Al seguirles la pista a las publicaciones de Katya Adaui, nos situamos frente a una autora cuya obra se caracteriza por un uso del lenguaje tan cuidadoso como certero. En su más reciente publicación, “Geografía de la oscuridad”, este lenguaje es puesto al servicio de un conjunto de historias que diseccionan las relaciones familiares de modos diversos: a veces con serrucho, a veces con bisturí. Este trabajo, el primero en ser publicado con la editorial española Páginas de Espuma, ha sido muy bien recibido en España. Llegó a las librerías limeñas el 14 de junio.
“Geografía de la oscuridad” supone la globalización de la narrativa de Katya Adaui. El ser parte del catálogo de Páginas de Espuma supone ser parte de una corriente que incluye a talentosas narradoras latinoamericanas en la que figuran nombres como los de Mariana Enriquez, Samantha Schweblin, María Fernanda Ampuero o Mónica Ojeda; y donde ya se notaba la ausencia de alguna peruana.
En “Geografía de la Oscuridad” las relaciones familiares son duras, ásperas. Incluso dolorosas. Y no hay ninguna, digamos, moraleja al respecto
No, porque la literatura con moraleja es fábula, no es cuento, y la escritura que a mí me interesa se hace preguntas sobre el estado del ser, sobre habitar, sobre la vida, no sobre lo moral o lo inmoral, sino sobre la vida siendo la vida misma. La moraleja murió con Madame Bovary. La literatura moderna mató al narrador que juzga. Yo pensaba en el concepto de padre, madre núcleo. La familia como la entidad más amorosa, la más importante, la que nos regala las primeras premisas de nuestras vidas. Esa zona de luz que se puede volver oscuridad también. Todo lo familiar se puede volver siniestro. Y lo siniestro se vuelve familiar también.
¿Estamos más acostumbrados a buscar monstruos en nuestras relaciones familiares que a valorar cosas más saludables?
En este libro busco pensar ambas cosas y explorar las ambivalencias, las zonas de frontera, de ambigüedad que también tienen los seres que supuestamente más nos aman. No creo en ese sentido en la familia como el lugar del amor incondicional. También la familia puede ser el lugar del daño más absoluto. Lo que hago cuando escribo es no idealizar. Es ficción, por tanto, ninguna relación es sagrada. Ni Dios. Y la escritura tampoco está endiosada. Pienso en Jamaica Kincaid, que dice “aunque tenga que mentir cuando escribo, trato de mentir lo más honestamente posible”. Lo suscribo.
En cuentos como “En lugar seguro”, narras la relación de una madre y su hija. Una relación bastante tóxica. ¿Qué tan demandante es para ti crear estos universos?
No lo pienso en términos de toxicidad, sino en términos de honestidad. Esta hija en este cuento está atravesando una parálisis con la que su madre, también recientemente operada, fantasea. ¿Qué hace cada una con ese dolor tan íntimo? Al escribir, disfruto mucho de meter en problemas a mis personajes, y de dedicar toda mi inteligencia, toda mi sensibilidad, toda mi paciencia a que vayan intentando resolver esos embrollos. Entonces, me quedo. Escribir es quedarse, es mirar, es sostener un acompañamiento. Y es también una búsqueda para que los personajes encuentren su propia epifanía. Entonces no se rinden, no se entregan, no pasivamente. Encuentran en el lenguaje o en sus acciones recursos para contenerse. Claro que estoy abriendo algo ahí y estoy yendo a mirar. Claro que hay algo ahí, claro que está embarrado, pero no soy juez ni soy parte; no soy Dios ni el Diablo. Trato de abrir cuerpos y mirarlos. Pienso que cuando usamos un cuchillo, mucho más daño hace un cuchillo que no está bien afilado que una sierra. Entonces, para el lenguaje, el cuchillo afilado y para las tramas, sin filo.
Es interesante tu relación con el lenguaje: siempre es evidente que eliges cuidadosamente tus palabras.
Cuando escribo más que pensar en tramas pienso en conceptos y pienso en lenguaje, entonces ahí es donde trato de meterme, siempre viendo la escritura como un lugar no al que vas a abismarte ni a entregarte a la locura, sino al que vas a refugiarte vistiéndote con palabras. El lenguaje es quizá una de nuestras primeras defensas en el mundo. nos permite pedir, demandar, nos permite consolar, nos permite enfrentar.
Pero ese lenguaje crea imágenes. En el caso de “Geografía de la oscuridad”, crea imágenes cinematográficas, experimentales, en cuentos como “Una lengua extranjera”, donde un padre pretende anular la lengua materna de su hijo.
Todo es imagen. La escritura pide ser visual, pero también pide ser oída, pide ser paladeada. Entonces, están puestos los sentidos ahí. Sobre ese cuento en particular, es el reflejo del desencuentro entre un padre que le exige a su hijo otro idioma y le borra su propia geografía. Por eso quizá la sensación de un lenguaje insonorizado, mudo, porque va a haber un desencuentro, un mal entendido, y quizá el malentendido es que tus padres te hablan todavía en una lengua que aún no comprendes. Sin embargo, te hablan, incluso para decirte que no te quieren, te hablan. esa es la zona de ambigüedad, que siempre el lenguaje se presta al malentendido, a la incomprensión.
El lenguaje como primera defensa, pero también como espacio de malos entendidos. Al mirar hacia atrás ¿Cómo ves tu relación con el lenguaje?
Yo me di cuenta muy pronto que el lenguaje era consuelo. Yo hablaba y podía evitar que mis padres se pelearan; yo hablaba y podía conseguir que la vendedora de la tienda me diera a mí, de ocho años, cigarros para mi madre. Podía conseguir cosas hablando bien, no por cuidado del lenguaje, sino por cuidar del otro como de mí misma. Voy a cuidar al otro a través de mis palabras. Y eso lo veo en mi propia escritura, en el sentido que trabajo mucho, le dedico años de mi vida a este pensar, a cuidar, a crear mundos, a crear lenguaje, a inventar palabras, también.
Esta publicación internacional es importante por muchas razones. Una de ellas es el pertenecer al catálogo de Páginas de Espuma, que es una vitrina importante para las narradoras latinoamericanas
Yo veo esta publicación como la consecuencia de un trabajo duro, pero también veo que Páginas de Espuma es una editorial que está atenta a autoras y busca hacer un catálogo latinoamericano. Eso me parece precioso. Siento que es como una señal de esta época, pero que también habla de nosotras, que hemos sido escritoras y lectoras que leíamos básicamente a varones y que en un momento cambiamos el paradigma y empezamos a leer autoras. Había que quitarnos de encima cierto prejuicio y leer autoras modificó también nuestra escritura.
¿Cómo ves este protagonismo que están adquiriendo de forma cada vez más evidente las escritoras latinoamericanas?
Yo lo veo como algo emergente, como una emergencia en la que coinciden varios factores: buenas escritoras, editores y editoras muy atentos y las cifras, pues más mujeres compran libros y leen más que los varones. Entonces, no era raro que finalmente las cosas coincidieran en una época como esta, en la que va cayendo lentamente el heteropatriarcado y la mitad más uno del planeta dice también aquí estamos también en literatura. Tardó, pero está ocurriendo y seguirá ocurriendo.
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