Así nos ven… ¿así somos?, por Carlos Galdós. (Ilustración: Nadia Santos)
Así nos ven… ¿así somos?, por Carlos Galdós. (Ilustración: Nadia Santos)
Carlos Galdós

Hace unos días sentí profunda vergüenza frente a un trabajador venezolano que me contaba, muy agradecido, que había conseguido trabajo como mozo, con un sueldo de 400 soles trabajando de 11 de la mañana a 11 de la noche. Estaba agradecidísimo por la oportunidad, porque antes estuvo también de mozo pero en otro restaurante donde le pagaban con techo, solo techo, nada de comida. Entonces se las ingeniaba para de 5 a 10 de la mañana vender empanadas venezolanas en Puente Piedra. De ahí iba a su trabajo/morada a hacer labores de mozo. Cuando cerraba el restaurante, se sentía en la obligación de corresponder tamaña ayuda, así que iba los domingos a limpiar todo el local, obviamente sin retribución económica alguna. Mientras este señor me contaba eso yo sentía cómo me invadía la vergüenza por mis compatriotas explotadores que disfrazados de solidarios están abusando de la necesidad de los venezolanos en nuestro país. 

¿Es generosa la persona que despide a sus mozos peruanos, a quienes les paga sueldo mínimo y seguro social, para cambiarlos por venezolanos a los que les paga menos de la mitad del sueldo mínimo, sin seguro y más horas de trabajo? Y no estoy hablando de un restaurante de medio pelo. ¿Podríamos calificar como un acto de amor al prójimo darle solo techo a una persona a cambio de trabajar todo el día? ¿En qué momento este ser humano consigue algo de dinero si trabaja sin pago y duerme a la hora que cierra el local, o sea la media noche, y de ahí se pone a preparar empanadas hasta las dos de la mañana para salir a venderlas a las 5 de la madrugada? ¿Eso está bien? Porque si este hombre no sale a vender al menos esas cinco horas, pues simplemente no tendría ningún ingreso económico, literalmente ni para el papel higiénico. ¿Es esto ayudar o abusar de la necesidad de estos seres humanos? Eso sin tener en cuenta que con ese ritmo duerme con las justas dos horas y media al día. 

Llevé el tema a una sobremesa familiar e ingrata fue mi sorpresa cuando un miembro de mi familia justificó a los ‘empresarios’ peruanos que están encontrando en los venezolanos una oportunidad de reducir sus costos. ¿Reducir costos es explotar a la gente? “Es que esta es una oportunidad y la están tomando. El mercado es así”. ¿Así es el mercado? Transitar en la ilegalidad pagando la mitad del sueldo mínimo a los trabajadores y desprotegiéndolos sin seguro, haciéndolos trabajar más de 12 horas. ¿Eso es una oportunidad? Seguro que sí, es la gran oportunidad de convertirte en un ser miserable. En ese preciso instante también comencé a sentir vergüenza por este honorable miembro de mi familia, quien remató su argumentación diciendo: “Además, ellos se sienten agradecidos”. 

No estoy de acuerdo con la explotación, así la otra persona, desde su extrema necesidad, sienta que le estás dando la mano, cuando eso no es ayudar a nadie, es simplemente tomar ventaja sobre la miseria ajena. No se les está ayudando, se está abusando de su pobreza sin darle una posibilidad mínima de desarrollarse o cambiar su situación económica. 

A propósito de esto me metí al Facebook y navegué por una serie de páginas de venezolanos instalados en nuestro país. Lo que se lee es desgarrador. Testimonios de cómo pasan las fronteras, comunicaciones con sus familiares, quejas contra algunos de sus compatriotas que están robando y lo que más me conmovió: mucho agradecimiento para el Perú. Mientras nosotros (no todos) los explotamos, ellos desde su profunda desgracia nos agradecen. Así nos ven, como buenos, y ¿así realmente somos? ¿Explotándolos? Como escuché por ahí, “bueno, pues, pero así es la vida de los inmigrantes en todo el mundo”. OK. Entonces sigamos así en lo mismo, sembrando injusticia. Pero hay algo de lo que nunca nos podremos escapar, y es que lo que está mal, está mal aunque todos lo hagan y lo que está bien, está bien aunque no lo haga nadie. Y todos, absolutamente todos, sabemos dónde está la diferencia. 

Esta columna fue publicada el 04 de agosto del 2018 en la edición impresa de la revista Somos.

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