En la mitología que para una generación significó “Risas y salsa”, “En la cara no”, era la solicitud planteada por Avelino (Adolfo Chuiman) a su posible suegro (don Alex Valle) antes que este se abalanzara sobre él como castigo de sus pretensiones para con su hija (Aurora Aranda). La frase significaba aceptar con hidalguía la derrota, la resignación ante el castigo, pero también el reclamo por dejarle margen para recuperarse. Es una versión del “caballero nomás”, el saberse en el suelo pero pedir chepa.
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Recordando este mantra ochentero, Oscar Malca escribió el guion de “En la cara no”, (Reservoir Books) una novela gráfica sobre policías y ladrones, traficantes de poca monta, delitos que se perfeccionan, incendios premeditados y traiciones en insospechadas intrigas políticas. Y como cómplice, contó con uno de nuestros mayores dibujantes: Mario Molina, quien para esta entrevista vuelve al viejo barrio de Magdalena para recordar el lugar donde nació todo.
“En la cara no” es una novela gráfica cuya realización, desde su gestación hasta su entrega, tomó 10 años. Ciertamente, la historia detrás de esta historieta podría dar para otro libro...
Sí, ha sido un proceso larguísimo, tanto para mí como para Óscar (Malca). Todo este proyecto empezó en los años 90, en algún cierre de la revista Caretas, conde lo conocí y nos hicimos muy amigos. Teníamos muchos puntos en común: el cine clásico americano, las películas de John Ford y cómo no, también la historieta: Hugo Pratt y su Corto Maltés. Recuerdo que una vez le presté una edición de “La balada del Mar Salado” y me la devolvió completamente deshojada porque la había fotocopiado.
¿Cómo surgió el proyecto?
No recuerdo muy bien cómo, pero él me propuso hacer una historieta. El argumento era parecido a la historia del capítulo tres de este libro: un hombre busca a una chica para reclamarle por una trastada que le ha hecho su pareja. Hice algunos bocetos, dibujé una página a lápiz, un plano de la avenida Abancay, donde comenzaba la escena. Sin embargo, la cosa quedó allí. En 2011, para el concurso de novela gráfica de Contracultura, Benjamín Corso nos propuso desarrollar la historia y presentar el proyecto al concurso. Hice 15 páginas del primer capítulo, y Óscar le dio otra forma a la historia, incluyendo los amigos medio malandrines de Magdalena, cuyas fechorías y tren de vida los lleva a meterse en un instituto armado para mantener su impunidad. Desarrolló la historia como capítulos autoconclusivos, sin un orden cronológico.
Y ganaron el concurso...
Y allí vinieron los problemas. Yo entonces trabajaba en “El Comercio” haciendo caricatura diaria, y la verdad que no tenía tiempo para dedicarle al proyecto. El avance era intermitente, había épocas que simplemente no lo tocaba. Llegó un momento en que, al cabo de los años, cuando yo necesitaba un apoyo económico, Óscar se lo enseñó al editor Jerónimo Pimentel y se entusiasmó. Pero tuvieron que pasar otros cuatro años. Así, a trompicones, finalmente pude dedicarme a él.
La historia se desarrolla saltando en el tiempo. Es como si Óscar Malca quisiera demostrar que, por más que pase el tiempo, las cosas siguen iguales.
De alguna manera. Cuando hubo todo este lío del supuesto “fraude” en las últimas elecciones, yo le decía a Óscar que ése era el momento preciso para que salga el libro. Esta coyuntura ha traído al presente todas las tretas y cochinadas fujimoristas que aparecen en el libro. Un capítulo que me parece muy logrado por cómo funcionan los diálogos es la reunión en la oficina con “el doc”, que te remite directamente a Montesinos. Ese capítulo cobra ahora otro cariz, a la luz de lo que ha pasado en estos últimos meses. El momento de la aparición del libro ha sido preciso.
Para quien sea un admirado lector de “Ciudad de M” (o “Al final de la calle”) esta novela gráfica nos permite reencontrarnos con los temas de la narrativa de Malca: la solidaridad masculina, la precariedad del barrio, la juventud de los años 80, la descomposición moral y el deterioro físico de la ciudad. Pero aquí se aporta algo más triste: la complicidad de la juventud dentro del proyecto fujimorista. El pragmatismo para la sobrevivencia.
Si bien puede haber un componente fujimorista que lo contamina, pienso también que ese pragmatismo fue una solución de vida de muchos jóvenes, más allá de lo que pudo haber sido el fujimorismo. Era la sociedad misma la que los encajona, que no les da ninguna salida. Ahora vemos tantos jóvenes que han perdido el trabajo con la pandemia, y el gobierno pretende obligarlos a hacer el servicio militar. Eso es absurdo y abusivo.
Para muchos jóvenes, el sistema educativo es ya una escuela que los forma en la violencia. En tu novela gráfica, muestras cómo la violencia se “profesionaliza” dentro de las aulas.
Sobre eso, la experiencia de Óscar y la mía han sido muy distintas. Yo he tenido el privilegio de haber estudiado en un colegio como el Franco Peruano, que si bien tenía situaciones de bullying, era mucho menos violento que el medio escolar en el que Óscar se movió. Por ejemplo, la escena en que los chicos salen en estampida del colegio a la calle y le voltean la carretilla al vendedor de turrones, es una cosa que él vivió directamente. Óscar ha vivido en Magdalena toda su vida, yo me mude allí de adulto, en los años 90. Llegué a experimentar esa vida de barrio, aunque quizás no tan violenta como en las décadas previas, pero al haber vivido allí me resultó más cercano.
En esta novela gráfica está clara tu obsesión por la ciudad y sus detalles. No solo la arquitectura de la urbe, sino especialmente su fauna: las palomas y las ratas.
Yo quería presentar en la historieta una realidad de forma precisa y sobria. Retratar la ciudad con sus detalles, remitiéndome a a mi memoria y a la de Óscar. Quería encontrar el sabor de Magdalena y el del centro de Lima. Cuando iba al centro y veía una pared manchada, o una en que la quincha asomaba a través de las fracturas del adobe, yo sacaba el celular para fotografiarlo. Todo ello me fue alimentando, investigué mucho, revise muchas fotografías de lugares icónicos para tratar de reproducirlos en el libro.
“En la cara no” da cuenta de la violencia vivida en las clases medias, en los barrios parte de lo que llamamos “Lima Centro”. ¿Cómo ves cómo ha cambiado esta parte de la ciudad en los últimos años? ¿La violencia se ha trasladado a otros sectores?
Aunque se dice de que en todas partes asaltan, creo que algo ha cambiado. Sin embargo, también existe, medio soterrada, ese tipo de violencia más estructural, que no sientes en el cuerpo pero sí en el alma. Gente que no tiene ningún privilegio, obligada a vivir en una precariedad material de la cual es muy difícil salir. Es muy difícil terminar con esa violencia, pues la sociedad nos ha construido con ella.
¿Existe un estilo Molina?
Creo que no. Una de las cosas que me preocupaba es que, al haber sido tan prolongado el proceso de dibujo de esta novela gráfica, se notara la diferencia entre las primeras páginas y las últimas. Sin embargo, el resultado se nota formalmente coherente. Yo creo que el estilo se va construyendo. Yo siempre estuve orientado hacia el dibujo de humor, no a un dibujo realista. Lo hacía en ocasiones, cuando debía hacer ilustración, por ejemplo, pero para mí, optar por el realismo fue uno de mis grandes desafíos. El otro fue narrar visualmente: la historieta no se trata de pegar un dibujito junto al otro. Tienes que llevar al lector con la vista a recorrer la historia con cierto orden, y también debes componer la página. Debes darle movimiento a una cosa que por su naturaleza es estática. Esa parte del hacer historieta me tomó tiempo. En ese sentido, el libro ha significado un aprendizaje para mí. Aprendizaje que, con cada cosa que haga desde ahora, va a ir continuando.
¿Eres humorista gráfico porque en nuestro medio no hay trabajo para un historietista profesional?
Mi primer acercamiento al dibujo cuando era niño fue la historieta. Al estudiar en el Franco Peruano, las primeras que llegaron a mis manos fueron “Asterix”, “Lucky Luke” o “Tin Tin”... Cuando estaba en media, me hice muy amigo de un estudiante francés de intercambio, que me enseñó la versión francesa de la revista Metal Hurlant. A través de ella conocí a Moebius, de quien hasta entonces solo conocía su faceta como dibujante de western. Un día, mi hermano me dijo que estaba perdiendo plata con mis dibujos y que fuera a pedir trabajo con ellos a algún lado. Justo coincidió que la revista Caretas había vuelto a aparecer tras su clausura durante la dictadura militar. Fui allá, me aceptaron y así comencé. Ya en los noventas hice humor gráfico en el diario Gestión porque no había posibilidad real de dedicarte a la historieta. No reniego del humor gráfico, pero paradójicamente, ahora ni para el humor diario hay espacio en los periódicos. Y los primeros en pagar el pato son los caricaturistas.
Tu estilo concilia las influencias de maestros como el francés Moebius o el argentino Fontanarrosa, ¿Pero cuánto marca el cine tu trabajo? Hay en tu novela mujeres fatales, tipos rudos, típicos del cine negro de detectives…
En eso Oscar y yo coincidimos en nuestro gusto y regusto por esas películas. Filmes como los de John Ford, por ejemplo, en que las historias se narraban desde la acción. Aparentemente pueden parecer simples, pero hay mucha verdad detrás de llas.
Las mujeres son un gran tema para los historietistas. ¿Cómo construyes tus personajes femeninos?
Para mí, el ideal de mujer en historieta se plasma en trabajo de Horacio Altuna. Esa es mi referencia, aunque, claro, no pretendo acercarme a él. La mujer en la historieta es, finalmente, un estereotipo. Dentro de esos cánones que vienen del cine y de la tradición de la historieta, tiene que ser guapa, con personalidad, con cojones, con iniciativa, con coraje.
Mujeres capaces de sobrevivir en un mundo de hombres...
La quintaescencia de ese tipo de personajes femeninos está en las películas de Howard Hawks. Mujeres que viven en un universo de hombres, pero que son capaces de enfrentarse de igual a igual con ellos.
Ultima pregunta: ¿Qué sigue para tí después de “En la cara no”?
Con este libro quiero reinventarme como dibujante, dedicarme más a la historieta. Tengo un proyecto sobre el mito del Inkarri, vinculado a la actualidad. Pienso, por ejemplo, en las imágenes de los caminantes, que en los primeros días de la pandemia decidieron regresar a pie a sus lugares de origen porque en Lima no encontraban medios de sustento. Ellos me sugirieron esa idea asociada al mito, que habla de reunir las partes del Inca. O las expectativas que despertó el presidente Castillo, que se han visto frustradas al avanzar a trompicones, sumergido en las cosas del día a día, sin un proyecto tangible ni políticas concretas. Él representa una nueva oportunidad perdida para integrar un país, acercarnos a esa idea de Nación que nunca hemos alcanzado. Esas son las ideas de las que quiero hablar.
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