Es una novela sobre nuestra capacidad de ver. Sobre la íntima experiencia de ver las fotografías familiares e hilar un discurso donde compartamos nuestra memoria. Una experiencia que, quizás, hoy se haya perdido en buena parte entre las generaciones más jóvenes, gracias a la cultura del ‘selfie’ y la profusión de imágenes que olvidamos imprimir. Mariana, protagonista de la novela “Volver a Shangri-La, es una fotógrafa profesional que repasa aquellas fotos familiares para establecer el relato que ofrece a su hija, inconsciente en una cama de hospital.
“No estoy en contra de la tecnología, pero su contrapartida, en el estricto campo de los recuerdos, es la evidente banalización de la fotografía”, afirma el escritor arequipeño radicado en Madrid. “Vivimos como si estuviéramos en el “aleph” borgiano, todo ocurre de manera simultánea, desde lo más banal hasta lo más trascendente. Antes, las fotos marcaban un hito, las reservábamos para cumpleaños, bodas o reuniones muy especiales. Y teníamos un lugar para guardarlas y marcar los momentos que luego echábamos en falta. Ahora eso no existe, todo es igual de trivial”, reflexiona.
—¿Tiene que ver también con la cultura del ‘selfie’. Antes registrábamos el mundo como testigos, ahora tenemos esa extraña ilusión de protagonismo...
Es exactamente lo que ocurre con el acto de narrar. En el ‘selfie’, tú eres más importante que lo que retratas. Por eso no me extraña que hoy exista una literatura cada vez más auto referencial. No es tanto el hecho de narrar en primera persona, sino que el “yo” sea lo más importante del relato. La fotografía deja constancia de eso. Antes eras un testigo y si formabas parte de un grupo eras copartícipe. Nadie se hacía una foto solo, la intención era destacar que estabas con tu familia, con tus buenos amigos. Todo ello habla de una época que brutalmente ha terminado.
—Como dice la narradora de ti novela, el acto de ir rellenando de fotos una caja, es también una forma de preparar una nostalgia futura.
Por eso la nostalgia no es lo que era. Las fotos son el presagio de lo que vamos a recordar. Estamos marcando esos hechos para preparar nuestra nostalgia, aunque a veces no lo sabemos.
—¿Vivimos hoy la nostalgia de una manera distinta?
Nunca ha habido más distancia entre una generación y otra que la generación que ha visto el paso de lo analógico a lo digital. Hoy un género como la historia casi no tiene sentido. La historia, para que ocurra, necesita que haya quien la digiera, la procese y te la entregue. A nosotros nos interesa más lo que ocurre en este instante. No hay tiempo para tener nostalgia. ¿Cómo tenerla además si lo tienes todo consignado, de principio a fin? Si no nos estamos haciendo fotos nos estamos haciendo vídeos. Por eso la gente joven es mucho más autorreferencial. Tiene un sentido de trascendencia mínimo.
—¿Cuánto de todas estas reflexiones sobre el hecho de mirar y mirarnos tiene que ver con la génesis de la novela?
Escribir esta novela me ayudó a procesar lo que yo pensaba. Es habitualmente lo que ocurre cuando uno escribe. Escribes para entender lo que quieres decir.
—Esta es una novela muy distinta a tus libros anteriores, y más bien parecida a tus libros iniciales: has recuperado la intención de dar testimonio de la Lima de los años 70 hasta el presente.
Esta es una novela sobre una mujer que reflexiona, como esas mujeres profundamente solitarias que aparecen en los cuadros de Edward Hopper. Es esa sensación que irradio una profunda soledad. Mariana quiere ser la transmisora de aquello que ocurre: la conflictiva relación con su madre, lo que no quiere es que su hija cometa sus errores. Lo difícil que es escapar a tu acondicionamiento familiar.
—Has elegido un narrador femenino para contar esta novela, y le propones al lector la posibilidad de convertirse en un destinatario también femenino. Generas una especial empatía con la sensibilidad y angustias de las mujeres.
En realidad, más que una mujer, es ella como personaje. Detrás de todo está la experiencia humana: el dolor, los hijos, el temor, los recuerdos, la manera en que deseamos algo, o las relaciones de pareja. Creo que para los escritores basta parar la oreja para entender lo que pasa con los demás. En el fondo de la experiencia literaria está la empatía y lo que hacemos es meternos en la cabeza del otro: un extraterrestre, un niño, un tejano petrolero o una mujer. No hay otro truco: eso es literatura.
—El gran trauma de Mariana, tu protagonista, radica en el abandono familiar. ¿Cuál es la huella que deja en mujeres u hombres?
Esta mujer, que ha sufrido tanto de niña (su padre abandona el hogar para fundar otra familia) se basa en personas que yo he conocido. Yo nunca he sufrido un abandono. Mi familia era lo más estable dentro de lo que podía serlo. Pero eso no significa de que a mi alrededor no hubieran esas pesadillas, esas tragedias. Cuando uno es un niño, el abandono hace que se te desplome el mundo. Por mucho que ocurra esto y que sea tan habitual la separación de los padres, se crea una gran tragedia. Pienso en las mujeres latinoamericanas que viajan a Europa para trabajar en el servicio doméstico, sin hablar el idioma, dejando a sus niños pequeños. Mandan dinero a casa, y el padre, que está con otra mujer, vive de ella. Y cuando la madre regresa, el hijo que tenía dos años y ahora tiene siete, no sabe quién es esa señora. Es una fractura que parte a toda la sociedad y ya lo estamos pagando. Imagínate la cantidad de familia destrozadas por esta necesidad económica. Tienes allí mil culebrones espantosos.
—¿Cómo ha sido para ti este retorno al realismo de tus primeros libros, a la intención de ofrecer un retrato de la realidad peruana de la historia reciente luego de trabajar tus novelas policiales o históricas?
Al inicio, escribí tres novelas políticas seguidas, y decía siempre que yo no era un novelista político. “Espérense, van a ver que son sólo tres”, decía (ríe). A mí lo que me interesa de escribir es contar algo nuevo. A mí me gusta la historia, me interesó hacer una novela policiaca. Me entretiene, me gusta, me parece un desafío. Y creo que, como un desafío, surgió la posibilidad de esta mujer como personaje, con el sustrato del Perú de los años 90. Yo no podría escribir una novela del Perú actual, porque no lo conozco.
¿A tu regreso al Perú has percibido el desencanto de la gente frente a los políticos de turno?
Yo sigo lo que ocurre en el Perú. Lo curioso es que la gente que no piensa como tú, que está en otro mando ideológico, te reprocha algo completamente anacrónico. Te dice: “si no vives aquí no deberías opinar”. Claro que puedo, más que nunca. Lo que ocurre es preocupante. Hemos perdido otra vez la posibilidad de convertirnos en una sociedad moderna, con instituciones sólidas. Si algo funciona en este territorio, lo hace fuera de la ley. Como en un western. Y se está instalando un pesimismo en la gente que la motiva a irse del país. Y probablemente lo hagan más rápido, porque ahora tienen dinero. En mi época, los que se querían ir, con lo que tenían solo les alcanzaba para llegar a Huaral. Ahora, en cambio, la gente tiene dinero y todo se ha abaratado. Además, cuentan con Internet como una ventana del mundo. Antes nosotros sabíamos vagamente lo que pasaba afuera, por lo que nos contaban o por cuatro fotos que habíamos visto en una revista. Puedes pasear virtualmente por las calles de la ciudad donde quieras ir. Eso hace que la estampida sea brutal.
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