La pregunta “Si Dios existe y es bueno, ¿por qué permite el mal en el mundo?” es casi tan antigua como la humanidad. Si no, que lo diga Epicuro. Las respuestas a ella son múltiples. Algunas tratan de desenredar el asunto e invitan a no abandondar la fe, mientras que otras concluyen finalmente que la maldad del mundo es prueba de que no hay un Dios, y sanseacabó.
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Del asunto se han ocupado creyentes y teólogos como Tomás de Aquino o Agustín de Hipona, filósofos como Gottfried Leibniz o Arthur Schopenhauer, e incluso también —es seguro— muchos de nosotros, simples mortales, ante alguna situación difícil, como las que hemos vivido durante la pandemia de la COVID-19.
El castigo divino
La fe religiosa siempre ha estado presente en medio de las crisis sanitarias. La peste negra que devastó Europa en el siglo XIV, por ejemplo, fue considerada por muchos un castigo divino. Esta creencia se sostuvo, en parte, por influencia bíblica, pues el sagrado documento registra que una peste mató a miles de filisteos como castigo de Dios por sacar el arca de la alianza del templo sagrado de los israelitas.
El tiempo pasó, la ciencia avanzó, las pandemias y epidemias continuaron apareciendo, y, aunque hubo personas que se preguntaron por qué Dios lo permitía, la teoría del castigo divino fue perdiendo popularidad. Así llegamos a la era de la COVID-19.
En marzo de 2021, en una entrevista con el Servicio de Prensa Evangélica, la teóloga alemana Margot Käßmann dijo: “Dios no envía pandemias ni tsunamis para castigar al ser humano. Creo que Dios está al lado de las personas que no saben qué hacer y buscan fuerzas en medio de sus miedos existenciales. La gente no debe esperar que Dios la proteja de todo sufrimiento, sino que Dios la acompañe en el sufrimiento”.
¿Resiliencia o abandono?
Se dice que “Todos creen en Dios cuando parece que el avión se va a caer”, aunque es posible que esta fe dure lo que dura la turbulencia. Más allá de la broma, los cuestionamientos sobre la fe en épocas de crisis pueden decantar en distintas situaciones.
Edwin Vásquez Ghersi, SJ, decano de la Facultad de Ciencias Sociales de la Universidad Antonio Ruiz de Montoya y sacerdote jesuita, cree que, en esta pandemia, muchos creyentes han encontrado nuevos cuestionamientos a su fe, pero también nuevas formas de vivirla.
“Algunos pueden renegar de Dios por haber sufrido una pérdida, en tanto se encomendaron a él y el resultado no fue el esperado; otros han encontrado en la fe una forma de acercarse a la familia o a su comunidad ante la experiencia de precariedad y vulnerabilidad; y otros han tenido una experiencia más purificadora, en tanto se han dado cuenta de que la relación con Dios no tiene que ser solo práctica o utilitaria, sino que Dios, por medio de Jesucristo, acompaña de otra manera. No es un Dios que existe para darnos todo lo que pedimos y evitarnos distintos sufrimientos. Es, más bien, un Dios que acompaña misteriosamente en medio del sufrimiento, de la pérdida, del fracaso”, explica.
Estas respuestas nacen de las conversaciones del sacerdote con personas de su comunidad, así como con sus alumnos. En ese sentido, es interesante revisar un estudio realizado por el Centro de Investigaciones Pew, con sede en Washington D.C., Estados Unidos. La investigación reunió respuestas de 14.000 personas de 14 países desarrollados, en torno a la fe —sin especificar si es católica o no— y la pandemia. Los resultados mostraron que el 28 % de los estadounidenses vio su fe fortalecida en pandemia, un 68 % no notó cambio alguno y el 4 % la vio debilitarse. En España, las cifras muestran que el 16 % vio fortalecida su fe, el 78 % no notó cambio alguno y el 5 % la vio debilitada. Los números de los demás países muestran similares tendencias, lo que muestra que, en situaciones que no podemos controlar, es menos probable abandonar la fe.
Comunidades
La pandemia también supuso un cambio en la forma de vivir la religión en comunidad. En todo el mundo, las iglesias y los rituales que congregaban a sus fieles —misas de difunto, matrimonios, etc.— sufrieron modificaciones al verse obligadas las personas a recurrir a la virtualidad.
Al respecto, las universidades de Manchester y Chester realizaron un estudio titulado “Innovación en los rituales británicos bajo el COVID-19″, basado en la experiencia de 604 líderes religiosos y adherentes.
El estudio reveló que el cambio a la virtualidad fue un gran reto para las comunidades religiosas: no solo para los líderes religiosos, sino también para los feligreses, quienes encontraron la adoración en línea menos espiritual, significativa y efectiva que las reuniones cara a cara.
Al respecto, es interesante leer “Ética de la religión y lecciones frente a la pandemia”, ponencia del docente e investigador de la PUCP Guillermo Flores Borda, que forma parte del documento Libertad de conciencia y religión en contexto de pandemia, publicado por el Ministerio de Justicia en noviembre de 2020.
“Muchos paradigmas se han vuelto a discutir, producto de haber reflexionado sobre los efectos de la pandemia. Temas estructurales que ya estaban presentes se han hecho más evidentes. Por ejemplo, en el momento que se establecen los toques de queda, nosotros volvemos a nuestras casas, pero aquellas personas que viven en las calles, que antes eran invisibles, se volvieron visibles porque eran las únicas que permanecían en ellas”, explica Borda.
Para él, los creyentes tienen una responsabilidad al entender que existen males estructurales que han estado siempre ahí y no han sido atendidos. Y, durante la pandemia —añade—, hemos visto a muchas personas pertenecientes a comunidades de fe dar ayuda humanitaria y asistencia social.
Así, Vásquez Ghersi también considera que la pandemia es una oportunidad para replantear los valores que deben conducir la vida en sociedad: desde la preocupación por el cambio climático hasta la solidaridad con otras personas, sin importar su origen, orientación sexual o nacionalidad. El verdadero “amáos los unos a los otros”.
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