Primero, no es cierto que el modelo económico no haya generado mayor beneficio a los peruanos. En los últimos 21 años, incluyendo el efecto recesivo COVID-19 del 2020, hemos logrado, por ejemplo, un crecimiento del 4,1%, mientras que lo mejor de América Latina, constituido por la Alianza del Pacífico, solo alcanzó un 3%. Nuestros indicadores en materia de inflación, reservas internacionales, deuda pública, calificación crediticia son motivo de elogio internacional. Perder esto sería un suicidio.
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Segundo, debe entenderse que el modelo debe ser completado a través de reformas estructurales que generen mercados competitivos y regulaciones simétricas. La tarea pendiente es grande, pero a pesar de ello, con un modelo inconcluso, nuestros niveles de desigualdad, concentración de ingreso y pobreza están considerados dentro de los que más contracción han alcanzado en Latinoamérica las dos últimas décadas. Solamente nuestra tasa de pobreza, como ninguna otra en la región, mostró una caída de más de 32 puntos porcentuales.
Tercero, nuestro modelo para operar plenamente requiere estar acompañado de tres elementos fundamentales: generar institucionalidad, mejorar la calidad del Estado y cerrar la brecha de infraestructura física y social. Es imposible igualar las oportunidades de todos los peruanos, darle sostenibilidad al país, los negocios y la sociedad, si estos elementos no operan eficientemente. La presencia de mercados oligopólicos inadecuadamente regulados, la deficiente atención en salud, educación, la asimetría en la aplicación de justicia, la exclusión social, se acentúan cuando –como hoy– no se completa el modelo.
Cuarto, la capacidad de gestión del frente público, por ejemplo, es un elemento esencial para que el modelo opere eficientemente. En ese marco, buscar descentralizar sin calidad de gestión es imposible; mejorar la calidad de educación, salud, justicia sin ello, imposible. Hasta hoy lo mejor de nuestro capital humano ha estado ajeno a la administración del país. De otro lado, parte de nuestro empresariado se ha mantenido distante de la urgencia de compartir valor como medio para darle sostenibilidad al proceso de creación de valor del país.
Quinto, la verdad, no hay modelo económico que obtenga progresos integrales y sostenibles en el marco de una clase política ignorante, sin visión de país, anclada en la corrupción o ideologías trasnochadas. La justicia no requiere ideologías, requiere calidad humana. Tenemos que dar paso a una nueva clase política e institucionalidad alejada de la coyuntura y mediocridad actual.
Sexto, asignarle la responsabilidad de todos nuestros males a un modelo económico que aún es inconcluso y que ha demostrado beneficios palpables es solo sinónimo de desconocimiento o demagogia. Requerimos más que nunca completar y fortalecer el modelo; nunca abandonarlo.
Volver al control de precios, creciente participación del Estado y limitaciones a la apertura de mercados solo distribuirá escasez y pobreza. Ello rompería nuestro fundamento fiscal, la independencia de nuestra banca central y abriría las puertas a la hiperinflación y crisis cambiarias. Nada más dañino, empobrecedor y regresivo que ello. No hay otro modelo, no hay otro camino. Entiéndase esto. Es comprensible la desesperanza, pero que ello no nos conduzca al retroceso y caos. Al modelo hay que completarlo y necesitamos un gran cambio para ello, no lo que tenemos.
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