Si Gustavo Rodríguez no se hubiera convertido en padre por partida triple, la creación del exitoso podcast “Machista con hijas” hubiera sido imposible. “Sin ellas no hubiera logrado interpelarme como lo he hecho. Soy parte de una generación bisagra y siento que desde hace un tiempo el mundo está cambiando sus relatos”, sostiene. Fueron, precisamente, esos cambios vitales que experimentaba los que marcaron el largo camino del desaprendizaje social. Criado en medio del yugo patriarcal, en el que los hombres están obligados a “demostrar vehemencia y audacia”, el escritor confiesa que su físico y personalidad retraída no calzaban con el prototipo de varón que un sistema machista espera. “No la pasé muy bien, pero las mujeres la pasan, claramente, peor”, precisa. El cambio de mentalidad del autor es un duro proceso que se refleja en los 10 episodios del podcast estrenado en abril último y que desde este lunes 22 de noviembre llega a las librerías en formato impreso.
¿Escribir este podcast, hoy transformado en libro, ha sido para usted una especie de catarsis?
Sí, yo diría que ha sido un ejercicio de sinceramiento y de transparencia que le debía a mis hijas y a las mujeres que me rodean. Cada vez que me preguntan cómo es que negociaba con mis hijas (sus salidas y forma de vestir, por ejemplo), suelo decir que antes de negociar con ellas he tenido que hacerlo conmigo mismo. Pensar un poco en por qué pienso lo que pienso y por qué tomo decisiones sin razonarlas. Por eso este libro ha sido un proceso de negociación conmigo mismo.
En el prólogo, Rocío Silva Santisteban dice que usted hace una reflexión sobre “los crueles caminos de la masculinidad en el país”. ¿Cuál diría que ha sido su experiencia más cruel en este sentido?
En realidad, uno suele pensar que el machismo le hace daño exclusivamente a las mujeres. No quiero minimizar ese daño, pero con el machismo, al ser un sistema y no una trinchera, todos salimos perjudicados. En mi caso creo que lo más doloroso fue tener que guardarme mis sentimientos porque los hombres debemos ser de acero. Tenemos que guardarnos todo. Ese creo que ha sido el gran lastre que el machismo ha dejado en mí y en mi generación. Recuerdo que mi abuelo y mi madre, sobre todo, decían que el hombre se cae, se levanta y no llora. Ese ha sido el estribillo con el cual me crie. Además, a la hora de crecer había un rito por el que todos debíamos pasar. Un rito muy crudo que era el de debutar sexualmente con una prostituta, en burdeles que eran terreno de procacidad, de falta de higiene y sordidez. Ahora en retrospectiva, como escritor lo agradezco, porque los escritores vivimos del conflicto, pero como ser humano lo desprecio.
Actualmente, ¿Cuál diría que es su rezago más machista?
Creo que todavía me sigue ganando la presunción de que yo soy el llamado a sostener económicamente toda relación. Eso se ve no solo en mi relación con mi pareja sino también a la hora de compartir una cuenta en un restaurante con una mujer. Siempre me gana la idea de que se está esperando eso de mí. La “caballerosidad”, que realmente esconde bajo ese subterfugio el llamado a que sea el hombre el encargado de proveer. Eso, por un lado. Por el otro sí soy un poco más consciente de que no me puedo acostumbrar a que mis hijas tengan una vida sexual plena. Deseo que la tengan, pero me cuesta afrontarla. Si tuviera tres hijos probablemente no tendría tanto reparo, el puente sería más despejado y relajado. Me cuesta compartir chistes colorados con mis hijas. Los comparto con todo el mundo menos con ellas.
¿Cuándo se da cuenta de que su comportamiento es producto de una sociedad patriarcal?
Me gustaría decir que hubo un acontecimiento específico, pero no. Fue una confluencia de factores. Obviamente, el hecho de que nacieran mi primera hija y los comentarios que escuchaba mientras le cambiaba los pañales fue un primer timbrazo. Dedicarme a la escritura fue también otra manera de procesar al niño y joven que fui. Y, después, ir entrando en entornos de artistas feministas que me daban un punto de vista que yo iba anotando. Es esta confluencia de factores lo que termina de cerrarse cuando mis hijas son criadas de una manera distinta a la que yo fui criado y empiezan a tener voz.
Usted se ha catalogado en varias ocasiones como “un machista en constante redención”, desde su punto de vista ¿un varón podría llegar a ser feminista?
Creo que un hombre sí puede ser un feminista por convicción, totalmente. Aplaudo a quien pueda sostenerlo y ser consecuente con eso. Solo puedo hablar desde mi caso, que es particular porque vengo de un entorno familiar machista por generaciones, criado en una pequeña ciudad machista y en un colegio de varones religioso donde Dios era hombre y la mujer servía al hombre, así de claro. Por eso es imposible que en algún lugar de mi pecho no anide todo aquello que he vivido y mamado. Creo que también hay un cálculo en esta sociedad de redes sociales que observa todo y está presta, también, a juzgarlo todo. Todo hombre que se proclame feminista corre el riesgo de ser aún más observado debido a esta proclama. Yo prefiero ser cauto porque sé que en algún momento la voy a regar.
Son tiempos de grandes cambios en los que la lucha femenina se va haciendo más fuerte.
Todas las grandes discusiones y confrontaciones actuales azuzadas por las redes son producto de este cambio. Se está agudizando el cambio de rol de la mujer en esta narrativa mundial. Hace unos años me tocó coescribir con Sandro Ventura un libro que se llama “Ampay mujer”, que trata de encontrar el lugar de la mujer en América Latina y una de las conclusiones del libro era que cuando la mujer cambia su lugar en la familia cambia la sociedad. La mujer que puede autosostenerse es un peligro para el patriarcado. El patriarcado siempre va a intentar corregir esas historias que se salen de los renglones. Y los libretos que utiliza son artilugios muy sutiles, no solo los brutales a los que estamos acostumbrados a ver en las noticias. Por ejemplo, cuando los universitarios salen de estudiar y entran a trabajar son los hombres los que empiezan a ocupar las posiciones dominantes y los que, en consecuencia, ganan más. Esto tiene una raíz sigilosa desde que somos chicos. En las góndolas de los supermercados vemos los juguetes destinados a los niños tiene que ver con empleo y trabajo y para las niñas con el cuidado de la casa. En esa costumbre es que se va incubando lo que años después se verá como desigualdad laboral.
¿Llegará el día en que hombres y mujeres sean realmente iguales en derechos y reconocimiento?
Algún día, soy optimista. Porque la historia ha ido evolucionando hacia ello. Y si uno se pone en rol de historiador se da cuenta que los cambios sociales se leen por generaciones. Sé que el Perú fue el último bastión de la independencia y también lo es del conservadurismo. Ningún cambio es lineal, hay avances y retrocesos. Si vemos los avances a cortísimo plazo debemos afrontarlos con pesimismo, pero si vemos la historia de nuestra sociedad de 10 años en 10 años sí ha habido avances.
El dato
El libro será presentado el 2 de diciembre a las 7 p.m. en la librería Íbero de Larcomar.
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