Alonso Cueto

El escritor John Banville dijo en alguna de sus entrevistas que la libertad de los seres humanos no solo era indeseable, sino también imposible. Según Banville, el único ser completamente libre sería Robinson Crusoe. Si convivimos con alguien, en cambio, estamos sujetos a las leyes. Ya sea regida por normas de la familia, el trabajo, la ciudad o el país, una convivencia no es posible sin el imperio de la ley. Además de los códigos civiles y los reglamentos, hay pactos tácitos que rigen nuestras vidas privadas: debemos saludar a la gente por su cumpleaños, felicitarlos por sus aniversarios, contestar los mensajes o llamadas, ser fieles a las parejas y a los amigos, etc. Las leyes están con nosotros desde que el Génesis nos informó que Dios les dio total libertad a nuestros primeros padres en el Jardín del Edén, con una sola condición. Ese fue el inicio del sistema legal y también del crimen, según la religión.

El cine y la televisión han aprovechado el tema legal durante toda su historia. Hemos tenido abogados protagonistas de la ficción muchas veces. La serie , que se transmite hoy en Netflix, consagra a un personaje que juega con las leyes para sobrevivir. James McGill es un estafador que estudia derecho, se convierte en abogado y se transforma en un ludópata legal. Puede decirse lo mismo de todos los demás personajes, incluyendo a los “respetables” Howard y Chuck, el hermano de James, y a Kim Wexler, su pareja. Kim parece la única profesional seria del elenco de personajes. Pero eso no le impide juntarse con Jimmy en restaurantes para embaucar a algunos parroquianos usando un nombre ficticio. En mayor o menor medida, la convivencia de todos los personajes significa engañarse, traicionarse, mentirse; todo con tal de querer –o de odiarse– mejor a sí mismos y a los otros.

Jimmy es un personaje complejo. Es un sinvergüenza con sentimientos, un estafador con episodios de culpa. Engaña a su hermano, pero lo quiere. En una escena crucial de la serie, asistimos a las últimas palabras de la madre de Chuck y de Jimmy.

Las leyes de la familia se extienden a los narcotraficantes. Son familias que viven al margen de la ley porque crean sus propios códigos de fidelidad y sujeción. Albergando a padres e hijos que quieren protegerse, hermanos que buscan sobrevivir, este universo delincuencial ofrece unos códigos de honor propios. Todos los traidores son castigados, pues las familias deben “prevalecer” en sus patriarcas.

La serie incluye a personajes y escenarios diversos, incluyendo alguna alusión peruana. En el capítulo seis de la cuarta temporada escuchamos una versión estilizada del “Mambo de Machaguay” y una mención del árbol de la lúcuma.

Los personajes de “Better Call Saul”, precuela de “Breaking Bad”, esconden algo que merodea en algún lugar de sus rostros expectantes. Los viejos que aparecen en la serie, como el gran personaje de Jonathan Banks, son más activos y sabios que los jóvenes. Las mujeres son más generosas que los hombres. En medio de todos ellos, Jimmy es un bribón y una víctima. Un sinvergüenza vulnerable. Hijo de un padre regalón, que rompía la ley a su manera, Jimmy está acostumbrado a robar. Hay una confesión de lástima en sus ojos que parecen los de un ciervo y también de un zorro. Es tan mentiroso que cuando inesperadamente dice la verdad, se hace querer. Los creadores de la serie, Vince Gilligan y Peter Gould, saben que la vida no es una cuestión de inocencia y culpabilidad. Para sus personajes, como para cualquiera, es un asunto de mera supervivencia.

Alonso Cueto es escritor