Villarán de la Puente negó también que se vaya a acoger a una colaboración eficaz ni que vaya a brindar una confesión sincera al admitir aportes de Odebrecht y OAS.(Foto: Hugo Pérez / GEC)
Villarán de la Puente negó también que se vaya a acoger a una colaboración eficaz ni que vaya a brindar una confesión sincera al admitir aportes de Odebrecht y OAS.(Foto: Hugo Pérez / GEC)
Patricia del Río

Si una mujer falla, las otras sentimos que nos falló a todas, que nos cerró una puerta que empezaba a abrirse, que nos hace la ruta más complicada. Si una mujer se equivoca o comete un delito, los hombres, o por lo menos ciertos hombres, arrastran su cabeza como trofeo, gritan a los cuatro vientos que es una inepta, ríen satisfechos aplacando su miedo a ser desplazados.

se fue 36 meses a prisión preventiva y hasta el último minuto se le criticó porque se reía o porque se tomaba una foto con las policías que la escoltaban, o porque estaba gorda. Es casi ocioso hacer un recuento de las burlas que ha tenido que padecer , linchada por la opinión pública con un odio furibundo que no ha recibido su marido. El aluvión de improperios que recibe es asfixiante, si cada caracter de hoy corresponde a una pedrada de la antigüedad, créanme que nuestra capacidad de lapidar mujeres no ha hecho más que sofisticarse. carga lo suyo, aunque en su caso la agresión consiste generalmente en ningunearla, poco falta para que la acusen de no calificar ni para corrupta.

¿Son las mujeres menos deshonestas que los hombres? No, por favor, permítannos ser malas, hasta en eso debemos reclamar igualdad. Lo que es desproporcionado y ha empeorado últimamente es el ensañamiento con que se juzga a las mujeres por los mismos delitos que puedan haber cometido sus colegas hombres. La peor parte de esta corriente, que va empeorando, es que las críticas, que suelen tener altísimo contenido discriminatorio y sexista, se extiende a todas las mujeres del entorno de la que falló, como si la corrupción fuera un asunto de género por el que tenemos que responder todas.

No son épocas fáciles estas de la lucha por la igualdad. Estamos tan sorprendidos todos con el nuevo rol de la mujer en el mundo que no somos capaces de procesar con calma y sin prejuicios sus éxitos ni sus fracasos. Y no solo los hombres responden agresivamente a este nuevo orden en el que están ellos también tratando de encontrar su espacio, sino que muchas veces somos las propias mujeres las que denigramos con comentarios sexistas y horrendos a nuestras congéneres.

Imposible no mirar a estas lideresas que estaban encargadas de abrir el paso en la vida política con decepción, cierta desazón, hasta con cólera. Tenemos todo el derecho de ser duras y juzgarlas por sus condenables comportamientos y delitos. Pero dejemos de tratar los errores y faltas de los hombres como actos individuales y los de las mujeres como actos colectivos. Y sobre todo, no permitamos nosotras, que una mujer sea siempre “ladrona y puta”, “corrupta y fea”, “mentirosa y gorda inútil”, “estafadora y bruta”. Reclamemos que se nos juzgue por nuestros actos, permítannos responder por nuestras acciones. Critíquennos con los mismos argumentos y armas con los que se les critica a los hombres. No pedimos más… ni menos.