Es una película desafiante en todo sentido. Con sus dos horas y media de duración, “Kinra” de Marco Panatonic se alzó el año pasado con el Ástor de Oro, el premio mayor del Festival de Cine de Mar del Plata (Argentina), uno de los festivales más importantes del mundo. No es exagerado decir que esta ha sido la película peruana que más ha destacado en el extranjero en quince años, cuando “La teta asustada” de Claudia Llosa ganó el Oso de Oro del Festival de Berlín (2009), así como su posterior nominación al Oscar de Mejor película extranjera (2010).
En salas desde esta semana “Kinra”, sigue la historia de Atoqcha (Raúl Challa), un adolescente que deja su casa en el campo en Chumbivilcas, Cusco, y se va a vivir a la ciudad. Allí buscará trabajo, así como una posibilidad de postular a la universidad. Es una historia sin sobresaltos, un cine que acompaña con un paso al costado; no impone un lenguaje, solo muestra al personaje viviendo su vida. No hay lugar para múltiples tramas, solo una que la cámara elige y registra. Se llevó el premio “por la forma en la que cuenta una fuerte historia a través de una potente puesta en escena que permite observar la humanidad de los personajes”, según informó el festival.
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“Yo esperaba mucho el rodaje porque no quería imponer los personajes a las personas que iban a interpretarlos en la película. He tomado tanto el guion como la vida de los actores; tenían mucha relación, conectaban”, contó el director en entrevista con El Comercio; lo abordamos en un Zoom luego de su paso por la capital para promocionar la cinta. Él confió en su elenco, actores no profesionales, para transmitir su visión. Tanto Raúl como los otros actores confiaron en el proyecto al verse representados en él.
“Cuando se hacen películas se genera una distancia entre los que la hacen y las personas que actúan, sobre todo en personas quechuahablantes. Entonces para mí era vital que los actores también sintieran que este proyecto era como su vida, que no estuviéramos alejándonos tanto”, dijo el cineasta, quien señala que Atoqcha tiene mucho en común con los jóvenes de Chumbivilcas de la vida real, quienes abandonan su hogar. La cinta ha sido descrita como una historia sobre migración, pero bien podría ser una sobre buscar un sitio al que pertenecer.
Panatonic, comunicador de profesión por la Universidad San Antonio de Abad en Cusco, se ha educado a sí mismo en cine mirando historias de la periferia. Cine de Asia, de África, de países cuyas historias difícilmente llegan a la cartelera local. Él dice que consumir estas historias le ha dado confianza en sus propias decisiones, las cuales han permitido que “Kinra” haya tenido su impacto actual. “La cinefilia ha contribuido a que yo pueda sostener el lenguaje de la película, las decisiones artísticas, creativas. Porque los compañeros están más acostumbrados a decir ‘ahora hay que cortar la escena’ [por ser larga]. Y no, no hay por qué cortar”.
El cineasta también habló sobre la importancia de promover el idioma quechua para la realización audiovisual. “Nosotros estamos enfrentándonos a cambios sociales, estructurales. Pienso en el pueblo quechua que ha tenido que asimilarse por años; se nos ha obligado a hablar español, a cambiar nuestras formas de vestir, de comer. A estudiar tal y como es ahora. Hay muchos cambios que han sido positivos al día de hoy, pero hay otras cosas que aún mantienen al pueblo quechua dentro de una dinámica cerrada. (…) Aún hay mucho racismo y aún hay personas que sienten vergüenza por ser quechuas en ese proceso, en ese tránsito de buscar trabajo, en ese tránsito de querer estudiar en la universidad”, dijo.
―Esta es la historia de un joven que se va de su casa y vuelve. Sé que ya tenías el guion listo desde hace años, pero dime ¿Cambió mucho la película cuando estuviste ya con las cámaras? Porque sé que en algunos casos las cosas se complican, o el cineasta descubre algo mientras filma y hace cambios.
En realidad yo esperaba mucho el rodaje porque no quería imponer los personajes a las personas que iban a interpretarlos en película. He tomado tanto el guion como la vida de los actores; tenían mucha relación, conectaban. Porque en Chumbivilcas muchas personas, jóvenes hombres y mujeres, salen a trabajar, salen a buscar experiencias o a estudiar. Entonces era inevitable que íbamos a encontrar personas que tuvieran una vida similar. De eso se iba a nutrir el rodaje, le iba a dar más cuerpo lo que había escrito. Yo he escrito también viendo mi contexto, mi propia experiencia o la de mis padres, tíos y abuelos. Entonces creo que eso ha nutrido el proyecto.
―Imagino que al estar los personajes más cerca de los actores hace que las actuaciones sean más naturales. Que no parezca que vemos personajes, sino personas.
Precisamente eso era lo que buscábamos, que realmente la historia nos representara. No solo a mí, en mi búsqueda como director, sino que también las personas que estuvieran actuando en la película creyeran en el proyecto. Había también una conciencia de “sí, esta historia me representa. No me están metiendo a un mundo mágico que a veces puede vender al cine, sino esta es mi realidad, esta persona se parece a mí”. Pasa que cuando se hacen películas se genera una distancia entre los que la hacen y las personas que actúan, sobre todo en personas quechuahablantes. Entonces para mí era vital que los actores también sintieran que este proyecto era como su vida, que no estuviéramos alejándonos tanto.
―Los diálogos se notan bien naturales. Imagino que los actores mismos contribuyeron a eso.
Sí, ellos aportaban ideas en los diálogos. O sea, había una base: la pelea. Les hicimos ensayar la pelea y les daba una explicación del contexto. Con esas ideas hemos hecho el ensayo y salían palabras. Yo decía, “sí, esa palabra mantenla”. Palabras que se utilizan en quechua a veces, que tienen un significado para mí, por lo menos, más profundo. Había para ellos la libertad de hablar con sus propias palabras, pero había simplemente veces en las que yo hacía anotaciones. Hay una palabra que a mí me gustaba, que me la dijeron una vez: “waqchalazo”. A los chumbivilcanos se le suele decir “qorilazo” (lazo de oro), y la palabra “waqchalazo” hace referencia a que es alguien pobre, abandonado o huérfano. Esas palabritas yo indicaba que tienen que decir.
―Kinra funciona como un retrato de la sociedad. Capta muchas cosas de lo que es vivir en Chumbivilcas, en Cusco. Este es el Cusco que no se muestra en los anuncios turísticos, ¿cierto? El Cusco que no vas a ver en una película hecha por limeños.
La búsqueda era abrir el panorama artístico dentro del cine peruano. Yo creo que las películas que estamos haciendo en regiones están demoradas 30 años. Por ahí a algunas personas les parece que temáticamente es otra película sobre la migración, pero pienso en una las películas que estuvo nominada al Oscar, “Io capitano”, que también habla de la migración como un tema actual. Entonces, sí, la búsqueda era hacer una película con quechuahablantes. Yo mismo hablo quechua, pero no hay muchos espacios donde se puedan dar entrevistas en quechua, no hay un entorno, no hay un contexto, no hay una dinámica que esté a favor del quechua. Creo que se hacen intentos, pero aún no hay un gran medio en quechua y [que] las personas quechuahablantes puedan seguir e informarse y estar al tanto de la coyuntura, del contexto. Entonces sí, había una búsqueda en hacer una película quechua con personas quechuahablantes porque la mayoría de películas que se hacen en los andes o en quechua terminan siendo de directores citadinos, blancos, con características hegemónicas de alguna manera. Era buscar la autorepresentación.
―Tú has visto mucho cine de la periferia: Asia, África; películas que incluso no llegan a la cartelera. ¿Qué te ofrece ver ese cine que tú llamarías no hegemónico, en lugar de ver solamente películas de Hollywood?
Pues me ha dado confianza en las decisiones que han permitido que “Kinra” sea la película que es. El cine latinoamericano reciente, particularmente en Bolivia, me ha permitido confiar en esas decisiones. Por ejemplo, trabajar con actores no profesionales; trabajar con un equipo de producción también joven entonces. También ha fortalecido mi elección del lenguaje de la película. Y también la posibilidad de defender esas ideas. La cinefilia ha contribuido a que yo pueda sostener el lenguaje de la película, las decisiones artísticas, creativas. Porque los compañeros están más acostumbrados a decir “ahora hay que cortar la escena” [por ser larga]. Y no, no hay por qué cortar.
―La película plasma bastante las costumbres locales. Las flores y el champán para bautizar un techado, la fiesta posterior. La película también funciona como un registro de la actualidad.
Sí, eso sí quería que esté. Hay un cineasta chino que me gusta, Jia Zhangke, que registra un poco el estado de la situación, el retrato de este momento. Eso me llamaba la atención porque creo que a veces los cineastas estamos buscando la historia interesante, el momento que conecte con el público por ahí de manera comercial. Ver esas películas me ha dejado eso: esto no se está filmando.
―Me quedé pensando en lo dicho por este profesor en la película: “estudien, para que no anden protestando en las calles”. Es una mentalidad muy arraigada, que asocia al manifestante con alguien que no tiene oficio ni beneficio.
Sí, y en realidad es una contradicción. Porque creo que tiene que ver con el hecho de que en el Perú también se ha invalidado la postura política. A partir de los años 90, el hecho de tener una postura política y decirla abiertamente genera que se te cierren las puertas, que tengas menos oportunidades. Creo que la participación política nuestra más bien permite que el país cambie, permite que las cosas no sean de la misma manera. Pero ahora es casi institucionalizado no decir tu punto de vista político. Ya no hablamos de una acción política, de partidos políticos, o de participación política activa; el hecho de que no haya sindicatos, etc. Hay una conciencia en toda la sociedad de que no hay que opinar políticamente. Entonces, si ya no se puede opinar, ya no se puede ir más adelante. Creo que esa es una contradicción para el desarrollo, para el progreso del propio país, porque eso es realmente lo que no permite el progreso. Porque si todos tenemos una vida digna, acceso a servicios, pues vamos a estar contentos, felices de trabajar y no estresados en nuestro [andar] cotidiano.
―También me llamó la atención la parte del ingeniero. El personaje miraba con asco la celebración de las personas del ande.
Al inicio [el ingeniero] era una persona blanca, pero en un laboratorio [de guion] nos dijeron que se podría caer en el prejuicio del blanco. Al final, él es una autocrítica: muchas personas quechuahablantes o marrones, a pesar de que han tenido la posibilidad de estudiar o han labrado esa posibilidad, ese privilegio, han perdido muchas cosas en la asimilación cultural. Y para mí era necesario ver nuestras propias decisiones y ya no caer en el prejuicio de “ah, el blanco es el que no nos acepta”. Sí, a nosotros también nos pasa que hemos renegado de nuestros orígenes. A veces, así seas ingeniero, terminas trabajando de taxista. O las personas te seguirán discriminando. Le ha pasado a las congresistas en algún momento, recuerdo a Hilaria Supa. A pesar de que muchas personas hayan logrado ir a la universidad, los procesos sociales no cambian tan rápido.
― ¿Existe un culto a la gente que pasa por la universidad? Porque en tu película los personajes le rinden pleitesía al ingeniero, son exageradamente obsequiosos.
Sí. Tengo un compañero en el equipo de producción que creía que soy mejor por haber ido a la universidad. Yo me he encargado de desmitificar esa idea; he cometido varios errores en el proyecto o trabajando con él y ha dicho “sí, yo sé más cosas”. Para mí revela el clasismo que existe en nuestro país.
― ¿Hacen falta más personajes como Atoqcha en el cine peruano? Lo pregunto porque es muy típico que se estrenen películas sobre historias de superación, del personaje que lucha para conseguir algo. Pero no hay sobre personajes que solo viven su vida, donde pierden más veces de las que ganan.
Yo creo que en general; no solo en el cine, en los medios [también]. Creo que las personas quechuahablantes o los personajes como Atoqcha pueden estar en el cine y la televisión. Y la búsqueda siempre es diversificar los rostros, porque el cine es una industria que come, que fagocita demasiado a los actores. Entonces cuando un actor no está dando la talla, pues hasta nosotros como espectadores nos cansamos, nos agotamos, y dices “otra vez este actor, ¿por qué nos le dan oportunidad a otros?” Creo que los espectadores más bien estamos buscando historias, películas, música. Creo que en esta época el TikTok ha encontrado esas voces, y sobre todo voces quechuas. Eso me alegra mucho porque la televisión más convencional termina siendo más cerrada en sus búsquedas, pero hay otras pantallas. YouTube ha permitido que aparezcan nuevas voces con los que el público se reconoce y crea comunidades junto a ellos. Y eso le hace bien al cine, le hace bien a las artes, le hace bien al público. Es saludable.
"Kinra" llega a los cines el jueves 14 de noviembre.
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