Pidiéndole peras a PPK, por Fernando Rospigliosi
Pidiéndole peras a PPK, por Fernando Rospigliosi
Fernando Rospigliosi

Muchos pensaban que el presidente Pedro Pablo Kuczynski (PPK) plantearía una cuestión de confianza para defender al ministro Jaime Saavedra, jugándose audazmente una arriesgada carta de confrontación con la oposición. Algunos, con la ilusión de que eso frenaría la ofensiva fujimorista y recuperaría el liderazgo del gobierno. Otros, con el temor de que se provocara una crisis peor, ahondando la inestabilidad política. Ambos se equivocaron. No conocen bien a PPK.

PPK odia el conflicto, la pugna, el enfrentamiento. No los soporta. Casi toda su vida ha transcurrido en el mundo de los mercados, donde la norma es la negociación, que puede ser dura, pero es ecuánime, y donde todos están acostumbrados a ganar algo o perder un poco. Nunca a jugar las cartas a todo o nada.

Por eso yerran los que creen que quienes provienen del entorno empresarial tienen habilidad para negociar en política. En cada ámbito se juega con reglas distintas y se requieren destrezas diferentes.

En suma, era pedir peras al olmo suponer que PPK iba a plantear una cuestión de confianza por Saavedra.

No obstante, fue un grave error que PPK y otros miembros del oficialismo amenazaran con esa acción si no estaban dispuestos a llevarla a cabo. Eso es lo peor que se puede hacer. Ahora han perdido credibilidad y aumentado la sensación de que es un gobierno débil.

Tampoco el equipo de gobierno ayuda, porque PPK se ha rodeado y ha integrado su Gabinete con gente parecida a él. Y los pocos que tienen alguna habilidad política poseen su propia agenda: algunos pretenden ser candidatos el 2021, otros quieren conservar sus cargos todo el tiempo posible. Casi nadie quiere arriesgarse por el gobierno.

El asunto es que la cuestión de confianza no era necesariamente la única opción. PPK podría haber planteado en su mensaje a la nación del martes las cosas en términos políticos francos, criticando una política obstruccionista de la oposición, precisando que eso causa un grave daño a los ciudadanos porque impide concentrarse en resolver los problemas de la gente, y llamando clara y directamente a una negociación sobre dos o tres temas de interés nacional, como economía y seguridad.

Es decir, conversar y pactar para mejorar la vida de los peruanos, no una componenda en beneficio de las élites.

Y, si tuviera una pizca de audacia, ofrecer abiertamente –no vergonzantemente como ahora– puestos en el gobierno al fujimorismo, de tal manera que la relación de fuerzas se exprese también en el Ejecutivo.

Eso le hubiera permitido tomar la iniciativa. En cambio realizó un mensaje desmañado, con un tonito enérgico impostado, poco creíble en él, que desalentó a sus seguidores y no amilanó a sus adversarios.

Ahora ya se empieza a hablar abiertamente de la posibilidad de que el Congreso destituya al presidente, como ha ocurrido 14 veces en las últimas décadas en América Latina. (Ver esta columna del 3.9.16, “Cuando las barbas de tu vecino veas pelar…”, a propósito de la remoción de Dilma Rousseff). 

En realidad, lo único que sorprende es la rapidez con que algunos han descubierto sus cartas respecto a esa contingencia. No era difícil darse cuenta desde el primer momento de que esa podía ser su intención: “No se puede descartar un derrocamiento del gobierno por una vía aparentemente legal […] nadie podría excluir esa posibilidad dada la volatilidad política y la debilidad institucional que reinan en el país”. (“El primer poder del Estado”, 20.8.16).

Sin embargo, destapar sus objetivos al principio del juego no es una buena idea y podría ayudar al gobierno a prepararse para ese escenario, aunque PPK y su entorno parecen ser los únicos que todavía no creen en eso.

Pero de otro lado, el sugerir esa alternativa, ponerla en discusión los ayuda en su propósito, porque va creando el ambiente, la sensación de que eso va a ocurrir de todas maneras. Parecido al escenario, por ejemplo, que existía en los meses previos al golpe militar del 3 de octubre de 1968. Todo el mundo lo intuía y casi se resignaba a ello. Cuando llegó, muchos sintieron que, como decía Martín Adán, volvimos a la normalidad.

El presidente parece no haberse dado cuenta todavía de que podría pasar a la historia como PPK el Breve.