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"Roma" y otras películas mexicanas nominadas a los Globos de Oro
Renato Cisneros

Si en Gravity, Óscar 2014 por mejor película, Alfonso Cuarón nos llevó de paseo al espacio para mostrarnos una ficción de astronautas deprimidos, transbordadores dañados y desperdicios cósmicos, cuatro años más tarde, con Roma, nos trae literalmente de regreso a casa. 
Su último filme –estrenado ayer en Netflix luego de una expectativa sin precedentes entre los contenidos de la plataforma– cuenta la relación de la joven Cleo con la familia acomodada para la cual trabaja, de cuya descomposición es testigo, y a la que ayuda a salir adelante mientras lidia con sus propios conflictos de mujer migrante pobre.

Homenaje a Libo, la niñera de raíces indígenas de Cuarón; retrato social del convulsionado México de inicios de los setenta; fresco costumbrista de la dinámica hogareña latinoamericana del siglo pasado, Roma también puede entenderse como una denuncia de la marginación que han sufrido y continúan sufriendo las mujeres que, además de criar a los hijos de sus ‘patrones’, barren sus pisos, friegan sus platos, recogen los excrementos de sus perros, reinan en azoteas donde lavan ropa ajena, ven la televisión sentadas en el suelo y tienden camas oyendo baladas en la radio.

Mujeres que a veces quedan embarazadas de tipos caraduras que, una vez puestos al corriente de las novedades, se borran de inmediato. Mujeres a quienes el racismo normado por la élite privilegiada ha invisibilizado reduciéndolas a denominaciones impersonales como ‘muchachas’, ‘empleadas’, ‘sirvientas’, ‘domésticas’.

Hace tres meses, cuando la cinta ganó el León de Oro, el premio más importante del Festival de Cine de Venecia, Cuarón dijo que jamás pensó que una historia inspirada en sus años de infancia en la colonia Roma de Ciudad de México pudiese tener tanta acogida. Lo dijo sin saber que en los meses siguientes llegarían tres nominaciones a los Globos de Oro, ocho nominaciones a los Critic’s Choice Awards y un aluvión de reconocimientos internacionales.

Una parte de ese éxito se debe, sin duda, al carisma de Cleo, personaje interpretado por la debutante Yalitza Aparicio, actriz mixteca de 25 años que hace diez meses estudiaba para ser educadora sin pensar dedicarse a la actuación y que ahora, tras cautivar a los críticos más exigentes con su soberbio trabajo, salta de alfombra roja en alfombra roja para comentar, entre otras noticias, su reciente candidatura a los Premios Gotham.

No obstante la aparente unanimidad que concita, Roma, como toda obra de arte autobiográfica que narra con crudeza una vida y una época, ha despertado incomodidad. Así como hay fanáticos para los que la película “es lo mejor que le ha pasado al cine de América Latina en mucho tiempo” y que ya comparan a Cuarón con Vittorio de Sica o Visconti, hay quienes sostienen que el largometraje padece el afán de su director por el mero anecdotismo, pierde potencia al reflejar a la clase trabajadora con tono condescendiente y presenta ciertos movimientos de cámara grandilocuentes enfocados únicamente en conseguir momentos conmovedores gratuitos.

Fui a ver el preestreno de Roma hace una semana en un cine de Madrid. No había buscado el tráiler ni leído reseñas en Internet. Mi única referencia era el escueto comentario de un amigo cinéfilo: “Está muy bien”. Es más, el título me hizo pensar que esta vez Cuarón –que antes había dirigido desde la adaptación de una novela de Dickens (Grandes esperanzas) hasta un episodio de la saga de Harry Potter– contaría un drama romántico o quizá bélico desarrollado en la capital italiana.

Dos horas y quince minutos más tarde, salí de la sala impactado. Tal vez porque recordé a Rosa, mi nana por muchos años, de quien solo recuerdo el nombre, pero de cuyos sueños, angustias, orígenes, sentimientos o planes para el futuro nunca supe nada. ¿Qué habrá pasado con Rosa? ¿Por qué la despidieron mis padres? ¿A dónde se fue? ¿Tiene hijos? ¿Vive en el Perú? ¿Vive?

Queriendo contar su niñez, Cuarón ha contado la historia de nuestros pueblos. Ahí está descrita con hermosura, también con dureza, nuestra forma de mirarnos, de agredirnos, de ofendernos, de necesitarnos al final del día. //

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