Un día como hoy, exactamente hace 43 años, se produjo un punto de quiebre en la historia del fútbol mundial: debutó Diego Armando Maradona con la selección argentina. En ese momento, Diego ya se había estrenado con Argentinos Juniors y, años más tarde, transformaría el fútbol en poesía con la camiseta del Napoli, llevándolo a conseguir nada menos que los únicos dos scudettos (1986-87, 1989-90) que hoy lucen en las vitrinas del club italiano. Sin embargo, a nadie le queda duda que fue con la albiceleste que se consagró como héroe nacional y mundial. No solo por haber sido la gran figura en la obtención del Mundial de 1986, sino también por su particular estilo de vida, sumado a su juego valiente y pícaro juego dentro del campo. Con todas estas cualidades logró una identificación sin igual con el hincha.
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Con el escudo de su país en el pecho, el ‘Pelusa’ se volvió casi un Dios y forjó la denominada religión ‘maradoniana’ que, muchos años después, no solo sobrevive, sino que además sigue captando seguidores de todas las clases sociales, nacionalidades y edades. Esto, sobre todo en los más jóvenes, quienes solo han visto por YouTube ‘el gol del siglo’ y ‘la mano de Dios’, pero con eso les basta y sobra para considerarlo su ídolo, como la máxima leyenda de todos los tiempos en este deporte.
¿Pero qué sintió aquel Maradona de tan solo 16 años y 5 meses al jugar sus primeros minutos con la casaquilla nacional de Argentina? ¿Cómo le fue en el aspecto futbolístico? A continuación, utilizando extractos del libro “Yo soy el Diego”, realizado por Daniel Arcucci y Ernesto Cherquis Bialo, respondemos dichas preguntas.
Primero hay que situar el contexto. Por esos días de 1977, puntualmente en el mes de febrero, la Argentina acumulaba 11 meses de terror debido a la dictadura militar impuesta por el Gobierno de turno. Eran tiempos en donde el balón era la mejor pantalla para tapar las atrocidades que se cometían en contra de la población argentina. Y fue allí, en medio de la oscuridad, que Maradona y su fútbol empezaría a ser luz entre tinieblas para aquellos que les apasionaba tanto el fútbol.
Así comenzó todo
Era un domingo 27 de febrero de 1977 y la selección dirigida por César Luis Menotti le tocaba jugar ante Hungría. Era un duelo amistoso como preparación para el Mundial de 1978, ya que los albicelestes no disputaban las eliminatorias por ser anfitriones. El once inicial que mandó el ‘Flaco’ fue con Hugo Gatti; Alberto Tarantini, Jorge Olguín, Daniel Killer y Jorge Carrascosa; Osvaldo Ardiles, Américo Gallego y Julio Villa; René Houseman, Leopoldo Luque y Daniel Bertoni.
Esa tarde, el ‘10’ (por entonces jugador del ‘Bicho’) ingresó en reemplazo de Luque a los 20 minutos del segundo tiempo. El resultado, puramente anecdótico, fue Argentina 5 (Luque 2 y Bertoni 3) - Hungría 1. Pero lo realmente resaltante fue el estreno del Maradona, que luego no fue convocado para dicho Mundial.
“El ‘Flaco’ me llamó: ¡Maradona!, ¡Maradona!, dos veces me llamó. Me levanté y fui hasta donde él estaba. Me di cuenta que iba a jugar. Va a entrar por Luque, me dijo Menotti. Haga lo que sabe, esté tranquilo y muévase por toda la cancha. ¿Estamos? Eso me dio coraje”, explica Maradona en el libro en mención. Pero, lejos de poseer el temple de acero que tuvo en años postreros, para convertirse en una verdadera una pesadilla para los ingleses en la Copa del Mundo de México, Maradona estaba nervioso. Si en su madurez al Diego no lo asustaba nada dentro de la cancha, en aquel entonces le temblaban un poco las piernas.
Pero el mismo Maradona reconoce que mucho tuvieron que ver sus compañeros para que se fuera deshaciendo del miedo al error. Y cómo no iba a ser presa de temores, propio del chiquillo que era en ese entonces, si estaba frente a una Bombonera que lucía repleta de público. "La toqué enseguida. Sacó Gatti para Gallego y el Tolo me la dio a mí, de una. Lo hizo a propósito, me di cuenta de que era una gran muestra de compañerismo. Me la dio rápido para que tomara confianza, para que tuviera la pelota. Fue ahí cuando lo dejé solo a Houseman con un pase entre dos húngaros. Entonces me serené del todo”, siguió explicando Maradona.
Aunque no llegó a brillar, Diego ya daba muestras que era diferente por la forma de correr en el campo y, sobre todo, por la riquísima técnica que poseía y de la cual hacía gala cuando le daban la pelota. Después del pitazo final, ‘Marado’ recibió los aplausos del respetable y los halagos del resto del equipo argentino.
“¡Así te quiero ver siempre, Diego!", le dijo Gallego mientras le propinaba un cálido abrazo. Lo particular de aquel debut fue que, ya por la noche, Maradona volvió a ver el partido en la comodidad de su casa. Y, lejos, de quedar satisfecho, encontró situaciones del juego en las que pudo haber decidido mejor y se recriminó a sí mismo: “Me di cuenta de que me había equivocado varias veces. Le di una pelota a Bertoni a la derecha, y el que estaba solo en la otra punta era Felman. Quise gambetear a un húngaro y la engaché muy corta: me acordé de que en ese momento pensé hacerla larga y después me arrepentí”.
Diego Armando Maradona, cuenta también, que aquella noche durmió plácidamente y no soñó nada. ¿La razón? el sueño de pibe ya se había hecho realidad ese día.
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