“Ningún equipo es invencible”, asegura una sentencia futbolera. Y es verdad sacrosanta, el reciente Liverpool 2-3 Atlético de Madrid es el paradigma perfecto de que todo puede suceder en fútbol. Un grupo de buenos jugadores, en óptimo punto físico, táctico y anímico puede vencer a cualquier formación, por poderosa que esta fuere o superior que parezca, si la toman desprevenida o en una jornada errática. La motivación y la mística son tópicos esenciales en este juego y varían de un partido al otro. De allí la irregularidad o los resultados sorprendentes que se dan cotidianamente. En fútbol no siempre gana el mejor sino el que está mejor ese día.
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Ahora bien, si pudiésemos reunir a los mejores once de la historia, ¿también podrían vencerlo? Eso sería diferente. Si fuera posible derribar la barrera del tiempo y las nacionalidades y armar un equipo virtual con esos once, nos animaríamos a apostar hasta la camisa sin miedo a perder. Hemos tomado como universo de elección desde el Mundial 66 -nuestro primer deslumbramiento- hasta hoy. O sea, lo que vimos. Y considerado que el fútbol actual ha superado en mucho al de hace cincuenta o más años. En todos los ítems dentro del campo: velocidad, marcación, tácticas, intensidad y, sobre todo, talento para reaccionar en menos tiempo y con menor espacio. Y algo muy relevante: información del rival. Brasil tiene sobre Venezuela un historial aplastante, con una docena de goleadas por 7-0, 6-0, 5-0, 4-0… En la reciente Copa América, en Bahía, igualaron sin goles. La Vinotinto se le plantó. Y no es porque Brasil decayó (fue el campeón), los otros crecieron. Se puede estar enamorado del pasado, lo que no se puede es negar el mayor grado de dificultad actual. Seguramente si los de épocas anteriores hubiesen jugado en el presente se hubieran adaptado e incluso destacado, aunque les hubiese costado más brillar y lograr proezas. Ahora todo es más complicado. Al reducirse los espacios y aligerarse la acción, hay menos facilidades para deslumbrar.
En ese contexto, arrancamos por el arco: Casillas es el uno. Si la función del arquero es evitar goles, nadie lo supera. Un auténtico salvador de derrotas, garante de victorias, bastión en incontables triunfos de España y del Real Madrid. Siempre recordamos un partido ante el Barcelona, final de Copa del Rey. Iban 0 a 0, dominaba el Barza. Xavi, desde inmejorable posición, le buscó el segundo palo con tiro fuerte y bien colocado. Absolutamente imposible de sacar para otro mortal. Iker la sacó. Salvó la derrota, se agrandó el Madrid y luego, con gol de Cristiano de cabeza, consiguió la corona. De esas tiene mil. Un candado. No impactaba por estilo ni estatura, era rendimiento puro. Nadie atajó más ni durante tanto tiempo en la cima del fútbol.
La palabra crack parece inventada para Dani Alves. Pudo ser 10 o puntero endiablado, fue lateral derecho. Pelea el puesto con otro fenómeno: Cafú. Éste quizá más veloz y con mejor marca, sin embargo los extraordinarios recursos técnicos de Dani Alves, su prodigalidad y la capacidad para manejar un equipo desde la banda, lo hacen titular para este cronista. Un artista del puesto.
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Carles Puyol es por mucho el mejor zaguero de este deporte. Una roca, impasable en el mano a mano, fabuloso en el anticipo, arrojado. “Puyol es capaz de poner la cabeza donde otros no se animan a meter el pie”, lo retrató con acierto su colega de oficio Franco Baresi. Carles trababa con la cabeza, con los dientes si salvar un gol lo tornaba necesario. Y si nadie podía acertar un gol, allá iba a meter el cabezazo matador. Tarzán, León, Titán, los apelativos parecen insuficientes para describirlo. Y todo caballerosidad, todo nobleza. Nunca una patada. Ir fuerte a la bola, nunca al rival. Jamás una actitud antideportiva.
A su lado, Daniel Passarella, un zaguero con 200 goles convertidos gracias a un cañón en la zurda y un cabezazo atómico; insuperable en el juego aéreo; un atleta dueño de un carácter temible. Ganador, capitanazo. Dueño del equipo en River, la Fiorentina, el Inter, Argentina.
El lateral izquierdo nunca tuvo un ocupante como Roberto Carlos, tal vez el futbolista mejor dotado físicamente de todos los tiempos: fuerte, flexible, rápido, con una sensacional motricidad. Bueno en la marca, avasallante en ataque, con un remate espectacular de pie izquierdo, en pelota parada o en movimiento. Le vimos hacer un gol asombroso a Emelec por Libertadores desde el banderín del córner. Encimado por el rival y por la pelota, desde un ángulo imposible, sacó un misil y lo mandó a un ángulo. Un gol inexplicable.
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En el círculo central, Franz Beckenbauer, imponiendo respeto y categoría, derrochando clase. Posiblemente uno de los jugadores más elegantes de la historia, pasaba por el costado de los rivales sin mirarlos, casi ignorándolos, como si no existieran. Una personalidad colosal. ¡Y eso a los 20 años…! Podría haber sido emperador, canciller de Alemania o presidente de la Mercedes Benz. Era zaguero y se tornó volante por manejo de pelota y mando del equipo.
A su derecha, el gerente del mediocampo: Xavi Hernández. Aún rodeado por todos estos próceres, la pelota y los ritmos los manejaría él. Dominaba a los contrarios él solo. Un llevador y pasador fantástico, con gran autoridad. Sergio Batista lo definió brillantemente: “Él decide cómo se juega el partido”.
En una línea de dos volantes adelantados, ubicamos a Messi por derecha y Di Stéfano más a la izquierda. Ambos comenzaron de punta y se fueron tirando atrás. Messi por capacidad para gestar la jugada, Alfredo porque era un todoterreno que podía arrancar desde su área, adonde había llegado defendiendo, y armaba el siguiente ataque para luego terminarlo definiendo. De Messi se ha dicho todo: podría terminar siendo el máximo goleador y asistidor de la historia, una dualidad extraña. Como decía el Payo Solá, “el que toca nunca baila”, Messi hace las dos, prepara y convierte. Un genio que lleva quince años de excelencia suprema en la cima del fútbol.
Con Di Stéfano nos permitimos vulnerar un principio personal: no hablar nunca de quienes no vimos. Apenas lo admiramos por videos. Pero la dimensión de gigante lo pone ahí. Su mérito excluyente, por encima de todos los demás, es haber hecho de un club peleado con el éxito, el más ganador del mundo. El Real Madrid tenía apenas dos ligas y llevaba veinte años sin ganar otra; al influjo de su carácter lograron 8 campeonatos de España y 5 copas de Europa, entre muchos más. Y goleador, y líder casi feroz del vestuario. Instaló el estilo del club: ganar, ganar y ganar.
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A Pelé lo explicamos aunque no necesita explicación. Va de 9, era su puesto pese a jugar con el 10 en la espalda. Monstruo sagrado, primer deportista global, técnicamente perfecto, portento físico, goleador supremo, noble, guerrero si había que guerrear. Agregar sal a gusto. A su izquierda, la épica de Maradona, una épica que el fútbol no había visto nunca. Diego fue la habilidad más la rebeldía, el atrevimiento, el potrero en toda su dimensión. También una inmensa generosidad: daba todo. Y los rivales le daban con todo. Coincidió con la época más dura y permisiva del fútbol: los ’80. Lo molieron a patadas. Mister Chip, el notable estadígrafo español, atestiguó: “Maradona es el jugador con más faltas recibidas en los Mundiales: 150. El segundo no llega a 50”. Diego era un 10 adelantado, con alma de delantero, no tanto de servir pases sino de culminar sus maniobras (yo la hago y yo la vendo). En la cumbre junto a Pelé y Messi.
Si volcáramos en un computador el mapa genético de cada uno -futbolístico, claro- tendríamos un resultado seguro: ningún otro equipo, juegue quien juegue, podría vencer jamás a esta maquinaria. Desde luego, todo es opinable y va en el gusto personal.
¿Cómo llegamos a estos once...? Más allá de las características salientes de cada uno, los medimos bajo diez parámetros de exigencia: 1) personalidad; 2) inteligencia; 3) técnica; 4) habilidad; 5) talento; 6) liderazgo; 7) mentalidad ganadora; 8) aptitud física; 9) trayectoria; 10) incidencia personal en las conquistas de su equipo.
Cuando se arman estos equipos ideales, muchos lectores, preguntan “¿y quién marca…? porque son todos ofensivos”. Repreguntamos: ¿y quién les saca la pelota, cuándo la pierden…? Con estos once, cada avance es un gol. La marca es problema de los otros.
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