En un mes iba a cumplir 102 asombrosos años de edad, pero sus pulmones ya estaban demasiado cansados. Entró a su habitación, se echó en la cama, llamó a su hijo Lorenzo y, enlazando sus manos, exhaló. Alto. Barbado. Los ojos azules y penetrantes. Delicado al hablar. Y aunque era sumamente introvertido, resultó siendo el más mediático de los poetas de su generación: Lucien Carr, Allen Ginsberg, William Burroughs, Jack Kerouac, Neal Cassady, Herbert Huncke, John Clellon Holmes, Carl Solomon, Philip Lamantia, Gregory Corso, Peter Orlovsky y él, que sería el último en integrarse a esa banda que detonó la lírica norteamericana de los años cincuenta.
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Lo cual negó en todos los idiomas. ‘No me llames beat, nunca fui un poeta beat’, dice en el documental “Ferlinghetti: Rebirth of Wonder” (2013). ‘Nunca viajé con ellos, yo tenía una vida matrimonial respetable’, bromeaba. ‘Llegué con una boina a San Francisco en 1951 y lo que realmente hice fue ocuparme de la tienda. Así que en lugar de ser el primero de los beats fui el último de los bohemios’. Pero es innegable que asuntos como iconoclastía, libertad sexual, jazz, filosofía oriental y el primer hipismo lo enlazan irremediablemente. Es más, su obra está hecha para ser declamada y cantada a viva voz, de preferencia con una big band de fondo.
Porque así fue escrito y así se leyó su libro más famoso, “A Coney Island of the Mind” (1958), que vendió un millón de copias solo en los Estados Unidos. Cosa que este abierto defensor de la poesía insurgente consideró excesiva tratándose de un forastero de paso por la comunidad poética donde habría cometido el pecado de hablar con ‘demasiada sinceridad’. ‘La gente se vuelve más conservadora a medida que envejece, pero en mi caso me he vuelto más radical’, declaraba. Por eso en “Little Boy” (2019), su novela experimental sobre un yo imaginario, se pregunta: “¿Soy la conciencia de una generación o simplemente un viejo tonto que refunfuña tratando de escapar de la avaricia materialista dominante en los Estados Unidos?”.
Cataclísmico y premeditado
Hijo de una dama que terminó sus días en el manicomio porque no pudo soportar la muerte de su marido antes de que Lawrence naciera, criado en orfanatos pero sólidamente educado en las universidades de Carolina del Norte y Columbia y doctorado en La Sorbona, cuando llegó la Segunda Guerra Mundial se alistó como oficial naval. Fue cazador de submarinos en el Atlántico Norte, participó en el desembarco a Normandía y estuvo en Nagasaki poco después de la bomba atómica. “De esa carnicería salí convertido en pacifista instantáneo”, dijo. Pero sus verdaderas batallas las libraría en San Francisco, donde terminaría provocando más terremotos que la famosa falla tectónica.
Léase City Lights, el cataclísmico sello editorial que publicó “Howl and Other Poems” de Allen Ginsberg. Ferlinghetti le había escuchado leer una versión en 1955 y le escribió: “Te saludo al comienzo de una gran carrera. ¿Cuándo recibiré el manuscrito?”. Parodiaba, ciertamente, el mensaje que R.W. Emerson le envió a Whitman cuando le escuchó leer “Hojas de hierba”. “Aullido” se publicó en 1956 y los funcionarios de aduanas confiscaron las copias que se enviaban desde Londres. Ferlinghetti fue arrestado por publicar ‘obscenidades’ y, después de una batalla judicial, el juez dictaminó que solo criticaba a la sociedad moderna (véase la película protagonizada por James Franco como Ginsberg y Andrew Rogers como su editor).
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City Lights también lanzaría “Book of Dreams” de Kerouac —su autobiografía paralela— y “Lunch Poems” de Frank O’Hara. Pero después de arriesgar el pellejo por “Howl” no quiso correr la misma suerte cuando Burroughs lo desafió trayéndole el manuscrito de su “Almuerzo desnudo”. “Esta es una locura premeditada con implicancias legales”, le dijo. Y se dedicó a traducir, escribir novelas, teatro —en 1970 montó tres obras en Nueva York— y, sobre todo, a pintar. Ferlinghetti pintó abstractos durante 60 años, tanto que en Roma se organizó una retrospectiva de su obra en 2010. Pero la poesía siguió siendo la forma de arte más cercana a su corazón.
Lírico e incombustible
Como poeta fue tan prolífico como inclasificable. Confeso epígono de T.S. Eliot, heredero de William Carlos Williams y E.E. Cummings, construyó versos retóricamente funcionales con una desconcertante sencillez que bordeaba lo infantil. Pero con el humor siempre agudo y la conciencia social indoblegable. Poemas como “Descripción tentativa de una cena para promover la acusación del presidente Eisenhower” consolidaron lo que siempre sostuvo: la poesía es un arte insurgente. Con el añadido de una sobredimensionada carga visual, como corresponde a un lírida que simultáneamente es pintor.
Educado en el anarquismo filosófico de Kenneth Rexroth y activista por la democratización del arte —”la verdadera corriente principal no está hecha de petróleo sino de literatos, editores, librerías, editores, bibliotecas, escritores, lectores, universidades y todas las instituciones que los apoyan”, sostuvo—, Ferlinghetti predicaba con el ejemplo: su editorial lanzó la serie Pocket Poets a un precio irrisorio. Y, como su dueño, la librería City Lights Booksellers & Publishers fue un modelo cultural donde uno podía sentarse a leer sin que le preguntaran a qué hora compra el libro. Los empleados que querían marchar contra Vietnam, la guerra de Irak o Trump podían tomarse el día libre.
Así, esas viejas estanterías ubicadas Columbus Avenue son como el Golden Gate Bridge: consustanciales al paisaje de San Francisco. Declarado hito histórico en 2001, su dueño fue incansablemente homenajeado por la comunidad literaria norteamericana, incluyendo a los críticos más temibles. Cuando el 24 de marzo del 2019 cumplió 100 años, el alcalde proclamó el Día de Lawrence Ferlinghetti y un coro le cantó el feliz cumpleaños mientras Robert Hass e Ishmael Reed leían en voz alta sus versos. No fue a la fiesta porque estaba casi ciego. Cuando llegó el coronavirus y la tienda necesitaba 300 mil dólares o cerraba, una campaña espontánea en GoFundMe recaudó 400 mil. Así amó San Francisco a su poeta incombustible. Y así se fue: abrasado en su calor.
Es terrible
Es terrible
un caballo en la noche
parado y solo
en la calle tranquila
relinchando
como si un triste desnudo a horcajadas en él
le apretara con piernas calientes
y cantara
una dulce y alta y hambrienta
sílaba única
En el abrasador desierto seco
En el abrasador desierto seco
donde el sol es dios y dios traga vida
el gran dios sol desciende
engrudando varios carteles rojos
en paredes de adobe
y después caen
sobre el horizonte
“con la llamarada de un alto horno”
y los carteles se destiñen amarillos
caen en la oscuridad
dejando solamente sombras a fin de probar
que una revolución más ha pasado
Allen Ginsberg se está muriendo
Allen Ginsberg se está muriendo
dicen los periódicos
los noticieros
Un gran poeta está muriendo
Pero su voz
no morirá Su voz está en la tierra
En Lower Manhattan
en su propia cama
está muriendo
No podemos
hacer nada
Está muriendo la muerte que todos mueren
Está muriendo la muerte que mueren los poetas
tiene un teléfono en la mano
y desde su cama en Lower Manhattan
llama a todos
Tarde en la noche
en todos los lugares del mundo
el teléfono suena
“Habla Allen”
dice la voz
“Habla Allen Ginsberg” Cuántas veces han escuchado esa voz
en todos estos grandes años
No tendría que decir “Ginsberg” En todo el mundo
en el mundo de los poetas
solamente hay un Allen
“Quería decirte” dice
Les dice lo que sucede
lo que se le viene
encima
La muerte la amante oscura
se le viene encima
Su voz viaja vía satélite
sobre la tierra
sobre el mar de Japón
donde un día él se alzó desnudo
tridente en mano
un hombre joven de barba negra
como un joven Neptuno
de pie en una playa de piedras
Hay marea alta y las aves marinas lloran
Las olas rompen contra él
y las aves marinas lloran
en la costa de San Francisco
Sopla un viento fuerte
hay olas enormes
azotando el Embarcadero
Allen está en el teléfono
su voz está en las olas
Yo leo un libro de poesía griega
en donde está el mar
y los caballos lloran
donde los caballos de Aquiles
lloran
aquí junto al mar
en San Francisco
donde las olas lloran
Hacen un sonido sibilante
profético
Allen
susurran
Allen
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El ojo del poeta obscenamente ve
El ojo del poeta obscenamente ve
la redonda superficie del mundo
con sus ebrios tejados
y pájaros de madera en los tendederos
y machos y hembras de barro
con piernas de fuego y pechos de botón de rosa
en sus camas plegables
y árboles llenos de misterios
y parques dominicales con sus mudas estatuas
y sus Estados Unidos
con ciudades fantasma y desiertas islas de Elis
y su paisaje surrealista de
praderas sin sentido
supermercados en los suburbios
cementerios con calefacción
días festivos de cinerama
y catedrales protestando
un mundo impermeable a los besos con tapas de retrete de plástico y tampax y taxis
y vaqueros de almacén y vírgenes de Las Vegas
indios sin tierra y matronas cinéfilas
senadores no romanos y concienzudos no objetores
y todos los demás fragmentos esparcidos
del bello sueño de los inmigrantes hecho realidad
y disperso
entre los bañistas que se broncean al sol
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