Por Raúl Ortiz Mory*
Cuando Frances Mc Dormand recibió el premio a Mejor Actriz, durante la ceremonia de los Oscar del 2018, no hizo lo que usualmente hacen los ganadores de la gala más popular de la cinematografía mundial: agradecer a los productores y a sus familiares. Mc Dormand, artista que ha levantado los tres premios más importantes de la actuación de su país (Oscar, Emmy y Tony) pidió a todas las nominadas de la 90ª edición que se pongan de pie para que reciban la ovación de los asistentes.
Meryl Streep, ícono del cine contemporáneo y artista que ha recibido la mayor cantidad de candidaturas en la historia de la Academia, 22, también se levantó de su butaca e instó a que todas sigan la indicación de Mc Dormand. El momento adoptó un cariz emotivo hasta que la premiada de la noche soltó tres palabras que cayeron como pesadas bombas entre los mandamases de las majors: “cláusula de inclusión”.
La intención de Mc Dormand, quien desde su posición de poder y visibilización puede enviar mensajes directos a la industria, a través de entrevistas propaladas en medios influyentes y eventos públicos como los premios Oscar, no solo se orientaba a que un acápite en el contrato de las actrices y actores que trabajan en Hollywood aseguren la participación de más mujeres y personas de diversas razas en los futuros proyectos. La preocupación de la protagonista de Nomadland, que también es compartida por decenas de trabajadoras audiovisuales, incidió en el equilibrio salarial entre hombres y mujeres, muy disparejo desde los albores del cine. Los intentos por equiparar los ingresos no han tenido mayor impacto en quienes llevan las riendas del negocio fílmico, ya sea por omisión o desidia.
Solo algunas iniciativas aisladas han logrado poner sobre el tapete una discusión tan necesaria como, hasta el momento, infructuosa. Hace pocos años, la actriz Jessica Chastain logró que su colega Octavia Spencer quintuplique sus ingresos al interceder para que las condiciones del contrato de la actriz afroamericana sean más justas. Si bien la intención de Chastain, destacada actriz blanca reconocida como una de las mejores de su generación, era buena, no había sido analizada desde otra de las perspectivas que remecen a Hollywood cada cierto tiempo: el componente racial. Ante este panorama, ser mujer afroamericana en la industria del entretenimiento estadounidense es lo más próximo a padecer de un estigma por partida doble.
Los dos eventos, el de la condecoración de Mc Dormand y la intervención de Chastain, sucedieron hace tres años. Y, al parecer, nada ha cambiado, por más que en Hollywood se haya instaurado una tendencia a respaldar los derechos de las mujeres, erradicar el racismo y denunciar el acoso sexual en cualquiera de las fases del trabajo cinematográfico. Los intentos por aparentar una democratización a nivel de género y raza en la elección de repartos, personal técnico y películas nominadas han sido insuficientes.
Después de que un grupo de artistas denunciara discriminación en las candidaturas de los Oscar del 2016, la Academia dio un giro radical al nominar en la siguiente edición a varios artistas afroamericanos en las categorías más importantes. El fenómeno #OscarSoWhite dio sus frutos. En los últimos cuatro años, dos películas que abordan el problema racial han sido designadas como las mejores de la terna final: Moonlight (Barry Jenkins, 2016) y Green Book (Peter Farrelly, 2018). La primera, tiene altos méritos cinematográficos, pero no es una obra maestra. La segunda, mantiene una lectura reivindicativa de manual que en cualquier otro contexto no podría ganar nada. Entonces, ¿por qué ganaron?
Los premios Oscar deben ser las condecoraciones más políticamente correctas que existen, acordes a una sociedad conservadora. Ya son conocidos los fallos que dejan fuera a muy buenas películas en favor de otras que soplan en la dirección de la coyuntura social de los Estados Unidos. El tema racial es parte de esa situación.
La defensa de los derechos de las minorías étnicas y la mayor participación de mujeres en los proyectos fílmicos son necesarias y justas. Lo que está mal es utilizar esas causas a conveniencia de plantar una buena imagen sin ser consecuentes, siempre por parte de poderosos intereses económicos. La honestidad de la Academia y de los grandes estudios es tan endeble como la situación financiera que atraviesan actualmente. Hacen falta más mujeres como Frances Mc Dormand, Jessica Chastain y Octavia Spencer para que la balanza se incline hacia el lado más justo.
*Docente en la facultad de Comunicaciones de UCAL
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