Mayte Mujica: “Un día en la playa”
¿Qué holograma quieres?, pregunta la madre. Es el cumpleaños de la niña y eso le da derecho a escoger. Un día en la playa, dice, y se desparrama sobre un cojín. ¿Qué suena?, pregunta la niña. Nada, debe ser la arena; hay viento. ¿Vemos el de las cometas?, pregunta. Pero me acabas de pedir el otro. Los cumpleaños ponen ansiosa a la madre, le traen recuerdos. ¿Qué suena?, vuelve a preguntar la niña. La madre entreabre la puerta. A sus pies, un zarcillo de pico rojo y plumas grises. Lo recoge como a un milagro. Su hija no ha visto nunca uno, no uno de verdad.
Carlos Herrera: “Evolución”
– ¿Los cuyes siempre fueron así? –preguntó el niño.
El padre, afanado en preparar las trampas que los cazarían para el almuerzo, no contestó.
Luis Freire Sarria: “Lima lunar”
Descendemos suavemente en el aeropuerto limeño de Luna Perú. Aclaro que nuestro satélite ha sido parcelado de acuerdo a los países reconocidos en la Tierra, cada uno tiene su pedazo delineado tal y como lo está en casa, pero mucho más chico. Observo desde la ventanilla la imagen del Señor de los Milagros copiada sobre la ladera vertical de un cráter con toda su parafernalia decorativa. He viajado hasta la Lima lunar para rogarle un milagro. La imagen original se hizo pedazos en el feroz terremoto del 2097. Medio Lima es hoy un páramo de ruinas, pero el Cristo de Pachacamilla permanece.
Fernado Iwasaki: “El clásico del Pacífico”
– Me gustan los mercados de pulgas de la frontera, porque ahí encuentro esas reliquias que solo se ven en las redes. Pero cuando llegue a la casa tengo que esconderlas, porque si el abuelo las encuentra se pone furioso. El álbum “Mi Perú” # 2 que me compré en Tingo María cuando fui a Colombia, lo destrozó. El buzo de la última selección peruana que fue al Mundial de Rusia, lo tiró a una fogata. ¡Con lo que me costó encontrar uno entero en ese bazar boliviano de Juliaca! El abuelo es injusto. ¿Acaso no votó en el famoso referéndum para que Lima también fuera chilena? A mí me gusta coleccionar cosas de países que ya no existen: camisetas de Yugoslavia, cajetillas de Ucrania, banderines de España o como esta botella de pisco Motocachi que acabo de encontrar en Chimbote –aprovechando que la Copa Libertadores enfrenta al Aurich con Cristal, el clásico del Pacífico–, cuando el pisco era peruano. Mi mamá está preocupada porque el partido es de alto riesgo, pero lo que ella no sabe es que los que se pelean son los mismos viejos resentidos. Seguro que el abuelo acabaría preso aquí en Chimbote, porque la policía ecuatoriana nos tiene hambre a los chilenos.
Fietta Jarque: “Mi última vida (y la tuya)”
Cuando leas esto, amado mío, mi corazón habrá cesado de latir. Te preguntarás por qué renuncié a mi última vida justamente ahora, si por fin habíamos recuperado juntos el territorio perdido tras el cuarto tsunami, si la construcción de Ciudad Pacha Mia avanza a pasos acelerados gracias a los millonarios créditos de Vida Paralela que conseguimos ayer. Un minuto antes de despedirnos me cayó una gota en la cabeza, después otra y muchas más. Me quité el gadget y vi que la estera del techo se había caído en parte y la lluvia ácida me teñía de morado. Miré mi reflejo en la pantalla. He perdido tres colmillos más y mis tatuajes cuelgan de mis brazos como ropa vieja tendida de un alambre. Me sentí un Nadie, un Solo otra vez. Abismo, vértigo, náusea. He llamado al Servicio Chung de Retiro. Te escribo mientras los espero. Fuiste mi mejor yo. Ya no existirás, no leerás esto, pero te debía una explicación.
Ricardo Sumalavia: “Lima 2093, cuestión de lenguaje”
El 6 de marzo del 2093, en Jr. Áncash 830, departamento 216, apreté el botón azul. Eran las cinco y treinta de la tarde y:
Mi comida no se calentó.
No tuve una erección.
El sol no se mantuvo firme y caliente.
Mi canario metálico no cantó.
Mi esposa y mis hijos se diluyeron como polvo de estrellas.
Presioné dos veces más para ver si así reparaba las fallas. La máquina crujió y todo lo anterior se realizó, aunque con sujetos y predicados intercambiados.