ENRIQUE PLANAS

Guadalajara. El héroe discreto es su novela más optimista. Esta vez, el escritor no aborda el tema de la corrupción que viene del poder y de las instituciones, sino que se enfoca en la que nace al interior de las familias, sea en las clases altas o bajas.

Vargas Llosa, quien después de terminar hoy sus actividades en la Feria del Libro de Guadalajara regresará a Lima a pasar las fiestas, mantiene el visible optimismo a pesar de mostrarse cauto cuando observa la política peruana y la mexicana.

Creo que El héroe discreto es mucho menos política que otras novelas mías. Efectivamente, la historia ocurre al interior de la familia más que en la plaza pública, pero creo que no escamotea para nada la corrupción. Desgraciadamente, con el crecimiento económico, en casi todos los países la corrupción ha aumentado. Es una gangrena que, si no combatimos, puede traer abajo los progresos que estamos logrando. Y la corrupción al interior de las familias sale de allí: las personas ya no saben diferenciar lo bueno de lo malo y piensan, por ejemplo, que transgredir la legalidad es perfectamente aceptable porque todo el mundo lo hace. ¡Nadie es ladrón si todos somos ladrones!”, lamenta el escritor, quien, antes de acudir a la presentación del libro de Jeremías Gamboa, ofreció esta entrevista en exclusiva a El Comercio.

Hace pocos días dijiste en México D.F. que ese país había dejado de ser la dictadura perfecta. Tu colega Juan Villoro dice que más bien se ha convertido en la caricatura perfecta, una democracia basada solo en formalidades. La democracia se basa en formalidades. Es el respeto a ciertas formas. Es la única manera de darle contenido a la democracia.

Los escritores sabemos muy bien que la forma es indispensable. Muchas veces los contenidos dependen de la forma. Yo creo que hay un cambio en México para mejor. Eso no significa que México sea una democracia perfecta, naturalmente. De hecho no existe. Hay distintos grados de acercamiento a esa imposible perfección. Pero si tú comparas el México de hoy día con el México de hace treinta años, donde había una hegemonía política, un partido que tenía el control total de la vida, el cambio sin ninguna duda es para mejor. Hoy México tiene una vida política real. Antes era digitada enteramente por el poder, en los años de la dictadura perfecta. Entonces el PRI creaba y financiaba a sus opositores para dar una apariencia de verdad. Hoy hay partidos reales que tienen un arraigo en regiones. Y hay políticas más modernas, que se abren a una economía de mercado.

Ahora, que haya entre los mexicanos impaciencia es perfectamente comprensible. Pero creo que lo que pasa en México ocurre en muchos otros países de América Latina; afortunadamente, incluido el Perú.

En los últimos tiempos manifiestas un gran entusiasmo por lo que sucede en el Perú. ¿Hay razones en verdad para tenerlo? Hombre, es un optimismo cauto.No soy tan ingenuo para creer que es irreversible el proceso de democratización. Desde luego que no. Pero, si haces el balance, creo que hay más razones para el optimismo que para el pesimismo.

¿Incluso cuando vemos casos como el de López Meneses, un asesor cercano al montesinismo, tan cerca del poder actual? Eso quiere decir simplemente que lo que fue el montesinismo no ha desaparecido, sino que está insertado en las estructuras sociales, políticas, económicas. Y eso se manifiesta de pronto con descubrimientos como este. Yo creo que sería una gran ingenuidad pensar que ese lastre terrible haya desaparecido con la caída de la dictadura. Cayó políticamente, pero muchos de sus protagonistas y beneficiados están allí todavía. El fujimorismo todavía existe como una estructura instalada y bien sostenida económicamente. La dictadura no ha desaparecido del todo. Ha desaparecido políticamente, pero ni socialmente ni económicamente. Ese es un lastre del que tenemos que deshacernos si queremos que se vaya desarrollando el país.