Cuando yo era chico, lo único que quería que me regalasen eran los 12 tomos de “Lo sé todo”. Y no era el único entre mis contemporáneos. Sí, amigos: hubo tiempos extraños y cada vez más lejanos en que los niños soñaban con recibir —para cumpleaños o navidades— una enciclopedia. Obsequio insuperable. Sin baterías ni electricidad, solo papel y tinta. “Lo sé todo” —imponente proyecto de la editorial Larousse de la que ya poseíamos por mandato escolar el “Pequeño Larousse ilustrado”, que venía con dibujitos en los márgenes, pero que no era pequeño y pesaba lo suyo en el maletín— prometía desde su soberbio título la suma toda de los conocimientos del universo al alcance de la manito. Y con ilustraciones a todo color que emulaban la estética de los álbumes de figuritas, y que eran como las del alumno que mejor sabía dibujar: detallistas y, al mismo tiempo, sencillas y fáciles de imitar en nuestros cuadernos. ¿Qué podía haber mejor que eso? Nada. También había una segunda encarnación, el “Lo sé todo de América”: menos volúmenes y, también, algo así como un premio consuelo, porque no había en él vocación o afán total sino, apenas, regional. El “Lo sé todo de América”, ya desde su portada, confesaba que lo suyo no era el universo sino la especialización. Y a ver quién puede convencer a un niño que menos es mejor que más, ¿eh? Recuerdo que mi tomo favorito del “Lo sé todo” (y el de la mayoría de mis amigos) era el cinco, porque incluía el material referente a civilizaciones precolombinas, ruinas que envidiábamos profundamente desde Buenos Aires. Y recuerdo también que los aniversarios propios y los del improbable Jesús pasaban. Y la enciclopedia no llegaba. Y por fin llegó. Y entonces —como escribió Kerouac en “En el camino”—, “Aww!”. La orgásmica felicidad que eran y siguen siendo los libros (su peso y su olor y su forma) para quien escribe esto. No conozco ningún pequeño que, hoy por hoy, desee que le regalen algo tan grande y que ocupe tanto espacio. Ahora, el deseo del cosmos todo cabe en la palma de la mano y está a un par de pulgadas y pulgares de distancia. La utopía de lo micro e invisible e infinito, del todo al alcance de todos, se ha hecho ciencia no-ficción. Y todos juegan a ser no aprendices sino deus ex machina corriendo por las praderas pixeladas de Minecraft y sus alrededores. Todo lo anterior para asentar aquí que el tiempo pasa, nos vamos poniendo tecnos, y el anhelo por siempre infantil de acceder a la enciclopedia se ha extinguido, supongo, porque ahí está la creciente Wikipedia. Recientemente galardonada con el Premio Princesa de Asturias de Cooperación Internacional y babélico sitio web megavisitado y organismo tentacular y voraz e invasora y expandible fantasía borgeana/tlönística hecha realidad y misterio a la vista de todos. El que jamás la haya utilizado que arroje la primera definición. Y no seré yo quien niegue la gran utilidad y servicio y velocidad y disponibilidad y comodidad que presta Wikipedia. Tampoco quien se prive de leer de tanto en tanto acerca de sus peligros, desprolijidades y costados oscuros y paranoides conspirativos donde nadie sabe nada (situación paradójica, tratándose de una enciclopedia). Y donde abundan las acusaciones de artículos pagos e interesados y de correcciones a piacere. Donde se alerta en cuanto a ediciones poco objetivas y erratas rampantes, llegando a cuestionar/ignorar la autoridad de Philip Roth acerca de los orígenes de uno de sus propios libros y explicando que necesitaban de “fuentes secundarias” antes de acceder a enmienda alguna (leer todo acerca del cuasi kafkiano episodio aquí: https://goo.gl/d4ky4V). Y, claro, desde allí se tienta con el plagio y el corte-y-pega y la idea de que todo es de todos y nada es de nadie y se da desinteresado cobijo y santuario a psychos y a trolls con ganas de hacer de las suyas en entradas y salidas. Los puristas y conservadores del fundamentalismo enciclopédico acusan a Wikipedia de ser algo así como la versión Homero Simpson de la —también online—venerable “Encyclopaedia Britannica”. Pero no es para tanto. Tampoco resultan demasiado meritorias la mística y estética wiki que ha sabido generar abundantes tonterías, la última de ellas es el emprendimiento del artista-conceptual-interdisciplinario y wiki-editor Michael Mandiberg que por estos días expone en una coqueta galería neoyorquina la primera parte de un proyecto que ya le viene llevando tres años: imprimir la Wikipedia y exhibirla. Atención: la ‘obra’ insumiría a la fecha 7.600 volúmenes con páginas a tres columnas y sumando. La muestra se titula “From Aaaaa! to Zzzzap!” y ahí la tienen, en la Dennis Gallery del Lower East Side. Y, seguro, todo el asunto ya se ha ganado su propia mención en la Wikipedia, y acaso garantiza a la brevedad una película de Spike Jonze con guion de Charlie Kaufman y todo eso. Y, sí, de tanto en tanto su CEO o lo que sea aparece en pantalla pidiendo algo de dinero para poder seguir alimentando la voracidad del aleph. Y más de una vez he pensado en contribuir (después de todo, lo que toca a mi vida y obra ahí dentro está bastante bien hecho); pero algo, un cierto temor ante lo desconocido, me impide hacerlo. El miedo muy en plan manchurian-parallax-cóndor de estar contribuyendo a una operación secreta y a un plan oscuro y a una fachada que esconde lovecraftianos horrores insondables. Pero, en realidad, lo que más lamento y cuestiono de la Wikipedia es que equivale al fin de la duda y del misterio y hasta de la diversión. Desde ella y a partir de ella, adiós a esas largas conversaciones trasnochadas en las que intentaba dirimirse durante horas en qué película había debutado Bill Murray, o en qué disco de los Beatles estaba la cincuentona “Yesterday”, o el año de la muerte de Philip K. Dick, o cuánto tiempo pasó entre las dos últimas novelas de Salter. Gracias y por culpa de la Wikipedia, no hay más que un segundo entre la línea de largada y la meta. Y así nos perdemos los placeres de la carrera e, incluso, la muy formativa experiencia de no llegar por abandono o de que alguien nos ayude a levantarnos y nos arrastre. Adiós al desarrollo de la musculatura del verbo buscar antes de fortalecer el de encontrar antes de que —cuando seamos ancianos y en el horizonte puedan intuirse las posibles tempestades del Alzheimer— nos regalen una enciclopedia titulada “Lo sabía todo”.
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