por historiadores y políticos del momento. Sin embargo, es evidente que la relación entre Lima y las regiones es altamente –y, además, crecientemente– interactiva por lo que no es fácil hacerla más igualitaria sin perjudicar a ambas partes. Lo fascinante, más bien, es que, desde el inicio del milenio, el ingreso promedio de las regiones ha venido aumentando a una tasa más alta que la de Lima. La corrección se viene produciendo por su cuenta, señal que no significa dejar de intervenir para reducir la desigualdad, pero sí cuidar de no distorsionar la dinámica buena entre capital y regiones. Trátese de comunidades, géneros, grados de instrucción y otros componentes donde se detecta desigualdad, las medidas de corrección deben tener en cuenta que todos esos elementos son partes de una realidad comunitaria y orgánica: una nación.