Separados por la independencia, pero unidos por la historia y la geografía, Bolivia y Perú comparten similitudes y contrastes. Alguna vez estuvieron en guerra. Y alguna vez también —en 1879— fueron aliados contra un enemigo común. Hermanados y divididos en el tiempo, ambos países llegaron a la mitad del siglo XX con enormes deudas pendientes. En La Paz y Lima existía un poder oligárquico en pugna con multitudes marginales, y con emergentes élites periféricas que reclamaban un espacio en la vida política de ambas naciones. Alberto Vergara, politólogo e investigador de la política latinoamericana en la Universidad de Harvard, compara estos procesos de inclusión política y social en ambos países en su libro “La danza hostil. Poderes subnacionales y Estado central en Bolivia y Perú (1952-2012)”. Centros y periferias regionales que, en la metáfora que nos propone Vergara, bailan una danza hostil en una gama de posibilidades: “de la violencia abierta al recelo tímido; de la convivencia armonizada por instituciones legítimas a las pedradas sin más”.
***Estamos a mediados del siglo XX. En Arequipa se fragua Acción Popular al calor del auge de propuestas regionales que desde los años treinta, con la llegada de Sánchez Cerro al poder, cobran notoriedad y relevancia en la vida del país. Fuerzas que, sin embargo, se diluirán con el transcurrir de las décadas. Por el contrario, en Bolivia asistimos a la revolución de 1952, un movimiento que transforma el antiguo país oligarca en un Estado centralista, que potencia a grupos campesinos e indígenas, y sin proponérselo, bajo el impulso de la reforma agraria, termina consolidando en Santa Cruz una nueva clase alta agroexportadora. En este libro se narra y analiza, entonces, medio siglo de una historia inversa: mientras en el Perú la agitada vida política del sur andino cede ante el centralismo y el peso de Lima, en Bolivia se genera un contrapunto regional importante, que a fines del siglo XX crea tres ejes de influencia representados por La Paz, El Alto y Santa Cruz. ¿Por qué ocurre esto? Se lo preguntamos a Alberto Vergara.
¿Por qué en el libro responsabilizas a los regímenes de Velasco y Fujimori por la desaparición de los grupos políticos periféricos desde los años setenta?Creo que en los últimos años, en el Perú ha predominado una mirada muy económica de la vida nacional y se ha vuelto un lugar común creer que Velasco y Fujimori son dos polos opuestos. Uno es de izquierda, el otro de derecha; uno es nacionalista, el otro globalizado; son dicotomías que privilegian lo económico. Pero en el libro, que tiene una perspectiva más política, lo que encuentras es que en realidad no son tan distintos. Los dos parten de un ánimo centralista y autoritario que sin ningún disimulo desmanteló las organizaciones, élites e instituciones que le daban voz a las regiones. Hubo un esfuerzo deliberado por convertir el sur en una zona sin reflejos.
¿Y no crees que el terrorismo influyó también en esta perspectiva?Sí, por supuesto, es una de las razones por las que finalmente las regiones dijeron “que venga alguien a salvarnos”. Pero, en general, creo que hubo dos crisis: al final de los sesenta, las élites regionales, sobre todo en el sur, se sintieron impotentes ante las reformas que no conseguían introducir. Fundamentalmente, la reforma agraria. Entonces apareció Velasco y resolvió autoritariamente lo que estaba trabado en la vía democrática. Y en los noventa Fujimori hizo lo mismo. Consiguió autoritariamente el orden económico y la seguridad que pedía la población. En esas dos crisis el personaje autoritario termina resolviendo problemas que erosionan y le quitan legitimidad a los sectores políticos.
Antes se decía que las provincias podían sacar y poner un presidente en el Perú, pero desde los años ochenta sucede al revés: Lima decide las elecciones por su peso demográfico. ¿Cuánto influye el factor poblacional en el debilitamiento que mencionas?El tema demográfico es importante, pero creo que la variable política es muy relevante, en el sentido que pueden haber regiones periféricas con menor población pero que, bien organizadas, con discursos e identidad política, pueden lograr proyectos sólidos. En el Perú la estructura demográfica empata muy bien con la política que ha desmoronado todo lo que existía en la periferia. Entonces hoy puedes efectivamente gobernar sin problemas si te alineas con las ideas que prevalecen en Lima.
¿Y estos movimientos antimineros en Puno, Arequipa, Cajamarca no son esbozos de organizaciones regionales?Para mí son solo rechazos a inversiones específicas, pero que no se sostienen en un discurso ni en una organización sólida. Se puede samaquear al Gobierno Central en un momento puntual, pero ahí acaba todo.
¿Qué convergencias y divergencias encuentras en el Perú y Bolivia en este juego político entre centro y periferia?El punto divergente es que el Estado Central boliviano no consiguió nunca independizarse de las fuerzas sociales; es decir, siempre ha tenido que negociar pactos con esas fuerzas, con los campesinos, con el oriente cruceño; mientras que en el Perú se ha construido en algún sentido un Estado que funciona mínimamente sin entrar en pactos rutinarios con la sociedad. El Estado solo sufre cuando se generan problemas en torno a una gran inversión…
Cuando las papas queman se reclama recién el liderazgo político.Claro, porque el tecnócrata, que es un pilar central de los últimos gobiernos en el Perú, no gobierna: administra. Y este país carece fundamentalmente de liderazgo político. Administrados estamos bien, lo que no estamos es gobernados.
Título: La danza hostilAutor: Alberto Vergara Editorial: IEPPáginas:388
Se presentará el próximo 27 de noviembre en la Feria Ricardo Palma, a las 19:00.