Fue en 1993. Recién había transcurrido un año del autogolpe de Fujimori y mi generación –que abandonaba las aulas escolares para ingresar a la universitaria– parecía condenada a madurar en medio de la arbitrariedad y grisura de una época autoritaria. Ese mismo año Mario Vargas Llosa publicó “El pez en el agua”, unas memorias que abarcaban sus años de formación y su experiencia en la política activa como candidato presidencial y el más notorio impulsador de las reformas liberales enfocadas a extraer al Perú del atraso y la miseria en el que se hallaba sumido desde su nacimiento como nación. Ese libro fue fundamental para quien escribe y –lo descubriría luego– también para muchos jóvenes que hallaron en sus páginas una amplia y profunda reflexión sobre nuestro país y su circunstancia, así como el testimonio de una vocación que se impuso a las dificultades y a la precariedad del medio en que surgió.
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Entre esos jóvenes admirativos estaba Mariana de Althaus (Lima, 1974), quien es hoy una de nuestras dramaturgas más originales y versátiles. Un cuarto de siglo después de la aparición de “El pez en el agua”, De Althaus lo ha tomado como base, además de una serie de conversaciones con Vargas Llosa, para escribir “La literatura es fuego”, pieza teatral que se despliega alrededor de distintos momentos de la vida del autor de “La casa verde”, desde sus inseguros –pero exaltados– inicios hasta la mañana en la que le es anunciada por teléfono la decisión de concederle el Premio Nobel de Literatura.
“La literatura es fuego” es un notable alarde técnico, prueba del pulido oficio de Mariana de Althaus. El collage de diálogos, en el que se entrecruzan las voces del pasado, del presente, de la realidad y la ficción, conforma un fresco intenso y complejo que plasma con solvencia la multifacética personalidad y universo de Vargas Llosa. No solo recrea con eficacia, sensibilidad y humor varios tramos célebres de sus novelas, sino también los episodios vitales que lo marcaron y definieron como un escritor. Uno de los más examinados aquí es la difícil relación con su padre, quien creía que la inclinación por escribir poemas y cuentos era sinónimo de perdición social y tendencias homosexuales. La punitiva imagen del progenitor regresa, ominosa, cada vez que Vargas Llosa asciende uno de los escalones que lo conducirán hacia el éxito literario: es, no cabe duda, su demonio principal, el disparador para inventar realidades que parten de ese modelo violento y vertical. De Althaus ha consignado las dudas y miedos del novelista, su temor a ser devorado por la mediocridad del entorno, los costos emocionales del esfuerzo brutal que sus proyectos le exigen. Es así como lo ha humanizado y mostrado su lado más vulnerable, como muy pocos proyectos biográficos dedicados a él lo han conseguido.
En el prólogo, Mariana de Althaus explica qué la motivó a componer esta obra: “Quise contar la historia de un escritor que se hace a punta de rigor, disciplina y una fe inquebrantable en la literatura”. Su meta se cumple a lo largo del texto. Vargas Llosa nos enseñó que un escritor puede ser muchas cosas –un revolucionario, un intelectual liberal–, pero que su vocación está por encima de todo eso. Que es un fin y no un medio. Y que a la vez uno puede jugarse el tipo por sus convicciones, por la libertad y lo que cree justo, combatiendo el autoritarismo y el dogma. Ese fue el ejemplo que nos heredó y que intentamos mantener y reproducir.
Hay legados y deslumbramientos que, a estas alturas, ya no son negociables. “La literatura es fuego” es prueba irrebatible de esa gratitud y admiración.
DATO4/5Autora: Mariana de Althaus. Editorial: Alfaguara. Año: 2019. Páginas: 170. Relación con la autora: amistad.