El encierro, el miedo y la incertidumbre de los últimos meses fueron los inesperados alicientes para que Marcel Velázquez, ensayista y profesor de la Universidad Nacional Mayor de San Marcos, escribiera a ritmo vertiginoso el libro “Hijos de la peste. Una historia de las epidemias en el Perú”. Interesantísimo conjunto que reúne reflexiones diversas sobre cómo el COVID-19 (y antecesores como la fiebre amarilla, la peste bubónica o el cólera) nos ha redefinido como país. “Es un libro en el que exploro, hago aproximaciones y arriesgo algunas asociaciones que pueden parecer insólitas, pero que esta época tan especial de pandemia nos ha mostrado. Además, mi especialidad es la literatura y conocía bien obras como el ‘Diario del año de la peste’ de Defoe o ‘Muerte en Venecia’ de Mann. He unido ambos intereses para imaginar este libro”, explica el autor.
Afirmas que el dilema principal del coronavirus en el Perú fue “la vida o la bolsa”: elegir entre la salud pública y la economía. ¿Era un choque inevitable?
Era inevitable, sí, y se ha vivido en todos los países. Pero es una disyunción que se pudo haber atenuado para afectar en menor medida la economía y la vida de la gente. Lo que pasa es que en el Perú se piensa que la sociedad es homogénea, no se atienden las diferencias. Existe, por ejemplo, la fantasía legislativa de que con un decreto se van a resolver los problemas. Y se piensa de manera general, sin atender a las culturas, a los pueblos originarios, a las distintas formas de sociabilidad. Hay una fractura entre el Estado y los ciudadanos que se ha acentuado en este contexto.
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En comparación con pandemias anteriores, en esta juega un rol más importante la información y la ciencia. Sin embargo, también han cundido las mentiras, la desinformación. ¿A qué atribuyes esa paradoja?
Por un lado, el capitalismo digital en el que vivimos crea entornos en los cuales el flujo de información es incontenible. Cualquiera de nosotros puede leer un excelente artículo de medicina en “The Lancet”, y prácticamente de manera sucesiva leer un mensaje con teorías conspirativas. Hay una mayor presencia de la estadística o de la medicina en el espacio público, en el debate; pero por otro lado tienes en el WhatsApp y las redes sociales millones de mensajes desinformando. Todo es parte de ese entorno en el que vivimos ahora, que lo hace muy distinto a las epidemias anteriores.
Me pareció interesante cómo se relaciona el miedo desde lo religioso (por ejemplo, con la profecía de una niña) con lo económico y consumista (con supermercados desabastecidos, digamos). ¿Es novedosa esa conjunción?
Allí hay dos temporalidades diferentes. Lo religioso tiene una larga duración, con su sistema de expiación y purificación. Aunque ha sufrido cambios, mantiene una constancia impresionante. Lo que sí me parece novedoso es que, si antes la relación entre la iglesia y la gente era directa y sin intermediarios, hoy sí hay mediadores. Por eso menciono el caso ocurrido en Arequipa, en que una minera utilizó un helicóptero para que la imagen de la Virgen de Chapi sobrevolara la ciudad ofreciendo bendiciones. Ese era un ejemplo muy sugerente para interpretar, porque intervenía una empresa y el uso de la tecnología. Entonces el mito popular del vuelo de la virgen se convertía en algo tangible gracias a la alianza de la iglesia con el capital. Es la convergencia de diversos tiempos culturales: el tiempo del capitalismo pujante, moderno y tecnológico; pero también el tiempo religioso, ritual, muy tradicional. Sobre el caso de la niña y su profecía en torno al 21 de abril, día en que supuestamente moriría mucha gente, me pareció interesante por la penetración del imaginario evangélico en la sociedad peruana, con todas sus visiones milenaristas.
Sobre el vínculo de la pandemia y la violencia, ¿cuál dirías que es la manifestación más fuerte que ha ocurrido a raíz del COVID-19?
Ha habido varias. El toque de queda y el control del orden público a cargo de los militares crean las condiciones para múltiples formas de violencia. Pero sin duda el episodio central de violencia fue el de la discoteca Thomas Restobar, en Los Olivos. Allí se reúne anudado todo. Tienes por un lado la reflexión espectacularizada, pues ya no se trata solo de reprimir, sino de convertir el acto de reprimir en un espectáculo. Hoy, toda la actuación de la policía y de los militares termina grabada siempre, pues en todo lugar hay un celular. Pero también se observó el tratamiento diferenciado del espacio urbano: mientras se producen fiestas y reuniones clandestinas en todo Lima, el foco esta siempre en las zonas más vulnerables, donde hay una correlación entre pobreza, informalidad, vulnerabilidad social. ¿En qué país del mundo una operación policial para controlar la salud acaba con 13 muertos y, encima de todo, es celebrada? Y que una ministra diga que, de los 13 muertos, 11 estaban contagiados con coronavirus, parece como si dijera que están bien muertos. Esa es una estrategia antigua, la de atribuirle la responsabilidad al ciudadano. Siempre que el Estado se ha mostrado impotente para enfrentar con éxito las epidemias, ha terminado responsabilizando a los ciudadanos. O buscando chivos expiatorios: con la peste bubónica, los chinos fueron los culpables; y en el caso del cólera, los ambulantes.
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En el libro también se aborda el humor en pandemia. ¿Un meme es un alivio para soportar la tragedia? ¿O más bien un gesto indolente, una distracción?
Para empezar, el meme tiene una semejanza con la manera en que actúan los virus: el meme exitoso es aquel que se hace viral y funciona alterando una genética gráfica, ingresando en la circulación desmedida de la maquinaria del capitalismo informático. Entonces yo creo que hay memes y memes, porque son parte de un humor popular. Muchas veces es un humor grueso, y otras un poco más complejo. A veces son una forma de desafiar el poder, pero también pueden ser maneras de generalizar, de estereotipar o de ser violentos. Y eso es algo que, en general, siempre ha pasado con el humor.
Por último, y ya que la pandemia sigue y está lejos de terminar, ¿qué crees que nos deparará en los próximos meses? ¿Hay algo a lo que no estemos prestando suficiente atención?
Yo diría que estamos asistiendo a un momento de transformación que la pandemia ha acelerado. El capitalismo digital ya existía y todos estábamos de alguna manera al servicio de las GAFA (Google, Amazon, Facebook, Apple), solo que con el confinamiento esto se ha acentuado. Un segundo punto es que, me parece, el ámbito educativo ha quedado desafiado de una manera cabal. La tensión se dará entre una oferta cada vez más global y desagregada, producto de la hiperconectividad y la pérdida de la experiencia intersubjetiva y la conjunción material de docente/alumno. Ese proceso de cambio en la educación no presencial de las universidades va a ser muy sensible. Y por último está la pérdida de la intersubjetividad, que va a provocar que lo político se resienta de una manera muy particular. La interacción política va a tener nuevas dinámicas y también nuevos actores. Los partidos políticos tradicionales, con sus discursos de siempre, están quedando muy desfasados.
Presentación del libro
Hoy, 7 p.m., a través del Facebook de Me Gusta Leer Perú.
Participan Carmen McEvoy y Juan de la Puente.
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