Los seres humanos siempre buscamos satisfacción propia para cubrir nuestras necesidades básicas. Todos queremos evitar el dolor a toda costa y cubrirlo con ese placer a pesar de las consecuencias para tenerlo. A veces, estos placeres son a largo plazo, como el del estudiante que renuncia a divertirse y dedica horas de estudio para en un futuro poder tener su trabajo soñado o su recompensa.
Las personas están dispuestas a sufrir, la mente sigue evolucionando de tal forma que nos angustiamos por cosas que ya pasaron o que aún no han pasado. La idea de todo esto es aprender del pasado y planificar el futuro, pero a muchos les genera tensión, a pesar de que podemos olvidarnos por un rato, pero tarde o temprano estos pensamientos acaban por volver a nuestra mente.
Por ello, la mente es como un laberinto, nos perdemos, volvemos, y, a veces, no podemos salir, pero para evitar el sufrimiento, tratamos de huir de nuestra propia mente.
El dolor limpio y sucio: la manera de escapar de nuestra propia mente
Cuando tratamos de salir de ese laberinto hablamos de dos tipos de dolores: el limpio y el sucio.
El dolor limpio:
Se le llama dolor limpio a todo aquello que nos hace sufrir, pero que a la vez no podemos controlar. Estos se pueden expresar en forma de pensamientos, emociones o sensaciones físicas que acabamos sintiendo en algún momento de nuestra vida.
No obstante, los expertos en salud mental lo califican como ese “dolor” que nos conecta con la vida y es “el precio que se paga por estar vivo, es decir, las circunstancias con las que tenemos que lidiar mientras tratamos de perseguir nuestras metas.
El dolor sucio:
Cuando no estamos dispuestos a convivir con el dolor limpio, es cuando aparece el dolor sucio.
A este dolor se le conoce como el que se produce cuando rompemos nuestros valores. Se da como consecuencia a aquello que queremos en la vida. Ocurre cuando nos encontramos encerrados en nuestra casa, tristes, solos, dejando que la vida pase; cuando, en realidad, quisiera pasar tiempo con otras personas. Existe un miedo extremo a salir herido, a la vergüenza o a la crítica.
Un ejemplo de ello es cuando soñamos con viajar a lugares exóticos, pero no nos atrevemos a subir a un avión, eso nos hace sentir seguros de quedarnos en casa.
Además, está muy presente esa punzada de decepción y esa duda constante de lo que se podría haber conseguido si es que se hubiera hecho lo que se pensó.
3 pasos para evitar huir de nuestras emociones
No podemos elegir no sufrir, pero podemos elegir la forma en la que sufrimos, eligiendo entre el dolor limpio o sucio. Sin embargo, querer huir de nuestro malestar por más limpio o sucio que sea es renunciar a lo que sentimos y a nuestras emociones. Afrontar no es sencillo (y se vuelve más difícil cuanto más optamos por huir).
A veces esta huida está camuflada con algo que puede tener consecuencias. Por ello, con los siguientes consejos, podremos evitar huir de nuestras emociones.
- Identifiquemos nuestras emociones: Para poder vivir con nuestras emociones, hay que saber identificarlas y reconocerlas.
- Hallar la mejor manera de expresar nuestras emociones: Ya sea escribiendo, dibujando, con un amigo, un familiar o con un especialista en salud mental.
- Buscar ayuda: Si hay emociones difíciles y complejas, es mejor pedir ayuda a un experto en salud mental.
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