Acaba de comenzar la temporada de avistamiento de ballenas en la provincia patagónica de Chubut, en el sur de Argentina, uno de los polos más importantes del mundo para esta actividad.
Como todos los años, se espera que en las próximas vacaciones de invierno, en julio, miles de personas viajen hasta la Península Valdés, el lugar que recibe a la mayor población reproductora de ballenas francas australes del planeta.
Pero mientras los turistas disfrutan de los cerca de 4.000 cetáceos que cada año llegan para procrear o tener su cría, los ambientalistas están en alerta. Es que en la temporada pasada se registró la mayor mortandad en la historia de estos animales, con la muerte de 116 ejemplares.
Según un informe del Programa de Monitoreo Sanitario de la Ballena Franca Austral –creado por cuatro ONG dedicadas a la conservación de estos mamíferos- hubo casi el doble de muertes que en 2011, cuando fallecieron 61 animales
Sin embargo, en los años anteriores ya se había registrado un fuerte aumento en la mortandad de esta especie.
Entre 2007 y 2009 murieron entre 80 y 100 ballenas, una cifra muy superior a la que se venía dando desde 2003, cuando comenzaron los registros.
Ese año –hace una década- murieron 31 ballenas, una cifra que se redujo a 13 en 2004, subió a 47 en 2005 y volvió a bajar a 18 en 2006.
¿Por qué tantas muertes a partir de 2007? Eso es lo que se preguntaron los expertos de la Comisión Ballenera Internacional (CBI, por sus siglas en inglés) que en 2010 se reunieron en Chubut para tratar de comprender qué estaba ocurriendo.
HIPÓTESIS Mariano Sironi, director científico del Instituto de Conservación de Ballenas (ICB) y codirector del Programa de Monitoreo Sanitario le contó a BBC Mundo las distintas hipótesis que se barajaron en ese momento.
Una posibilidad era que hubiera un aumento de biotoxinas, toxinas naturales como por ejemplo las mareas rojas, que pudieran estar afectando el alimento de las ballenas: el pláncton y el krill, relató desde Península Valdés.
Otra teoría era que por algún motivo hubiera un aumento de enfermedades infecciosas. Y la tercera hipótesis era que se tratara de un problema de desnutrición, afirmó.
Por tres años los expertos tomaron muestras del tejido de los animales muertos, que aparecían varados en las costas, y eventualmente pudieron descartar la primera y segunda premisa, al no encontrar evidencias de intoxicaciones o infecciones masivas.
Así, todo apuntaba a un problema de desnutrición. Pero, ¿a qué podía deberse?
Tras analizar las estadísticas los científicos descubrieron un vínculo entre la caída en la producción de krill y el fenómeno climático conocido como El Niño, en el Atlántico Sur.
Cuando aparece El Niño aumenta levemente la temperatura en el mar y disminuye la cantidad de hielo, por lo tanto también disminuye el hábitat del krill, que hiberna debajo del hielo, y por eso cuando llega el verano es una mala temporada de krill, explicó Sironi.
VÍCTIMAS Los expertos encontraron una correlación entre las oscilaciones de El Niño y una reducción en las crías de ballena franca austral durante la última década.
En efecto, las principales víctimas del aumento de la mortandad en estos diez años han sido los cerca de 400 ballenatos que cada año nacen en la Península Valdés.
Como no llegaron a comer suficiente muchas hembras que llegan preñadas no tienen suficiente grasa para producir la leche necesaria o de la calidad requerida para que su cría llegue a término y sobreviva después de nacer, dijo el científico.
Las cifras son preocupantes: de los 116 ejemplares que murieron en 2012, 113 eran ballenatos. Eso significa que cerca de un tercio de los ballenatos que nacieron ese año fallecieron.
En años anteriores también la mayoría de los animales que murieron eran recién nacidos.
¿PELIGRA LA POBLACIÓN? A pesar de estar consternados por el alza en la tasa de mortandad, los expertos resaltan que el fenómeno no pondrá el peligro la subsistencia de la especie.
Desde la década de los años 70 la población de ballena franca austral ha ido en aumento. En 2000 se estimó que la especie crecía anualmente a un 6,9%, una tasa que en 2010 se redujo a 5,1%.
Los ambientalistas no saben cuánto se desacelerará este crecimiento en esta década como consecuencia del mayor número de muertes, pero los especialistas del ICB descartan que la población caiga por debajo de la cifra actual de cerca de 4.000 ejemplares.
En tanto, siguen estudiando las posibles causas del aumento de mortandad, ya que por ahora las explicaciones son hipotéticas.
Además de la teoría de El Niño, en el último tiempo tomó fuerza otra premisa que para algunos puede resultar sorprendente: la culpa del mayor número de ballenas muertas podría ser en parte de otro animal mucho más pequeño: la gaviota.
Desde hace tiempo que el ICB advierte sobre un fenómeno que pareciera suceder únicamente en el sur de Argentina: por algún motivo que se desconoce, en esta zona las gaviotas cocineras se alimentan de la piel y la grasa de las ballenas vivas, y las picotean hasta provocarles graves lesiones.
Las principales víctimas son los ballenatos, por estar más indefensos. Sironi cree que si estos animales ya se encontraban más vulnerables por la desnutrición, las heridas que les provocan las gaviotas podrían contribuir a su deceso.
Para encarar este problema las autoridades de Chubut lanzaron un programa para eliminar algunas de las gaviotas.
Los organismos ambientalistas no creen que esa medida sea necesaria. En su lugar proponen que se realice un manejo más eficiente de los residuos urbanos y pesqueros en la zona para reducir el alimento de las gaviotas y así limitar su población.