En medio de la vorágine del internet que tanto puede informarnos como desinformarnos y de un periodismo de fuentes muchas veces tan impenetrables como desconfiables, la aparición de un libro de historia de familia borra por un momento toda línea delgada que pudiera confundir la verdad con la mentira.
Es más, el mismo libro trae consigo también el impulso de rescate de las historias de familia como sellos indelebles de las estructuras de identidad que tanta falta hacen en el fragmentado y convulsionado mundo de hoy.
En efecto, “Breve historia gráfica de una estirpe cimentada en valores espirituales, sociales y humanos”, del embajador Helí Peláez Castro, nos transporta precisamente, como todas las de su tipo, a la verdad sencilla, sólida e íntima de las historias de familia.
Historias que se han perdido en el tiempo como se han perdido las autobiografías y los diarios, a pesar de constituir —cada cual en su género y en su dimensión— fuentes potenciales y únicas de conocimiento y entendimiento de una sociedad, de una época, de un siglo, de una civilización.
No hay historias de familia de menor o mayor valor. Unas encierran en sus respectivas líneas de ancestros y descendientes valores morales generalmente comunes e identificables. Otras reúnen controversias y batallas por el poder político, social y económico.Todas, eso sí, son piedras angulares de historias grandes. Todas forman parte del complejo tejido evolutivo de una humanidad que nunca perdió, allí donde estuviere, allí donde corriera incluso riesgos de exterminio, su célula madre: la familia.
Familias y castas
El sentido de familia persigue a la humanidad desde los tiempos más primitivos hasta los supuestamente más civilizados, en las cruzadas por el bien y en las cruzadas por el mal. Desde Abraham hasta la sagrada familia de Jesús, María y José, pasando por Isaac y Jacob, los núcleos, castas, clanes y dinastías de sangre de distintos orígenes y destinos se esparcieron por el mundo, fundaron imperios y naciones, industrias y tecnologías, patrimonios y heredades, ideologías y religiones; tuvieron sus momentos de creación y frustración, de felicidad y desgracia, de construcción y destrucción, de gloria y caída, de esplendor y decadencia.
Las más eternas dualidades de la vida han estado allí donde han estado las historias de familia, haciéndose o deshaciéndose.
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El sentido de familia prevalece en el mundo, sea cual fuere el tipo de sociedad que la haga suya. Por eso mismo hace falta que estas historias adquieran nuevamente el vigor de otros tiempos, capaz de insuflarle a la historia grande la verdad que esta necesita para no ser una historia grande de cascarón, sin el contenido de identidad y autenticidad que debiera caracterizarla.
El historiador Jorge Basadre solía recordarnos cómo a lo largo de la República fuimos trazando el Estado en papel, esto es, en nuestras sucesivas constituciones, olvidándonos de insertar antes, entre nosotros los peruanos, el sentido de nación, precisamente a causa de haber dejado siempre lejano y disperso el sentido de familia, que solo tiene un modo de nacer y renacer: en sus historias, no importa si son orales y nunca escritas, no importa si son escritas y nunca publicadas.
Basadre no hizo otra cosa que recordarnos, en esencia, nuestra pérdida de identidad nacional y consiguientemente nuestra pérdida (no recuperada hasta hoy) de sentido de nación.
Casos peruanos
Las historias de familia en el Perú, de Tumbes a Tacna, de Lima a Ayacucho, de La Libertad a Amazonas, de Ica a Junín, de Áncash a Huánuco, de Moquegua a Huancavelica, de Piura a Cusco, de Lambayeque a Iquitos, de Arequipa a San Martín y de Cajamarca a Puno, son historias particulares, diferentes entre sí y encadenadas, sin embargo, por los mismos hilos de fuego de multiculturalidad, mestizaje, tradiciones y multidiversidad territorial propios del país común. La mayor parte de estas historias, unas más nucleares que otras, unas más extendidas que otras, unas más integradoras y cohesionadoras que otras, permanecen entre la reserva y el secreto. Quizas las excepciones sean algunas de las familias históricas de Arequipa como García Calderón, Belaunde, Polar, Bustamante, Cornejo, Ricketts, sobre las que hay bibliografía conocida. De las familias históricas, típicamente limeñas, podría abundarse aun más, pero ello implicaría realizar una crónica aparte.
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Desde sagas familiares como estas, los autores de historias de familia terminan conociendo y comprendiendo, y haciendo conocer y comprender a los demás, no solo qué líneas de sangre los enlazan y entrelazan, de dónde vienen y acompañados de quiénes y con qué sucesión de generaciones, sino por qué son lo que son y, por último, qué sentido de pertenencia y de identidad tienen sus vidas y las vidas de quienes compartieron y comparten las suyas.
Realidad y ficción
Las historias de familia acaban siendo muchas veces el insumo o punto de partida de grandes e inmortales novelas como “Hamlet” de William Shakespeare, “En busca del tiempo perdido” de Marcel Proust, “Los Buddembrook” de Thomas Mann, “El ruido y la furia” de William Faulkner, “Comedias bárbaras” de Ramón del Valle-Inclán, “Cien años de soledad” de Gabriel García Márquez, “Un mundo para Julius” de Alfredo Bryce Echenique, “La casa de los espíritus” de Isabel Allende y “Sobre héroes y tumbas” de Ernesto Sábato. Gracias a la imaginación y al talento narrativo de sus autores, las historias de familia cobran más verosimilitud en estas novelas que la que hubieran logrado de quedarse solo como testimonios realistas de genealogías duras y puras.
Otras historias de familia terminan siendo la historia de solo uno de los personajes, como las de la familia Kennedy que terminan remitiendo al célebre expresidente John F. Kennedy, asesinado en Dallas, en 1963. O se da el caso también de que no pocos proyectos biográficos y autobiográficos pueden alcanzar la estructura de una buena historia de familia, tan completa como pueda imaginarse.
Así, entre historias de familia que se vuelven novelas y biografías o autobiografías que se vuelven historias de familia, es un hecho innegable la ausencia en estos tiempos de este tipo de textos, que no aspiren a ser sino eso: fieles testimonios del paso de generación en generación de los nombres y apellidos que las definen y distinguen; de los relatos y las descripciones que las identifican; de las imágenes y gráficos que las perennizan; de los datos y documentos que revelan su gestación, su organización, su despliegue hereditario y sus guías de moral y buenas costumbres, según el cristal con que estas se miren.
Es tiempo de que las genealogías científica y empírica se empeñen en devolvernos, como en el mejor y bien cultivado de los huertos, los frondosos árboles en los cuales encontrar nuestras raíces, tallos, hojas y frutos de nuestro primigenio origen.
Es momento de que las historias de familia, sencillamente, renazcan de las cenizas del tiempo.
Más información
El libro “Breve historia gráfica de una estirpe cimentada en valores, espirituales, sociales y humanos”, de pasta dura y elegante diseño, en edición no comercial y de circulación limitada, contiene una bien construida historia de familia, una magistral acuarela genealógica, colgada de los muros históricos de Sihuas, cuatricentenaria y excepcional provincia de la región Áncash. Tan singulares son las tramas de esta Historia de familia como singulares los propósitos de su autor, el embajador Helí Peláez Castro, un trotamundos de la diplomacia, alguien que ha hecho todo el tiempo de su obligado desarraigo del Perú, en América, Europa, Asia y Oriente Medio, el arraigo más profundo con su tierra natal, tierra de sus tatarabuelos y bisabuelos, de sus abuelos y padres, de sus tíos y hermanos, de sus hijos y nietos.
La historia gráfica que cuenta el autor es la de su familia materna, Castro-Pareja, de viejo ancestro y enorme influencia en la que fue por largo tiempo la capital de los Conchucos en Áncash: la hoy provincia de Sihuas, la única en la región que puede exhibir una iglesia de los tiempos de la colonia.
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Junto al registro de su rica historia social, política, económica (importante asiento minero, agrícola, ganadero) y cultural, obra otro de triste y doloroso recuerdo. En noviembre de1946 Sihuas se convirtió en el epicentro de uno de los mayores terremotos que recuerda el Perú, por su fulminante grado de destrucción física y humana. En esta provincia, a 12 horas de Lima, por la ruta de Chimbote o Huaraz, la familia Castro-Pareja representó por más de dos siglos un legado aristocrático en el mejor sentido de la palabra, sostenido en valores y principios de amor, paz, respeto, solidaridad y cristiandad.
El diplomático declara en el epílogo del libro haber hecho esta historiografía animado del propósito investigativo fundamental “de dar a conocer nuestras raíces a nuestra descendencia, para rescatarlas en el recuerdo y recoger lo que ellas —las raíces— sembraron en nuestros corazones”.
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