AUGUSTO TOWNSEND K.
Por estas fechas me suelo topar con innumerables cuestionamientos de índole moral al “consumismo”. Mucha gente asume que este contradice el “verdadero espíritu de la Navidad”, en el entendido de que lo material es inherentemente opuesto a lo espiritual. Otros dicen que lo único que se critica es el “exceso” de consumo, pero les resulta difícil explicar objetivamente a partir de cuándo se configura dicho exceso.
Quizá estas críticas hacen más sentido cuando se ventilan en los países del primer mundo o cuando están específicamente direccionadas hacia las clases más pudientes, pero llaman la atención en un país como el Perú en el cual la principal preocupación que deberíamos tener en épocas como esta no es el exceso de consumo (limitado a una porción bastante pequeña de la población) sino la falta de este (lamentablemente extendida a lo largo y ancho del país).
En esta Navidad habrá muchísima más gente en el Perú que no podrá consumir más de lo habitual por falta de excedentes, que gente que podrá despilfarrar los suyos a su antojo.
Para los primeros, esta supuesta oposición entre lo material y lo espiritual quizá sonará un poco absurda. De hecho, la literatura económica ha demostrado que la autopercepción de felicidad de una persona de bajos recursos (o el bienestar, como algunos preferirían llamarle) aumenta de forma significativa conforme lo hacen sus ingresos. Es decir que el dinero sí compra felicidad a través del consumo cuando uno es pobre.
A medida que uno se enriquece, la utilidad marginal de tener mayores ingresos decrece. Por eso decimos, intuitivamente, que quienes “ya lo tienen todo” no disfrutan tanto comprándose más cosas. De hecho, hay un estudio del economista Angus Deaton y el psicólogo Daniel Kahneman que llega al extremo de asegurar que un ingreso de aproximadamente US$75.000 al año es la barrera a partir de la cual la felicidad de los estadounidenses deja de aumentar conforme lo hacen sus ingresos. No conozco de un estudio similar que se haya hecho en el Perú, pero intuyo que la abrumadora mayoría de peruanos está muy lejos de ese umbral.
Por ello, en lugar de cuestionar el consumismo en el Perú, creo que es muchísimo más importante encontrar políticas que nos lleven a los peruanos (específicamente los que no forman parte de la clase alta) a consumir más. La más importante de ellas es disminuir la pobreza, en lo cual afortunadamente nos ha ido muy bien como país en los últimos años, mejor que en cualquier otro momento de la historia, como parte de un círculo virtuoso que además ha permitido reducir la desigualdad.
Otra es dinamizar la competencia en los distintos rubros de la economía para reducir los precios en el mercado y así trasladar rentas de los productores hacia los consumidores. Una más es trabajar en aquellos costos que encarecen los productos sobre todo para las poblaciones rurales, como el déficit de infraestructura.
Como decía, no veo por qué tendría que marcarse una línea divisoria tan categórica entre lo material y lo espiritual, cuando perfectamente pueden retroalimentarse de manera positiva. Es altamente probable que un individuo que espera encontrar la felicidad comprándose un iPad, acabe desilusionado. Pero una persona que toma la decisión de endeudarse responsablemente para pagar unas vacaciones familiares, bien podría sentir felicidad plena mientras las disfruta.
Si el significado de estas fiestas, más allá de lo religioso, es valorar el tiempo en familia, trate de pensar en algún encuentro familiar que no haya involucrado consumo alguno (sea gastos en comida, transporte, regalos, etc.). Nada de lo anterior implica que uno deje de lado la responsabilidad en lo que respecta al consumo. Antes mencioné la importancia de no endeudarse más allá de lo razonable.
Asimismo, como consumidor uno debe estar plenamente consciente de que muchas empresas quieren venderle la idea de que le conviene cambiar un producto que funciona perfectamente por otro un poco más nuevo que solo trae cambios marginales o estéticos. Esta práctica tan presente en los productos tecnológicos que se conoce como obsolescencia programada, es cuestionable sobre todo desde un punto de vista ecológico y de desperdicio de recursos, pero la responsabilidad última de combatirla está en las decisiones individuales de cada consumidor.
Dicho esto, si usted disfruta estas épocas consumiendo, vale decir, regalándose algo como recompensa por el esfuerzo desplegado en el año o, mejor aún, si encuentra la felicidad demostrándole a sus seres queridos que el aprecio que siente por ellos implica no solo la comunión espiritual sino también el deseo de satisfacer sus necesidades materiales, bien por eso. No tendría por qué generarle carga de conciencia (quizá le conforte saber que el consumo es uno de los principales motores del crecimiento económico del país, lo cual nos beneficia a todos).
Pero recuerde lo que dije al inicio: que mientras mejor situación económica tiene una persona, menor es la utilidad marginal de recibir algo material. Tal vez lo que necesitan sus familiares (y usted mismo) sea más abrazos (que, como todos sabemos, es un regalo bidireccional). Lo bueno de esto es que dejaría libre parte de sus excedentes para regalar fuera de su familia, a quienes quizá lo necesiten más.