ENRIQUE PLANAS
Cuando se piensa en el Teatro Municipal, el público generalmente recae en su amplio escenario, en su neoclásico vestíbulo, en su platea y sus palcos con sus restaurados altorrelieves dorados, o en sus butacas de rojo encendido. Pero muchas veces olvidamos que la actividad de un teatro excede por mucho los espacios a la vista del espectador.
El Teatro Municipal tiene seis amplias salas de ensayo. Dos de ellas están ocupadas por el Ballet Municipal, otra por la Orquesta Sinfónica Juvenil de Sinfonía por el Perú. En los últimos meses, las otras tres han adquirido una intensa dinámica gracias a Residencias, una iniciativa de la División de Teatros Municipales de la Gerencia de Cultura de la Municipalidad de Lima. Las coreógrafas Cory Cruz y Claudia Odeh, así como los directores Carlos La Rosa y Christian Ysla, lo han puesto todo de cabeza. Pocas veces se ha visto el teatro más vivo.
En su edición del año pasado, Residencias había elegido dos montajes de danza en gran formato, presentados por los coreógrafos Guillermo Castrillón y Cristina Velarde en el marco del I Festival de Artes Escénicas (FAEL). En esta edición, se buscó extender el programa a creadores enfocados a espacios más íntimos. Los artistas peruanos estamos más acostumbrados al pequeño formato por muchas razones: no hay tantas salas, las exigencias de producción son muy altas o porque simplemente buscan propuestas más íntimas en salas más pequeñas. Vimos que una gran parte de los artistas no estaba siendo llamada a este concurso de ayuda a la creación. Por ello nos pareció importante ampliar su convocatoria, explica Marisol Palacios, directora de la División de Teatros Municipales.
Asimismo, Residencias es una buena forma de ir calentando al público limeño para el FAEL, que se realizará en noviembre próximo. Palacios está orgullosa al lograr su continuidad en la gestión municipal. Lo que yo quisiera es que se mantenga en el tiempo, indica la actriz y directora, quien promete invitados internacionales de primer orden y la inclusión del género de la performance en la programación. Este año, el eje del jirón Ica se pondrá interesante al reunir como las principales salas del festival al Teatro Municipal y su Plazuela de las Artes, la sala de la Asociación de Artistas Aficionados y la casa Brescia, al frente. La expectativa es grande.
DOS GENERACIONES Residencias lleva ya una semana presentando el espectáculo dirigido por Cory Cruz Repertorios absurdos, donde ella y otras tres bailarinas entran a escena para compartir, desde el lenguaje de la danza contemporánea, sus indagaciones sobre la búsqueda del placer, el temor al vacío, la necesidad del otro y la incertidumbre. Son cuatro bailarinas de dos generaciones distintas, lo que Cruz aprovecha para investigar en las diferencias entre artistas que tienen alguna experiencia en danza con aquellos que recién empiezan a pisar fuerte el escenario. Este trabajo tiene que ver con el bailarín, enfatiza la coreógrafa. Se trata de ver cómo, más allá de la edad que se pueda tener siempre, te sientes al inicio del camino. Pueden haber pasado 20 años y mantienes la misma sensación que al principio, explica.
¿Son tan profundas las diferencias de bailarinas que entran a los veinte con colegas que salen de los treinta? Cruz piensa que sí. “La situación actual de la danza contemporánea en comparación con el momento en que yo empecé es absolutamente distinta”, sostiene. “Entonces no había una carrera, ni proyectos que se financien, ni teatros, ni salas de ensayo. Nosotros teníamos que organizar fiestas profondos para trabajar. Han pasado muchas cosas en veinte años, afirma.
Además de aquellas mejoras profesionales, Cruz también observa diferencias de contenido: La danza para mí sigue siendo cuerpo y movimiento. Las nuevas generaciones están rodeadas de muchas otras herramientas, muchas de ellas tecnológicas, que a veces relegan el trabajo con el cuerpo en términos de investigación. Encontrar el diálogo entre generaciones y las distintas formas de trabajar es difícil, pero interesante. Enfrentarme con la otra persona, con otra manera de acercarse al mundo, me hace también replantearme mis propias ideas, añade.
QUE LE PONGAN SALSA Cuando Claudia Odeh puso atención a la convocatoria de Residencias, se dedicó a pensar en un tema de identidad cultural que le pusiera sabor a la danza. Y el ají, picante y sensual, apareció entonces como punto de partida para investigar en las emociones y la búsqueda del placer, así como en la típica picardía de los peruanos. En su espectáculo “Salsa de ají”, la coreógrafa colabora con unos superartistas, que son el intenso salsero Bruno Macher y la sesión rítmica de Sabor y Control. “Esto será una fusión de salsa y danza contemporánea”, promete Odeh, que busca ponerle un toque de ají en la experiencia del espectador: “Estamos acostumbramos a quejarnos todo el tiempo y no disfrutar de las cosas. Nos falta muchísimo ají para disfrutar la vida, señala.
LIMA FUTURA Para el director Carlos La Rosa, La sangre caliente de nuestros padres supone su debut como dramaturgo. El texto de su espectáculo lo escribió el año pasado con el respaldo del prestigioso premio Iberescena, teniendo como asesor, a lo largo de cuatro meses, al fundamental dramaturgo español José Sanchis Sinisterra. Como resultado, su obra nos habla de una Lima futura e irreal, cruzando diferentes historias ubicadas en el año 2035, cuando nuestra ciudad capital cumple su aniversario 500 de fundación española. ¿Cómo es esa inminente Lima de medio milenio? Según La Rosa, será una urbe aún más consumista, donde la principal lucha será alcanzar la felicidad desde el más profundo individualismo. Personajes de comedia cruzan sus vidas con otros mucho más dramáticos: en la obra, la apuesta por el teatro contemporáneo le permite salirse de los géneros y combinar tragedia y tradición bufa, el absurdo con la reflexión social.
En ese cruce de historias, la obra del joven director busca que sea el espectador que llene los espacios vacíos con su propia creatividad. Eso lo aprendió del maestro Sanchis, el autor de “¡Ay, Carmela!”: “Él me habló mucho de pensar el espectador como alguien muy creativo, a quien el escritor no debe resolverle todo. Hay que buscar un espectador creativo, no meramente consumista. El teatro es un evento social, no debe confundirse con la televisión”, advierte La Rosa.
COSA DE LOCOS Desde hace un tiempo, el popular actor Christian Ysla La Rosa viene investigando cómo dar elementos más teatrales al género de la improvisación escénica, del cual, con diez años de intensa práctica, se confiesa apasionado amante. “Manicomio”, título de su más reciente espectáculo, es parte de una trilogía que inició con la aplaudida “Velorio” (sobre la muerte) y seguida luego con “Eros” (sobre la intimidad). Ysla aborda ahora un tema considerado tabú en el arte de la impro, en cuyas reglas no escritas figura la prohibición a trabajar con locos como tema. “La improvisación es un arte muy delicado” –explica–. Estamos creando algo en el escenario que no existe. Ni tú sabes lo que estás haciendo en el escenario. Todo lo que hago en el escenario debe ser muy creíble. Lo delicado de caracterizar a un loco radica en que te lleva a pensar que puede hacer cualquier cosa, confiesa Ysla.
Manicomio no es un estudio riguroso sobre la locura, pero sí ha contado con un psiquiatra que ha asesorado la investigación del grupo. Ysla y el resto de actores han visitado el Hospital Víctor Larco Herrera para compartir con los pacientes e inspirarse en sus comportamientos y el ambiente del nosocomio. En su obra, Ysla y su compañía invita al público a entrar al espacio como si se tratase del panóptico de un manicomio. “Algo importante de este espectáculo es su interactividad. Se desarrolla en un espacio vacío, sin graderías. Quiero que la gente sienta que está realmente ingresando a un patio lleno de locos. Quiero que piense: ¿Entré aquí para ver a los locos o yo también lo estoy? La idea es que el espectador descubra su propia locura. Que acepte que todos estamos locos”, explica Ysla. “Aquí no habrá paredes. Todos estamos mezclados en una relación muy directa con el público. La actuación tiene que ser muy fina para que no haya exageraciones que generen una distancia con el público. Buscamos un contacto muy íntimo”.
Cuántos chistes se han escrito y recitado sobre los locos, siendo la locura uno de los temas más serios de la condición humana. El director advierte que, aunque siempre asociamos al género de la improvisación con la comedia, no tiene que ser así necesariamente. Puede haber comedia en la impro, porque la comedia está en todos nosotros, pero el drama también lo está. Este espectáculo muestra tanto la comedia como el drama. Vamos a ver cada noche cómo abordaremos el tema de la locura, pues cada función será diferente. Todo nace del material que propone el público cada noche, señala.
Mira la nota completa en la edición impresa de El Comercio (Escape 7).