Sabemos de la obsesión alemana por el estudio de la percepción gracias a la corriente Gestalt, que a inicios del siglo pasado se encargó de teorizar a partir de formas y contornos. La visión pronto se convirtió en una escuela y se desarrollaron alrededor de ella principios para demostrar cómo los individuos buscamos patrones en vez de elementos sueltos, y qué es lo que, por ejemplo, permite distinguir una figura de un fondo, un continente de un contenido. Esta escuela permitió establecer las reglas por las que funciona la percepción, así como las leyes que se desprenden de esta operación. No debe sorprender que estos principios también sean puntos de partida estéticos: la ley de continuidad, de proximidad, de compleción, de cierre y de simetría son los rudimentos de la composición gráfica. No sé cuánto ha afectado el trabajo gráfico de Ralph Bauer los trabajos de Max Wertheimer, Wolfgang Köhler, Kurt Koffka y Kurt Lewin, pero sospecho que no poco.
* * *
Viaje es una invitación a explorar las figuras que regala la ciudad para internarnos en ellas. Una mancha puede ser un reino; una decoloración, un país. Bauer propone una imagen y, a partir de ella, la imaginación se excita a partir de un juego de desplazamientos. Estos son los que he podido identificar.
El primero de ellos ocurre entre texto e imagen. Bauer acompaña sus fotos y encuadres con palabras, lo que crea asociaciones y búsquedas de sentido. La voz nos hace preguntas y el lector está orientado para encontrar respuestas, por qué no, en la pintura descascarada de la ciudad. No es esta una lectura ingenua, sino tierna.
El segundo desplazamiento es interior. No consiste ya en contestar las preguntas que se nos plantean, sino en evocar e imaginar. La cartografía de Bauer consiste en recordar las formas de las fronteras representadas en los mapas políticos y dejarse llevar lo suficiente como para descubrirlas en las imágenes que él ha identificado y organizado. Cuán fidedignas son es irrelevante porque no se cotejan con las proyecciones oficiales, que a su manera son tan o más arbitrarias que las propuestas por nuestro autor; sabido es que todo mapa es una ficción en tanto es materialmente imposible convertir la superficie esferoidal de la Tierra en un plano bidimensional sin que haya error, concesión o propaganda. La arbitrariedad, en ese sentido, no solo es bienvenida, sino que incluso resulta subversiva. En un país donde es necesario un permiso del Ministerio de Relaciones Exteriores para poder imprimir o importar un mapa, Viaje puede ser apreciado también como una lúdica forma de desacato.
El tercer desplazamiento es intelectual. ¿Cuál es la diferencia entre un país referido como ‘real’, digamos, Argentina o Afganistán, de otro imaginado por un escritor, digamos, el País de Nunca Jamás, de otro alucinado y nombrado por cada uno de nosotros? En todos los casos el ‘país’ es un fondo vacío, un área por habitar. Y el reto es justamente ese: completarlo. Para ello necesitamos desvestirnos un poco: del lenguaje opaco del día a día, de la lógica utilitaria de las relaciones eficientes, de la avaricia imaginativa que exige la adultez en su variante peruana. Tal es la única aduana que exige Bauer para viajar. Y lo único que les puedo asegurar es que vale la pena pasar por ella.
* Jerónimo Pimentel es director general de Penguin Random House en Perú.