Ah, el amor. “¿Es preciso que lo que constituye la felicidad del hombre sea también la fuente de su miseria?”. Esta pregunta sobre la materia la realiza el joven y enamorado Werther, protagonista de “Las penas del joven Werther”, novela epistolar escrita en el hoy lejano 1774 por el alemán Johann Wolfgang Goethe. Pero la misma pregunta se la han realizado también millones de personas alrededor del mundo. Las y los Werther son legión.
Con esta obra, Goethe (1749 - 1832) pasó a la historia como el padre del romanticismo, movimiento cultural y político surgido a finales del siglo XVIII y desarrollado en la primera mitad del siglo XIX, marcado por el ascenso de la burguesía y de los ideales de la Revolución Francesa de igualdad, libertad y fraternidad. ¿Pero qué tiene que ver esto con el amor? Que, con el romanticismo, la razón pierde fuerza a favor del sentimiento y la subjetividad, en contraste con el neoclasicismo. Como señala la académica Branka Kalenic, de la Universidad de Ljubljani, Slovenia, en el trabajo “Ejemplos del amor romántico en la literatura española del siglo XIX”, el romanticismo constituye la revolución de lo subjetivo, lo irracional y lo imaginativo. Es una exaltación de la fantasía individual.
“Relacionado con los temas metafísicos (la relación del poeta con la naturaleza, la angustia del poeta ante el universo o la duda religiosa de la existencia de Dios y del más allá) y sociales (la reivindicación de los marginados, la lucha contra la injusticia en función de la libertad) aparece el amor como tema favorecido de la literatura romántica”, añade.
Arquetipos
“Los románticos se inspiraban en el dolor, la soledad, la tristeza, la melancolía”, señalan los académicos de la Universidad de Cienfuegos, Cuba, Yipsi Cruz y Fernando Rodríguez, en el artículo “Romanticismo, expresión de libertad”. En ese texto explican que en la literatura del romanticismo los escritores hablan de la naturaleza, del sufrimiento amoroso en un tono personal y repleto de melancolía. Un desahogo sentimental.
Mariana Libertad, escritora y doctora en Filología, explica que el romanticismo en América Latina estuvo también inspirado en Rousseau y las ideas de la ilustración. “Rousseau proponían que los seres humanos individuales y libres tenían que llegar a un consenso para crear leyes universales aplicables a todas las personas. Ahora bien, estos seres humanos de los que ellos hablaban, no incluían a las mujeres. ¿Cómo se refleja eso en la literatura romántica? En construir personajes femeninos que definan su identidad en base a sus relaciones unidas a hombres y personajes masculinos que definan su identidad a través de las acciones”.
Otra particularidad del amor romántico en la literatura, según Libertad, es que los hombres son diversos, cambian, evolucionan, mientras que la mujer se entiende como un universal. Se ama a una mujer, en general y las mujeres tienen que tratar de parecerse a ese modelo de virtud y a esa universalidad, que es la madre republicana. Entonces el concepto de amor implica deshistorización de la mujer, entrega absoluta, comprender la misión vital de amar. Todas las parejas son heterosexuales y con capacidad de reproducirse. Ese es el lugar de la mujer y el del hombre es la productividad, la manutención y su relación con la mujer es la de adoración e idolatría, porque otra cosa que se dice es que la mujer tiene superioridad moral y el hombre superioridad intelectual.
El amor dentro del romanticismo —añade— es una parte de la identidad masculina y es central para la identidad femenina. Una mujer es más o menos mujer a partir de quién ame y cómo ame. Por otro lado, como se había planteado ya esa dicotomía emoción/razón naturaleza/cultura, a la mujer se le da la definición desde lo natural, lo emocional y había que mantenerla por tanto en ese espacio privado. Entonces, eso es lo que implica el amor dentro de la literatura romántica del siglo XIX en América Latina: crear relatos moralizantes.
No es descabellado decir entonces que el modelo de amor que nos acompañó por siglos nació en dicha época. Pero, vale la pena preguntar: ¿cuánto tiempo más prevalecerá?
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