RODRIGO BEDOYA FORNO @Zodiac1210

Cuando, hace unos años, pudimos ver “La noche del demonio”, muchos terminamos entusiasmados y sorprendidos por el trabajo de James Wan. Más allá de ser conocido por haber creado la primera “El juego del miedo” (la menos mala de toda la saga, lo cual no es mucho decir), Wan sorprendía porque creaba una película de terror que no jugaba al susto fácil, sino que iba introduciendo al espectador en un mundo de total pesadilla desde los créditos de inicio.

Pocas películas crean tanta tensión justamente porque hacen que lo sobrenatural y lo maligno convivan en un mismo nivel con lo más cotidiano y normal. Wan le imprimió a la cinta una apariencia de realidad, como si los demonios estuvieran escondidos en cualquier sótano, en cualquier corredor.

“El conjuro” no juega a lo mismo: se trata de una película más tradicional de fantasmas. Una familia comienza a experimentar fenómenos muy inquietantes en su casa y, por ello, contactan a Ed y Lorraine (Patrick Wilson y Vera Farmiga), dos especialistas de lo paranormal, quienes descubrirán que en el lugar vive un ser mucho más peligroso de lo que jamás habrían imaginado.

No vamos a descubrir nada al decir que Wan sabe muy bien cómo lidiar con el terror sobrenatural. “El conjuro”, por su ‘look’ y su estética, hace recordar a una película hecha en Hollywood en los años setenta: oscura, con la imagen desaliñada, preocupada por construir un mundo que oprime en sus tonos grises.

Wan sabe controlar los silencios y cómo alargar las escenas, sacar provecho de las zonas oscuras, de aquello que no vemos con claridad, de aquellos puntos ciegos que están detrás de una puerta o escondidos detrás de un clóset. Es más, el cineasta deja la cámara ahí buen tiempo, enfocando ese punto de desconcierto, lo que no hace más que aumentar la sensación de tensión. El manejo del fuera de campo es uno de los fuertes del filme.

Los recorridos por la vieja casa, los extraños ruidos que están ahí, presentes; los personajes que vemos pasar por un corredor lejano: todo eso forma parte del lenguaje que utiliza Wan para crearnos temor, porque los mejores momentos de “El conjuro” son aquellos que nos van envolviendo, que nos van generando más dudas que certezas. Son aquellos que apuestan por ir generando un ambiente más que por resolver el enigma que afecta a la familia.

Sin embargo, la resolución del enigma llega, y es ahí donde la película pierde fuerza: se deja de lado cualquier tipo de desconcierto para comenzar a acumular acciones. Y a eso responde la escena del exorcismo: se trata, justamente, de un momento que funciona más que nada por el efecto del ‘shock’, de los ruidos que saturan. Lo que hace simplemente es repetir algo que ya hemos visto 20 mil veces en el cine, pero con mucha bulla. Lo convencional se agranda simplemente porque el efecto de ‘shock’ es mayor.

Igual, estamos ante una película de terror que apuesta por generar ambientes y por asustar con lo que nunca queda claro. Tan solo queda esperar con ansias “La noche del demonio: parte 2”, también de Wan, que llegará a nuestras pantallas en tan solo unos meses. Que el miedo nos vuelta a invadir.