“Puede que ya no camine por las aguas como solía hacerlo, pero todavía puede hacer un milagro o dos, como multiplicar winners o convertir cualquier líquido en Gatorade”, le escribió John McEnroe al dios Federer tras su epopeya en Australia en el 2017. El verso aplica ahora, tres años después, para el enorme Rafael Nadal.
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Rafael Nadal llega a la ribera del Támesis con el lastre de nunca haber conquistado el Torneo de Maestros. Su grupo junto a Thiem, Rublev y Tsitsipas es durísimo y esta no es su superficie favorita. Rafa es siempre Rafa, y en esa tautología se explican sus innumerables proezas. Ya se sabe que contradecir el pasado es una de sus especialidades, pero esta vez el viejo león está en serio peligro de no acceder a las instancias finales.
En el mismo grupo del balear, Dominic Thiem llega a Inglaterra con la certidumbre de que tiene tenis para robar la corona. Su triunfo en el US Open ha sido consagratorio. La confianza de esa victoria ha desterrado sus inseguridades. Si está fino, el poder de sus golpes lo convierte en una amenaza. El año pasado disputó la final.
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Más ganador de títulos que ningún otro en el año, Andrei Rublev se rehúsa a ser un convidado de piedra. Viene de ganar 20 de sus últimos 22 partidos con dos coronas incluidas. ‘El Lagarto’ no posee gran variedad de tiros, pero conoce bien su libreto. Sus brazos son laderas de montañas que juegan en serio. Es agresivo y no da una pelota por perdida.
Stefanos Tsitsipas quiere volver a ser el más maestro de los maestros. En la edición pasada, el campeón reinante funcionó como el Big Ben. Tenía solo 21 años. Tras el título, sin embargo, su rendimiento ha sido irregular. Si equilibra su temperamento y mejora su slice, es un potencial número uno. Candidato.
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¿Con qué versión de Novak Djokovic nos vamos a encontrar esta vez? Antes del accidente del US Open, estaba intratable. Luego, cuando ya parecía recuperado, Nadal lo barrió en Roland Garros. Poco después Sonego, un jugador de arcilla, lo venció inesperadamente en canchas rápidas. Djokovic no llega con la aureola de imbatibilidad acostumbrada. De todas formas, por virtuosismo y capacidad estratégica sigue siendo el favorito. Ha sido campeón cinco veces aquí.
En ese mismo grupo, Daniil Medvedev es un oponente serio. En las antípodas del ballet del Bolchoi, el ruso es un muro de contención. Sin lujos ni estridencias, devuelve todo lo que le envían. Falla poco, saca bien y es enormemente sólido. Viene de ganar en París. Temible.
Hace un par de años, Alexander Zverev logró en Londres el mayor éxito de su carrera. Todos auguraban tiempos de ventura. No fue así. Su andar ha sido errático y no ha sido lo profesional que se esperaba. Hace cinco meses empezó a trabajar con Ferrer y los éxitos fueron inmediatos. Alcanzó la final del US Open y sonrió un par de veces en Colonia. En buena forma física, ‘El Principito’ puede volver a reinar.
El segundo tenista de menor estatura del torneo, Dominic Thiem, le lleva 15 centímetros, pero eso a él no le importa. Está acostumbrado a que lo subestimen. Diego Schwartzman va a jugar su primer Masters en una superficie en la que los servicios ganadores facilitan las victorias. Diego tiene un saque seguro, pero no ganador. Lo compensa con solidez, pundonor y muñeca, pero en estas lides parece insuficiente. Detesta que lo llamen Peque. Diego ya ha demostrado que está a la altura de los mejores. Sin embargo, es el que, a prori, tiene menos opciones de ganar el título.
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