Guiños propagandísticos de la época, retratos paternalistas, antisemitismo, anticomunismo, estereotipos racistas. Estas eran las ideas habituales en Occidente mientras la factoría Disney diseñaba sus más recordadas creaciones: Peter Pan bailando con una tribu de “pieles rojas”, Los Aristogatos sumando a su orquesta de jazz al gato siamés Shun Gon, de caricaturescos ojos rasgados y dientes prominentes, o “Dumbo”, retratando como cuervos a los afroamericanos esclavizados en las plantaciones del sur. Hoy día, advertimos con reparos estos sesgos desde la perspectiva que nos da el tiempo y la memoria.
El debate se reavivó por una noticia publicada por el diario conservador británico “The mail on sunday”: Disney+ ha bloqueado las cintas “Peter Pan”, “Dumbo” y “Los Aristogatos” de su parrilla de programación infantil alegando estereotipos racistas en estas producciones clásicas. Ya en octubre pasado, Disney + había decidido agregar un aviso explicando que cintas como Peter Pan, El libro de la selva, Los aristogatos o Dumbo “tienen representaciones negativas de poblaciones o culturas”. A la manera de aquellos mensajes contra la piratería en las tiendas de alquiler de video de los antiguos VHS, un texto blanco sobre un fondo negro que durante 10 segundos alertada: “Este programa incluye representaciones negativas y/o un mal tratamiento de personas o culturas. Esos estereotipos estaban mal antes y lo están ahora”. La decisión, según explicó la compañía, fue tomada por un consejo asesor conformado por miembros de la Asociación de Críticos de Cine Afroamericanos, la Coalición de Asiáticos en el Entretenimiento y la alianza de gays y lesbianas contra la difamación. Disney explicó que “en vez de remover este contenido, queremos reconocer su impacto dañino, aprender de él y provocar una conversación para tener un futuro mucho más inclusivo”.
¿Qué reflexión motiva a sociólogos, creadores y educadores que cada vez más las cintas antiguas sean “tachadas” de racistas o machistas? ¿Deben retirarlas? ¿Cómo deberían ser exhibidas? “Si las volviera a ver estas películas con mis hijos, sería una oportunidad para hablar sobre cómo todo artefacto de comunicación expresa las ideas y los valores de cada época. Y contrastaría con las películas de Disney de ahora que están a tono con la equidad y el reconocimiento multicultural”, señala el sociólogo Sandro Venturo. “De hecho, más de una vez lo hemos conversado con los chicos y ellos lo tienen más claro que, digamos, sus abuelos”.
Venturo advierte que aún hay sectores conservadores que frente a este tipo de medidas, expresan reacción doble: primero, rechazar la “censura” pero sin mayor reflexión sobre el tema. “No estoy a favor de la censura, pues nos volaríamos todo lo producido en la cultura en siglos anteriores y gran parte de este. Veo la decisión de Disney+ como una oportunidad para fomentar la reflexión”, añade.
Una línea de pensamiento similar propone la escritora y autora para niños Micaela Chirif. Para ella, si bien podría entenderse este retiro como una justa reivindicación ante estas representaciones tan racistas, discriminatorias y violentas, sin embargo, hay que reconocer algunas salvedades. “La primera, se está censurando un canal para niños. Es como decir ‘los adultos sí pueden ver esto porque lo entienden, pero a los niños estos contenidos los pueden dañar’. Ahí hay un prejuicio contra los niños, como si ellos no pudieran, críticamente, ver una película o leer un libro. O como si sus padres o maestros no pudieran aprovechar esos materiales para reflexionar junto con los niños. El problema no son las representaciones del pasado, sino cómo éstas, de manera más sutil, se siguen produciéndose hasta hoy. El retiro de las películas no soluciona el problema. Más bien se esconde problemas como el racismo bajo la alfombra”, señala la autora de “Más te vale mastodonte”.
Tintín tuvo la culpa
Este retiro de producciones infantiles acusadas de racismo no es nuevo. Quizás el antecedente legal más significativo fue la denuncia a “Tintín en el Congo”, el cómic del belga Hergé que con el paso de las décadas ha recibido justificadas críticas por su actitud racista y colonial. En 2007, un ciudadano belga de origen congoleño pidió a la corte que se retirase el cómic de todo espacio público por constituir una “apología de la colonización y del racismo”. Cuatro años después, un tribunal belga rechazó la petición: “El cómic no era racista en 1931, aunque sí pueda serlo a la luz de la mentalidad actual”. Pero el debate sobre prohibir libros y películas, valorándolas con criterios actuales, empezó a extenderse tanto en los círculos académicos como en las redes sociales.
Por cierto, muchos expertos en la obra del dibujante belga consideran sus dos primeras obras, la anticomunista “Tin tin en el país de los Soviets”, así como su aventura congoleña, como las peores de su larga producción. De hecho, el mismo autor terminó renegando de ellas, calificándolas como “transgresión de juventud”. Hoy, al margen de su trasfondo ideológico, leer estos materiales permite conocer el contexto de una época convulsa.
Y si estamos revisando la historia, el crítico de cine Sebastián Pimentel, recomienda recordar “Canción del Sur” (Harve Foster y Willfred Jackson, 1946), esta sí una película que reproduce estereotipos racialesal estilo “Lo que el viento se llevó”, que idealizaba los días de las plantaciones sureñas, mostraba esclavos felices y amos benevolentes. Luego de retirarla de su catálogo, Disney, su arrepentida productora, se ha comportado como si la película no existiera, eliminándola de su lista de clásicos oficiales. En 2017, la actriz afroamericana Whoopi Goldberg ha pedido públicamente su relanzamiento. “Solo así podremos entablar una conversación sobre lo que es, de dónde viene y por qué se estrenó” la actriz, quien es además coleccionista de memorabilia racista, pues considera que, para avanzar en el desmantelamiento del racismo y los prejuicios, es esencial conocer los errores del pasado.
“No es deseable, para una sociedad libre, prohibir una película animada por un detalle que se presta a la polémica adulta, sobre todo si es que ya de antemano se da una mirada literal o de censura intolerante frente a situaciones que rozan algún estereotipo”, señala el crítico.
Para Pimentel, si llevamos al extremo la corrección política, ninguna película quizá salga con vida. “El arte no es “puro”, ni debe hacerse para complacer a los “buenismos” donde no se aceptan situaciones confusas o extrañas o de comicidad que podría entender más un adulto que un niño, pero que un adulto puede explicar a un niño. El arte siempre es una mezcla impura de representaciones y expresiones de tipos humanos donde los estereotipos nunca desaparecen del todo porque son parte de la vida social. Las obras de arte y películas no pueden estar hechas de “ideales puros” de los tipos humanos, porque lo diverso convive con los clichés, con los tópicos sociales, uno no se presenta sin el otro”.
Para la escritora y socióloga Irma del Águila, las obras literarias (o de cómic, o cinematográficas en este caso), son expresiones de su tiempo. “En “La Ilíada”, Agamenón y Aquiles se disputan la posesión de una esclava. Lo que cabe es contextualizar ese pasado. No se superan las ideas del pasado ocultándolas sino exponiéndolas y delimitándolas en su momento histórico” afirma la autora de “La isla de Fushía”. “Así como sucede con la enseñanza de la historia, la obra de arte tiene que situarse en su materialidad”.
“En casos como “Peter Pan”, “Los Aristogatos” o “Dumbo”, podrían hacerse textos introductorios que señalen las posibilidades de algunas interpretaciones que se alejan del espíritu del filme, o se invite a los padres a supervisar o comentar la película con los niños. Pero de ahí a ver un peligro de racismo en “Peter Pan” por llamar “pieles rojas” a los indios americanos, me parece una exageración. Lo políticamente correcto puede ser un rasero de paranoia interpretativa que termine subestimando la imaginación e inteligencia de los niños”, añade Pimentel.
Recordemos nuestra infancia
Escritor y educador del colegio Los Reyes Rojos, Diego Alonso Sánchez pide recordar a los adultos los años en que pasábamos nuestra infancia frente a una televisión de señal abierta de no más de 7 canales, alejados de la mirada y escrutinio adulto. “Entonces tuvimos que soportar infinidad de películas y series animadas que no sufrían censura. Si, por ejemplo, a los productos japoneses nos referimos, volvamos los ojos a los culebrones dramáticos de Candy Candy (poblado de llantos y tristezas insondables, a veces incomprensibles), las insinuaciones mágicas de Las Aventuras de Gigi (recordemos su “transformación” que dejaba poco a la imaginación), o el confuso Ranma ½ (a veces niña, otras veces niño, según la temperatura del agua). En general eran animaciones que un niño veía y se generaba una increíble cantidad de preguntas que casi nunca alcanzaban respuesta. Si a esto le sumamos las producciones estadunidenses que llegaban con los cavernarios comentarios machistas de Los Picapiedra, las inexcusables trompadas gratuitas de Popeye el Marino o la extrema “violencia divertida” de Looney Tunes, el cóctel televisivo tendría actualmente la atención de la opinión pública que solemos ver en las redes sociales y en los medios periodísticos”, afirma.
“Entonces era una suerte poder ir al cine con tus padres o profesores. Pero las pocas veces que se podía ir, lo valía no solo por el filme en sí, sino por las conversaciones luego de las funciones, mientras caminábamos en dirección a casa: esas charlas eran más instructivas que cualquier clase”, recuerda Sánchez.
Por eso, según el educador, la ausencia de las películas mencionadas del catálogo de Disney+ responde a la mal entendida censura que demandan los movimientos sociales que actúan con energía en las redes sociales. “Podría ser resultado del “mainstream” de lo correcto, que ha llegado a calar profundamente en los jóvenes, muchas veces sin mediar una reflexión que debería enriquecer el debate, y que tiende a descartar rápidamente los productos”.
“Pero veámoslo por este lado: en la cinta Peter Pan, ¿no propiciaría una excelente oportunidad de ver la película, padres e hijos juntos, para conversar sobre los estereotipos étnicos? ¿O “Los Aristogatos” no ponen en la mesa el racismo, tantas veces ocultado, a los asiáticos? ¿“Dumbo” no da pie para hablar sobre la triste relevancia del racismo en la conformación de nuestras repúblicas? No se trata de ocultar, sino subrayar las actitudes inadecuadas o desfasadas. Hay que propiciar debates, conversar sobre lo que dejamos de ver, e invitar a pensar más allá del entretenimiento”, afirma el educador.
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