Mucho había esperado por ese día. Sentía que a sus 41 años lo único que le faltaba era ser mamá y una pandemia no le robaría el sueño. Naty Pflucker llegó a la clínica a las 4 p.m. del 20 de abril. Los médicos intentaron por varias horas el parto natural, pero una mala ubicación de la bebe obligó a practicarle una cesárea. Aranza nació después de las 11 de la noche.
Naty, que antes de entrar al quirófano había dado negativo a la prueba rápida de COVID-19, no se explicaba por qué la noche siguiente de dar a luz dos hombres con trajes de bioseguridad irrumpían en su habitación como si entraran a un espacio irrespirable. Según su prueba molecular, tenía coronavirus. Apenas escuchó eso, retiró a la niña de su pecho y se la llevaron.
“Fueron las 12 horas más horribles de mi vida”, dice. A la pequeña la aislaron en una habitación luego de hacerle la prueba y Naty no durmió buscando en sus recuerdos el instante en que el virus entró a su organismo. “Debió ser aquí en la clínica”, se decía. Así pasó esa noche hasta que por la mañana supo que todo había sido un desafortunado error que casi la mata de angustia
El 24 de abril, a las 7 p.m., nació Fabián en una clínica de Surco. Su madre, Arianne Strobach, que hasta enero trabajaba en una revista, dio a luz a su segundo hijo rodeada de médicos vestidos casi casi como los científicos que analizaron a E.T. “Me sentía en una película”, recuerda. “Cuando nació, no pude abrazar ni besar a mi niño”. Ella lloró de frustración, pero dos horas después ya lo tenía cerca.
En estos 45 días de emergencia no todo se resume en hospitales llenos de pacientes aterrorizados con la sensación de morir sin poder respirar y con cadáveres apilados que tardan en ser llevados a los cementerios o crematorios. En varios de esos mismos hospitales y clínicas se escucharon llantos desesperados, pero también los de padres emocionados. Desde que comenzó el aislamiento social en el país han nacido más de 53 mil bebes.
-Tiempos difíciles-
Llamaron al amigo que prometió trasladarlos cuando la hora llegara. Rolando les dijo que, incluso si las complicaciones se daban en la madrugada, sortearía cualquier control policial y militar para recogerlos desde su casa en Vallecito Alto, una de las tantas zonas escarpadas de Villa María del Triunfo que por esta temporada empieza a ponerse fría y nebulosa.
Dayron Darío nació el 27 de abril en una clínica de Chorrillos después de las 8 de la noche. Su padre, Pedro Ríos, es un técnico de Defensa Civil que asesoraba a pequeños negocios para gestionar su permiso ante el municipio de San Juan de Miraflores. Como muchos, perdió su empleo con la cuarentena. A su esposa, María Quicaño, le habría tocado dar a luz en el hospital María Auxiliadora, pero las noticias de pacientes con COVID-19 la asustaron. La clínica les cobró S/2.900, que no terminan de pagar pese a la ayuda de sus amigos. “Hemos usado el dinero que guardé para comer. Es un momento difícil”, cuenta Ríos.
Un día después del nacimiento de Dayron vinieron al mundo trillizas. Pasó a 681 kilómetros de Lima, en el hospital de Tocache, en la región San Martín. A Carmen Domínguez le vinieron los dolores un día antes, cuando alimentaba a sus gallinas. Casi sin poder caminar, fue a la posta de su pueblo, Shunte. Wagner Ríos, el padre, pagó S/100 para que una camioneta los llevara a Tocache, porque la ambulancia demoraría más de una hora en llegar desde Bambamarca.
Tienen un hijo de 11 años y querían una mujercita, pero la ecografía les mostró dos cabecitas y nacieron tres: Yanelita Mishel (1,7 kg), Joelith Yoneli (1,8 kg) y la tercera (1,8 kg), para quien no tienen un nombre pensado.
A Carmen y Wagner se le vienen tiempos difíciles en las chacras. Sus tierras con plátanos y café todavía no están para cosechar y en las de sus vecinos no siempre hay trabajo. Cuando hay, por machetear, fumigar o cosechar les pagan S/25 la jornada. “Tenemos que ahorrar para esos días que no nos contratan”, dice Pedro y añade como quien está seguro de que así será: "Las niñas no se quedarán sin comer”.