Aclamado por la crítica como uno de los grandes títulos del 2022, “R.M.N.” es un alegato contra el racismo y la xenofobia en Europa, que el rumano Cristian Mungiu esgrime como argumento de que “el cine aún sirve para hablar de temas que son tabú”.
“Que nadie quiera hablar de algo no significa que no exista”, asegura a EFE el cineasta, ganador de la Palma de Oro de Cannes en 2017 con su segundo largometraje, un filme sobre el aborto (“Cuatro meses, tres semanas, dos días”) y que en mayo pasado volvió a competir en el certamen francés con este último trabajo.
“R.M.N.” es un acrónimo de resonancia magnética nuclear, metáfora de un filme que pretende detectar corrientes ocultas bajo la superficie. Basada en una historia real, la trama gira en torno a un emigrante que regresa de Alemania a su pueblo en Transilvania para ocuparse de su hijo y de su padre.
Al mismo tiempo, la llegada de un grupo de inmigrantes de Sri Lanka desata una ola de odio que pone al descubierto los miedos más ocultos de la comunidad, un territorio multiétnico en el que conviven ciudadanos de origen rumano, húngaro o alemán.
Para Mungiu es evidente que el ser humano tiende a confiar en personas similares y a sospechar del diferente. “No es algo bonito sobre nosotros como especie pero es la realidad”, señala el director, que invita con esta historia a escuchar al diferente antes de decidir “qué está bien y mal”.
“La única forma de progresar en la sociedad y de cambiar ciertas cosas es escuchar al otro sus argumentos, sean cuales sean”, subraya, a la vez que critica la tendencia actual a la corrección política: “solo sirve para impedir que la gente diga lo que piensa, pero no para que dejen de pensarlo”.
Con un estilo sobrio pero de gran potencia visual, la película incluye una larga y virtuosa secuencia en plano fijo que contiene la esencia de ese mensaje que predica Mungiu, en la que una asamblea de vecinos debate sobre la conveniencia de echar o no del pueblo a los extranjeros.
“Ese es el tipo de conversaciones que tenemos hoy en Europa, en las que cada uno habla en su propio idioma y no escucha a nadie, y todos estamos seguros de tener la razón”, describe. “Conversar implica que no tienes las conclusiones antes de escuchar al otro”.
Considerado máximo exponente de la nueva ola rumana de cine, Mungiu (Iasi, 1968) creció en la Rumanía de Ceacescu y trabajó durante años como maestro y periodista antes de estudiar dirección de cine.
Debutó en 2002 con “Occident”, una comedia agridulce que entrelazaba varias historias de jóvenes que emigraban hacia el oeste de Europa, antes de alzarse con la Palma de Oro con su segundo trabajo.
Mungiu asume que en su país hay una sensación de que algo “ha fallado”, ya que tres décadas después de la caída de la dictadura comunista de Ceacescu, la emigración sigue siendo muy elevada.
“La gente que trabaja fuera es muy importante para la economía de Rumanía porque apoyan a sus familiares que siguen en casa, pero también hay una sensación de que algo en esa sociedad ha fallado y no ha llegado el progreso que esperábamos”, dice.
“Cuando un país pierde más del diez por ciento de su población, no es buena señal y además suelen irse los que tienen un mayor nivel educativo, los más dinámicos y capacitados, precisamente quienes deberían ser el motor del cambio”, añade.
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