El proceso electoral en curso es atípico: no hay un candidato presidencial que sirva de locomotora para los postulantes al Congreso y ha sido convocado fuera del calendario ordinario. En los últimos 50 años, solo hubo dos convocatorias a elecciones que podrían compararse, por su dinámica, con la actual: la de la Asamblea Constituyente de 1978 y la del Congreso Constituyente Democrático (CCD) de 1992.
En ambas elecciones el contexto era diferente: fueron convocadas en medio de gobiernos dictatoriales y a raíz de la presión nacional e internacional. Además, el objetivo que tenían era la redacción de una nueva Constitución. Ahora, en cambio, la misión es menos ambiciosa: culminar el período legislativo 2016-2021.
Los partidos y los electores, sin embargo, tuvieron algunas características que valen la pena comparar con el proceso actual. En primer lugar, las cabezas de listas se comportaron, en la práctica, como candidatos presidenciales.
Carlos Roca, miembro de la Asamblea Constituyente de 1978 por el Partido Aprista, recuerda que aquella campaña giró en torno a la candidatura de Víctor Raúl Haya de la Torre. “No hacíamos campaña personal, sino por Haya. Teníamos que marcar C1, C por la letra que le había tocado al Apra y 1 por Haya”, recuerda. Para la elección se había instaurado el voto preferencial por un solo legislador.
Haya de la Torre obtuvo un millón de votos, equivalente al 83% de todos los votos apristas. En los otros partidos, la situación fue similar: los candidatos que encabezaron las listas concentraron la mayor cantidad de adhesiones. Una excepción fue el Focep, porque Hugo Blanco, candidato con el número 3 que regresaba del exilio por el gobierno militar, fue el más votado, por encima de Genaro Ledesma.
Algo similar ocurrió en la elección de 1992, pues en casi todas las listas el candidato más votado fue el número 1. En este proceso los electores ya podían marcar dos números. Julio Castro Gómez y Ántero Flores Aráoz, integrantes del CCD desde orillas opuestas, recuerdan la importancia de los candidatos de peso en aquella campaña.
En ambas elecciones hubo candidatos presidenciables en las listas congresales: no solo Haya de la Torre, sino Luis Bedoya Reyes, Hugo Blanco, Henry Pease, entre otros.
“Es como si hoy en día postularan Keiko Fujimori, Julio Guzmán o César Acuña”, señala el politólogo Omar Awapara.
“En 1978, todos los cuadros fuertes estaban en los primeros puestos de las listas. Ahora no pasa eso porque, primero, los partidos no tienen cuadros fuertes”, afirma el politólogo Mauricio Zavaleta.
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Corto plazo, músculo a prueba
Awapara señala que otro elemento en común en los tres procesos electorales es el relativo corto tiempo con el que fueron convocados. Esto pone a prueba el músculo de cada partido.
Antes de la Asamblea Constituyente de 1978, la última elección había sido 15 años atrás, en 1963. En aquella oportunidad, los 185 asientos de las cámaras de Diputados y Senadores estuvieron controlados por tres agrupaciones: el Apra, la alianza Acción Popular-Democracia Cristiana y la Unión Nacional Odriista. Apenas siete diputados eran políticos independientes.
Durante el largo silencio electoral por el gobierno militar, los partidos no perdieron vitalidad. Desde el Apra y Acción Popular (AP), sus líderes históricos, Haya de la Torre y Fernando Belaunde, mantuvieron vigencia. Desde la izquierda, Enrique Fernández Chacón, exmiembro de la Asamblea Constituyente y actual candidato al Parlamento por el Frente Amplio, recuerda que habían convocado con éxito a paros generales en 1978.
Acción Popular no participó en esa elección, y la asamblea quedó conformada por el Apra, el PPC y el conjunto de partidos que poco después formarían Izquierda Unida. Pero dos años después, en 1980, la participación de AP cambiaría la correlación de fuerzas en el Legislativo, pues obtuvo más del 50% de los representantes de la Cámara de Diputados, y un porcentaje un poco menor en la de Senadores.
Zavaleta explica que pese a que AP no postuló en 1978, no perdió espacio, pues era un partido fuerte, tenía a su líder histórico vigente y gozó de una reivindicación por haber sido víctima del golpe militar. Mientras, Haya de la Torre falleció y con ello se debilitó el arrastre aprista.
En 1992, Acción Popular, el Apra y otras fuerzas de izquierda no participaron en las elecciones, y el fujimorismo obtuvo 44 de 80 escaños. Tres años después, en 1995, estos partidos no pudieron recuperarse: Cambio 90-Nueva Mayoría obtuvo 67 curules, mientras que la suma del PPC, AP y la IU solo llegaba a 12 escaños. Habían perdido el protagonismo obtenido en 1990.
El contexto de la elección de 1978 fue distinto al que hubo después del golpe de 1992, en el que los partidos estaban debilitándose por las críticas a los gobiernos de AP y del Apra –capitalizadas por Fujimori–, y al no participar se debilitan más porque ceden espacio político, explica Zavaleta. “Si eres fuerte, te puedes dar el lujo de ceder espacio porque mantienes tu fortaleza. Pero si estás en retirada y te están atacando, quizá esa estrategia no es la mejor”, señala.
Awapara y Zavaleta coinciden en que difícilmente un partido que deje de postular en el 2020 tendrá la capacidad de llegar tranquilo al 2021, pues están muy debilitados. “Me parece inteligente por parte del fujimorismo participar en las elecciones del 2020 porque, si no, terminan cediendo más espacio. Pero van a sacar porcentajes mucho menores que en el 2016”, dice Zavaleta.
Voto disperso, Congreso dividido
Un rasgo especial del actual proceso es que el gobierno en ejercicio no ha constituido una lista o fuerza política oficialista. Awapara explica que, en ese aspecto, esta elección se parece más a la de 1978, con un régimen de salida pero sin partido propio.
Awapara y Zavaleta coinciden en que es muy probable que el voto sea fragmentado. Esto coincide con la intención de voto de la última encuesta de El Comercio-Ipsos. “Por la valla electoral, que antes no existía, quizá vamos a contar solo con 5 o 6 partidos”, señala Awapara.