Confirmada la salida de Ricardo Gareca, las tareas urgentes son dos: preguntarse por qué el proceso más exitoso en selección peruana en los últimos 40 años acabó de esta forma y reflexionar acerca de cómo debería ser la transición en el comando técnico de aquí a futuro. Curiosamente, ninguno de estos asuntos se puede abordar seriamente pues remiten a Agustín Lozano.
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Referir al presidente de la Federación Peruana de Fútbol (FPF) implica revisar páginas oscuras, dudosas. Fue sentenciado por la Conmebol debido a que estuvo involucrado en la reventa de entradas de cortesía para los partidos eliminatorios de Perú de cara a Rusia 2018. Una persona con decoro hubiera renunciado: utilizar una prebenda protocolar para lucrar al menudeo es no solo indigno, también barriobajero. Si eso no fuera suficiente, fue el responsable del desastre organizacional del viaje a Doha, donde solo 60 de los 158 pasajeros formaron parte de la delegación deportiva; lo demás fue un circo variopinto donde Lozano incluyó a una lista de invitados grotesca: 8 presidentes departamentales, todo el directorio de la FPF y numerosos dirigentes de clubes de Primera y Segunda en un evidente ejercicio de, seamos elegantes, “fidelización”. No referiremos aquí los reportajes y denuncias alrededor de las mafias y sobornos arbitrales que aparecen cada tanto en el norte del país, no es necesario. Basta este párrafo para entender que Lozano no estaba capacitado para negociar ni prometer aquello que Gareca exigía para su renovación.
Se trataba de dos temas, básicamente: sueldo y plan de trabajo. Para lo primero, a pesar del derroche asiático que se permitió la FPF en Medio Oriente, Lozano planteó una reducción salarial que ningún profesional hubiera aceptado. El proceso de Gareca es considerado universalmente exitoso con y sin Qatar; iniciar una negociación con un punto de partida tan bajo es patear el tablero. La pregunta evidente es por qué. ¿Tiene Lozano otra prioridad? ¿Es Gareca un estorbo para la agenda del presidente de la FPF?
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La respuesta se vislumbra en el siguiente punto: el entrenador argentino exigía como requisito, y así lo hizo saber a medios, poderes que le permitan reestructurar nuestro sistema futbolístico. No hay que ser adivinos para entender que, en la práctica, ello implicaba alterar la red de lealtades que le permite a Lozano mantenerse como cabeza, si se quiere, alterar el juego actual de equilibrios y balances.
El sistema dirigencial peruano, un gremio gris donde campea la informalidad y prospera la delincuencia, es uno de los principales obstáculos para nuestro desarrollo futbolístico. Que nadie se confunda: los 7 años de competitividad que logró Gareca se han erigido sobre una base precaria, cuando no podrida. Lozano, como parece claro, ha privilegiado mantener su posición de poder sobre el interés general. El ‘Tigre’ se merecía al menos una negociación honesta; el país, una reforma que aproveche la base del consenso alcanzado. Nada de eso ocurrirá.
El futuro, por eso, duele. Una dirigencia desgastada, que cierra con un desaire el proceso más feliz, aparece desnortada de cara al reto de la transición. Ninguno de los voceados como reemplazo tiene el perfil para capitalizar lo construido: ni por estilo, ni por experiencia. Las intenciones de la FPF son vagas o imprecisas. “No hay plan B”, han declarado explícitamente. Pero si no hay plan B y el A se cayó, ¿Lozano alista el plan C? ¿El H? ¿El Z?.
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